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Cortazar

James Joyce Division
Blogs de autor

Veinte libros para el verano (que aún no has leído)

 

Durante muchos años fui fiel a varios semanarios de información general para no perderme los artículos de algunos de sus colaboradores. Entre otros, Jean-François Revel (Le Point), Bernard Frank (Le Nouvel Observateur) o  George Steiner (The Observer)… En L’Espresso, La bustina di Minerva, de Umberto Eco, pocas veces defraudaba.

  Eco inventó, junto con sus amigos semiólogos, traductores y el músico Luciano Berio el juego del ircocervo, animal híbrido (hircus, macho cabrío, y cervus, ciervo) con una larga tradición en el debate filosófico desde Diosdoro a Borges, pasando por Ockham, Wittgenstein, Quine o Carnap, sobre seres imposibles que sirven para definir los límites del lenguaje y la posibilidad, lo pensable y lo empírico. O no tan imposible, porque Benedetto Croce sostenía como una verdad irrebatible que el liberalsocialismo era un ircocervo. 

El juego de Eco consistía en fusionar los nombres de dos personajes conocidos, de modo que al nuevo se le asignara una obra inédita que, sin embargo, recordara algunas características de los dos personajes originales, y aún mejor si contenía alguna otra referencia ambigua. Por ejemplo, Aldous Joyce, autor de Brave new word. O imaginar obras de Klimt Eastwood, Clark Kant, Tagore Vidal, Arthur Rambo o Mohamed Dalí.

Los juegos literarios no suelen ser inocentes y pueden estar escritos con la pluma envenenada de Marcial o de los epitafios cubanos, como la injustísima lápida al gran Lezama:

Jamás viajó ni a Nueva York ni a Roma,

José Lezama Lima, vida vana,

entre nosotros, en su vieja Habana,

se dedicó a escribir, mató el idioma

o el dedicado al pobre Virgilio Piñera:

Yace Virgilio bajo esta losa fría;

ya no podrá contarnos sus dolores,

sus teatrales delirios y agonías.

(Por fin descansan él y sus lectores)

Hay juegos que son humorísticos y cariñosos, como el mote que vistió un tiempo el escritor maño Ignacio Abríguez de Visón, amigo de los palíndromos («amar da drama»), como lo fue Cortázar. Cortázar no haría ircocervos: uniría unicornios con cronopios y jugaría al unicronio. Con ese mismo espíritu, continúo el juego y planteo veinte libros para el verano (que nadie escribirá) y después malicio qué reproches harían hoy cinco personajes a sus creadores,  parodio  informes de lectura de influencers para necios y, por último, imagino querellas y diálogos imposibles entre autores. 

Se admiten sugerencias.

  1. Italo Calvin Klein: Seis propuestas para el milenio otoño-invierno
  2. Elon Easton Ellis:  American Ego
  3. James Joyce Division: Ulysses will tear us apart
  4. Satie Smith:  Martha y Hanwell en el Gym Nº 1
  5. Clarice Lispector Gadget:  La pasión según GPS
  6. J. K. Ballard: Harry Potter y el crash de lo real 
  7. Philip K. Dickinson: ¿Sueñan los androides con Emily? 
  8. Truman Cipote:  Otras voces, otros gemidos
  9. Jonathan Franzenstein:  Las correcciones del ser artificial
  10. Chimamanda NGoogly Adichie: Todos deberíamos ser subvencionados
  11. Jorge Luis Bourgeois:  El útero de Ariadna
  12. John Lenin: El LSD, fase superior del despertar colectivo
  13. David Lunch: Macallan dry
  14. Billy Holiday Inn: Strange suite
  15. Umberto Ecofriendly: Apocalípticos y reciclaje
  16. Meryl Streep Tease: El diablo se desviste en Prada
  17. Stephen Queen: Carrie: I want to kill free
  18. Immanuel Cunt: Coito, ergo sum.
  19. Shakira Kurosawa: Los samurais no lloran
  20. ICloud Debussy:Prélude à l'après-midi d'un GigaByte

5 personajes contra el autor 

Ofelia

Sí, claro, mueres, y el texto sigue. Yo, eco decorativo escrito por un hombre. Hamlet duda, y eso es filosofía. Yo sufro, y eso es patología. Él tenía que decir Nymph, in thy orisons be all my sins remember’d y el público aplaudir la frase, mientras yo flotaba entre los restos de una locura que no era mía.

Molly Bloom

Porque yo no hablé así, James, sin signos de puntuación, ni pausas, sin interrumpir el texto. Yo respiraba, James. Respiraba como respiran las mujeres de verdad y me hiciste desvestirme frente a los cuatro intelectuales que te leen, sólo para cerrar tu novela con un orgasmo metaliterario. Escúchame bien, James, la próxima vez que noveles a una mujer, déjala sentarse a la mesa antes de llevarla a la cama.

Moby Dick

A él llámale Ismael o como quieras. A mí, ¿sabes lo que es ser perseguido por la obsesión de miles de profesores que nunca han nadado libres en el océano, una plaga,  un ejército en busca de créditos universitarios? Ahab al menos me miró. Tú, Herman, me escribiste con los ojos llenos de culpa y de Biblia.

Madame Bovary

¿Cómo te atreves a decir que eres yo? ¿Condenarme a no tener un deseo sin castigo, para que tú puedas quedar incólume?

Anna Karenina

Reservas la redención a los hombres que se arrepienten y a las mujeres ¿sólo nos queda el tren?

Informes de lectura de un influencer de necios

Naomi Klein. Logo

El narcisismo hecho marca

Thomas Bernhard. Extinción

¿Hay algo que le guste al autor?

J.M. Coetzee. Disgrace

No necesitamos otra novela sobre un hombre blanco problemático en Sudáfrica.

Samuel Beckett. Molloy, Malone, El innombrable…

Dice que no puede seguir escribiendo... pero sigue y sigue. Página tras página, página tras página.

Juan José Saer. El entenado

Una novela de caníbales sin sangre.

Laszlo Krasznahorkai. Melancolía de la resistencia

Otra distopía húngara sin párrafos.

León Tolstói. Anna Karenina

Demasiados personajes con nombres similares. Subtrama agrícola sin interés para el lector actual.

Honoré de Balzac. Papá Goriot

Descripciones exhaustivas de muebles, vestidos y calles.

Hélène Cixous. La risa de la Medusa

¿Podríamos pedirle que escriba algo más narrativo? Algo con protagonista, por ejemplo.

Maurice Blanchot. El instante de mi muerte

La historia no empieza, ni acaba, ni existe. ¿Está terminado el texto? ¿Está vivo el autor?

Franz Kafka. El proceso

La burocracia no es un género literario.

Dante. La Divina comedia.

Escenas de impacto, canibalismo, incestos, satanismo, psicodelia, pero su infierno es poco inclusivo. Demasiados personajes para llevarla al cine. Ofrecerle un podcast.

Querellas y elogios

Dostoyevski a Tarantino

Confundes el abismo con los charcos de sangre.

Catulo a Gil de Biedma

Llamas amor a la melancolía cuando ya te ha dejado

Descartes a Bruno Latour

Si todo es red, nadie piensa.

Jean Rhys a Anne Carson

Qué pena que hagas arqueología emocional con bisturí filológico.

Janis Joplin a Amy Winehouse

Te esperaba. Tienes la voz y la sombra.

Wilde a Borges

Tus laberintos son tan impecables que nadie vive en ellos.

Duchamp a Nancy Cunard

Fuiste arte sin museo.

Pizarnik, Camus, Artaud, Bolaños

—Yo solo quería callarme. Pero las palabras me seguían como perros.

—Aquí todos fuimos mártires de algo.

—Yo, de mí mismo.

—Yo, de las palabras que no osé terminar

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30 de junio de 2025
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El planeta Cortázar

Juraría que fue en octubre de 1975 cuando conocí a Cortázar. Me había enterado de su dirección gracias a la información que daba de su persona la revista Triunfo, y una tarde ventosa y plomiza me dirigí a su domicilio. Me abrió la puerta de su casa Ugné Karvelis y le pregunté si estaba Julio como si fuese un amigo de toda la vida. Desconcertada, Ugné contestó que sí y me dejó pasar. Cuando vi la larga silueta de Cortázar recortándose en la penumbra del vestíbulo de su pequeño apartamento de la rue de l´Éperon por poco me desmayo.

 

A pesar de que no me conocía, Cortázar se comportó conmigo con una cordialidad exquisita, y mantuve con él una conversación dubitativa y absurda, por culpa de mi nerviosismo y mi admiración. Ya para entonces había leído casi toda su obra, pero lo ignoraba todo acerca de su vida. Nunca he sentido demasiado interés por la vida de los escritores, pero Jesús Marchamalo me está curando de esa enfermedad con sus penetrantes y sugestivas semblanzas de autores que venera y que venero. La última que acaba de aparecer adquiere la forma de un cómic, y tiene por protagonista a Cortázar.

El libro se lee sin querer, y más que un cómic parece una película. El dibujante, Marc Torices, que se dedica también a la animación, consigue trasmitir a este excepcional tebeo toda la viveza del cine. La voz en off es la de Jesús Marchamalo, que posee un estilo tremendamente acogedor y un distinguido sentido del humor que nunca resulta hiriente. La ironía sin vinagre que tanto valoraba Torrente Ballester, y que es la verdadera ironía.

A través de un prólogo fulgurante (utilizo el adjetivo que más le gustaba a Julio), donde asistimos al advenimiento del planeta Cortázar, y de dieciocho capítulos en los que se utilizan los colores de forma significativa y simbólica, como lo suele hacer el cine, nos vamos adentrando en la vida y los hechos de Julio Cortázar, de forma elíptica y al mismo tiempo precisa.

 

La lectura resulta tan envolvente como divertida, y adquiere la velocidad que suelen tener las secuencias en los sueños. Cuando lo acabas, escuchando la última música de Cortázar (la que oía cuanto estaba a punto de morir) crees haberte perdido en una alucinación bendita: la vida azarosa del autor de Rayuela y de Historia de cronopios y famas, que estuvo siempre presidida por la magia: la magia que le salía al paso y la que él mismo buscaba en su perpetuo divagar entre la realidad y el deseo, convirtiendo sus encuentros y desencuentros con las personas, los animales y las cosas en deslumbrantes y laberínticos territorios de ficción.

Cortázar, Jesús Marchamalo y Marc Torices

 

Nórdica ediciones, 2017

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10 de abril de 2017
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Aníbal el alquimista y Julio Cortázar

Me contaron que había un alquimista porteño que materializaba rosas, como Paracelso y como Borges. Tratándose de un argentino, no lo puse en duda. Siempre he pensado que los argentinos hacen milagros.

Si me dicen que un alquimista belga ha materializado una azucena, o que un alquimista holandés ha materializado un tulipán, puedo gritar: ¡Mentira! Básicamente porque no creo en la magia de los Países Bajos. Pero ahora mismo me dicen que un alquimista argentino ha materializado un elefante del siglo III antes de Jesucristo, y lo creo de inmediato y hasta me parece normal.

Los argentinos pueden materializarlo todo: tragedias, dramas, melodramas, comedias. Poseen un registro amplísimo como actores de la vida, que perciben como un teatro. Son seductores natos porque participan de un sentimiento dramático de la existencia, y los dramas se representan además de vivirse.

Uno de los amigos más nobles y bondadosos que tuve en París fue un argentino que se llamaba Aníbal y que se parecía a Cortázar. No sé qué habrá sido de él. Nos encontrábamos a menudo en el Barrio Latino, nos ofrecíamos cigarrillos, charlábamos un rato. Aníbal también practicaba la alquimia.

Una noche Aníbal dobló una cucharilla sin tocarla, predijo una muerte, nos hizo creer que materializaba una cajetilla de Gitanes, y nos llevó a un café (La Palette) donde estaban cenando Julio Cortázar, un cronopio y una fama. ¿Caben más milagros en una sola jornada?

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12 de diciembre de 2016
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El Boomeran(g)
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