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Dumas

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Caza mayor

Como todo en nuestra vida tiende a ser una metáfora que enmascara lo esencial, cabe preguntarse qué está enmascarando el hecho de cazar grandes animales.

Empecemos por lo más elemental: enmascara la evidencia misma de acabar con una vida poderosa, para fotografiarse junto al cadáver e indicar un poder: el poder de matar.

Si soy capaz de acabar con un rinoceronte, ¿de qué no seré capaz? Y la prueba está ahí, en la fotografía que exhibo junto al mueble bar del salón de mi casa.

Simbólicamente hablando, la caza mayor pretende sugerir el espíritu aristocrático primordial: la sangre derramada del otro me ennoblece y eleva mi excelencia.

La sangre derramada del otro, sí, pero ¿de qué otro? ¿La guerra sería la forma más real de cacería?

Hemingway contestó a esas preguntas cuando dijo: “Sin duda no hay emoción que pueda compararse a la caza de hombres. Aquellos que han cazado hombres armados durante el tiempo suficiente y les ha gustado, ya nunca llegan a interesarse por nada más.”

En la foto vemos a Hemingway tras cazar un búfalo de El Cabo: un animal que en épocas recientes ha despertado la curiosidad de los científicos por su sorprendente comportamiento, a menudo muy próximo al nuestro.

Cien años de enemistad con los cazadores blancos han provocado en los búfalos africanos modificaciones evolutivas y han pasado de ser víctimas a comportarse no pocas veces como depredadores.

Saben que tras un hombre blanco siempre hay dolor y muerte, y han desarrollado muy sutiles e inteligentes estrategias de venganza. Si un determinado cazador les ha herido, huyen de momento pero recuerdan con precisión su cara y al día siguiente buscan al agresor. Si lo encuentran no dudan en ocuparse de él, como haría cualquier hombre más o menos parecido a Edmond Dantés. Con ellos es mejor no errar el tiro: han leído El conde de Montecristo.

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24 de diciembre de 2014
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El verdadero Conde de Montecristo

Nunca pensé que Alejandro Dumas se hubiese inspirado en su padre, del mismo nombre, para escribir historias como El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros. Se supone que desde Freud el hijo ha de matar al padre y no ensalzarlo en historias de acción y diálogos desbordantes, que han hecho las delicias de generaciones y generaciones de adolescentes, y no solo de adolescentes.

Recordando la fascinación que había sentido por las novelas de Dumas en la infancia, un personaje de El jardín de los Finzi-Contini habla con nostalgia de aquel perderse entre personajes, situaciones, y acciones cruzadas que te envolvían completamente. Se refería por supuesto a El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros.

Tom Reiss, que ya deslumbró con El orientalista, biografía del escritor camaleónico Kurban Said, que se se presentaba a los demás como musulmán, monárquico y oriental, y cuyos pasos perdidos anduvo siguiendo por el mundo más de cinco años, regresa a la palestra con otro libro monumental, en el que el tono detectivesco vinculado a la búsqueda del personaje recuerda el método de Bolaño en Estrella Distante y en 2666. Bolaño publicó su novela más poderosa en el 2004, y Reiss en el 2005, por lo que puede tratarse de meras coincidencias.

Decíamos que Reiss tardó cinco años en consumar su enrevesada búsqueda de Kurban Said, y suponemos que no menos  le ha debido de costar reproducir las idas y venidas del general Alejandro Dumas, que llegó a ser bastante célebre en los períodos más bravos de su vida, y que tenía la peculiaridad de ser mulato (como lo fue su hijo), por ser vástago de un noble desclasado y una esclava antillana. El general Dumas se hizo célebre entre la tropa por su coraje, sus improvisaciones, sus maldiciones y su humanidad, y como nos cuenta Reiss, padeció la cárcel, donde no encontró a ningún benefactor que le indicase la existencia de un tesoro como a Edmond Dantés. Es normal, como decía de joven Vargas Llosa: las novelas sirven para vengarse de la realidad, y cabría preguntarse si las biografías también. Sí, quizá sirvan para vengarse del olvido, aunque no siempre. El libro de Reiss representa la consagración de una nueva forma de construir las biografías, implicando al lector en la búsqueda del personaje, a través de un narrador en primera persona que va contando las vicisitudes de su investigación.

Así como una tendencia de la narrativa actual es la conquista de la novela-realidad, de la novela que excluye la ficción sin por eso dejar de hacer literatura, y hasta muy buena literatura, una tendencia de la biografía-ensayo actual es la que practica Reiss, y en la que resulta fundamental el rigor histórico, cierto, pero también las astucias y habilidades del narrador en primera persona, que se hace muy cercano al lector. Tendencia bien visible en este momento, y en la que cabrían igualmente la Anatomía de un instante, de Cercas, La cerca de Jean Rolin, Limonov de Carrère, y hasta me atrevería a nombrar también Galíndez de Vázquez Montalbán, biografía novelada en la que vemos anunciados los elementos básicos de esta modalidad narrativa, a medio camino entre el ensayo histórico-sociológico y la novela. ¿Habrá que recordar que lo que entendemos precisamente por novela moderna surgió imitando el discurso de la historia? Una vez más en literatura, el dragón se muerde la cola.

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8 de octubre de 2014
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