
Sònia Hernández
Leslie Jamison (Washington D.C., 1983) escribe sobre su ambición. Con distancia, como si ya hubiese renunciado, o cual atributo que se asume y del que una no se puede desprender. Escribe que el éxito (profesional) es una especie/una suerte de premio de consolación. Cuando un tribunal imaginado le pregunte si fue feliz, dirá que no, pero que hizo muchas cosas, que escribió mucho y viajó defendiendo sus libros por todo el mundo.
La clave está en cuántas cosas y cómo hay que hacerlas para que la operación compense cuando llegue la hora de ese juicio. La autoexigencia, o la autoexplotación que dirían otros. Y cómo cambia todo cuando llega el momento del cansancio o de la aceptación de “lo que hay”. En algunas ocasiones, la aceptación puede ser un descanso, una liberación.
Leslie Jamison es una escritora y una ensayista de renombre. Sus libros fascinan a miles de lectores en todo el mundo. Ha escrito sobre su adicción al alcohol y sobre su anorexia, pero también sobre conflictos sociales, internacionales y problemas personales que son universales. Cuando escribe, no exhibe sus éxitos, aunque sí se muestra consciente y orgullosa de lo conseguido. Sin embargo, tampoco olvida que toda belleza está siempre empañada. Por la insatisfacción, por la avidez de lo que nunca podrá conseguirse, por la angustia de querer estar siempre en un sitio diferente al que se está.
Narradora y periodista de una intuición afilada, sabe escoger las imágenes cotidianas precisas para convertirlas en metáfora de un sentir generalizado: “La yuxtaposición de las deprimentes cajas de fruta y la ridícula plenitud de las baldas de yogures parecía una reprimenda: no pidas lo que no hay. Limítate a llenar el carrito con yogures que nunca habrías imaginado. No odies al trotamundos porque no quiere ser el padre de tu hija. Agradece que te haya recordado que aún puedes arder de deseo.”
“No pidas lo que no hay”: el imperativo resume en buena medida todo el contenido de Astillas. Una historia de amor diferente, que publica Anagrama con traducción de Rita da Costa. Otra frase que igualmente concentra muchas de las reflexiones: cuando el psiquiatra le pregunta para qué le servía la anorexia. Para qué sirve el dolor que nos infligimos a nosotros mismos, de dónde surge, qué buscamos con él, quién tiene la culpa si es posible que la tenga alguien más que nosotros mismos. Entendiendo que pertenecemos al privilegiado grupo de aquellos a quienes no están bombardeando, masacrando o matando de hambre.
Porque, de nuevo, el éxito, el privilegio y la belleza, para algunos, siempre van a estar empañados. Un vaho que nos envuelve, una pátina pegajosa que parece hacer imposible cualquier historia de amor, como demuestra Jamison. La maternidad y el amor fracasado son los dos grandes temas del libro. Rompiendo esquemas muy en boga actualmente, la autora se atreve a bordear e incluso sumergirse en las turbias aguas del amor romántico. Sin etiquetas antiguas ni nuevas, aceptando que todo imaginario personal ha sido fruto de un adoctrinamiento cultural, ideológico, moral y emocional. Ella analiza y disecciona el suyo. Y lo hace desde una posición consciente y responsable, que no significa coherente. A cierta edad, no queda más remedio que hermanarse con las propias incongruencias.
Son muchas y minuciosas las páginas dedicadas a la maternidad y los problemas para amamantar a su hija. Llegan a poner a prueba la paciencia de determinado tipo de lector. No obstante, nada en Jamison sobra, puesto que nos está transmitiendo su cansancio. Y su soledad en su autoexigencia. Una autoexigencia que, en última instancia, únicamente busca la mirada del otro y su aceptación. Ser vistos por otro al que ella misma es incapaz de ver, porque, en su lugar, prefiere la imagen idealizada de lo podría llegar a ser. Una relación frustrada y el dolor aniquilante que deja al acabar puede estar justificada porque nos hizo sentir vivos, porque nos recordó que nuestro cuerpo quiere seguir viviendo, como el del heroinómano que no puede detener su adicción. El ejemplo es de Jamison.
Si la autora consigue fulminar el tópico del amor romántico no es por empoderamiento, al contrario, es mediante la aceptación del dolor, de la mezquindad y de los miedos. Por eso su lectura cobija y ayuda a sobrellevar cicatrices y a convivir con las punzadas que de vez en cuando producen las astillas interiores al rasgar la piel.