
Sònia Hernández
“Soy sensible, no frágil”: esta es la advertencia de ORLAN, la artista plástica francesa y pionera de la performance nacida como Mireille Suzanne Francette Porte, en Saint-Étienne, Francia, en 1947. A lo largo de su trayectoria ha llamado la atención sobre el cuerpo y su manera de sentir y expresarse, y tras la experiencia del confinamiento, ha decidido cantarlo, susurrarlo, en lo que presenta como su más reciente performance: el CD Le slow de l’artiste.
La obra se compone de veinte temas en los que ha contado con la colaboración de diferentes figuras de la música y la escena francesas, como Sir Alice, Jean-Claude Dreyfus, Terrenoire, Yael Naim, La Femme o Romain Brau. En su empeño constante de –en sus propias palabras– “salirse del marco”, crea un espacio sonoro, mental y experiencial para propiciar el acercamiento al prójimo. Canta: “el mundo está en los otros”, con Iury Lech, cerrando el CD.
Mirar y sentir el cuerpo de quien tenemos delante como acto creativo doble. Ella ya ha experimentado sobre el concepto de darse luz a sí misma. Lo hizo en 1964, con la fotografía “ORLAN S’Accouche d’Elle M’Aime”, en la que podía apreciarse cómo de su cuerpo emergía un maniquí. Esa auto-maternidad y los diferentes alumbramientos artísticos han sido su única descendencia, porque asegura que “los bebés suponen más polución”.
Para que renazca el cuerpo, ahora utiliza la música lenta y sensual, gemidos y susurros, para invitar a tocar al otro, a besarlo, a tener sexo, de la misma manera que en 1977 propició que todo aquel que pagara cinco francos recibiera un beso, con lengua, de la artista, en su polémica y célebre performance en el Grand Palais. Nos dice en «Nous sommes blessé.e.s, écorché.e.s., bouleversé.e.s., transpercé.e.s.», interpretada con Blue Carmen, que las canciones que hablan de amor nos atraviesan y nos hieren. Somos sensibles, pero no frágiles, por eso sus letras son también una oposición taxativa a la violencia. Aunque en el fondo cree que la única solución posible para evitar el apocalipsis en el que vivimos sería “un suicidio colectivo”, llama a la resistencia, especialmente a las mujeres.
Si el disco pretende ser una provocación para que los jóvenes aprendan a bailar lento y se abandonen a los encantos de la insinuación y la imaginación del erotismo, sus últimas exposiciones, en la Galería Rocío Santa Cruz de Barcelona y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en el marco de PhotoEspaña, son un llamamiento a las mujeres para que asuman el llanto, pero como un proceso de purificación que les haga “salir del marco”. A través de collages digitales, se ha hibridado ella misma con Dora Maar, a quien “Picasso siempre la pintaba llorando”.
Sigue su lucha artística y feminista. Para denunciar lo nocivo y el absurdo de los cánones de belleza, se sometió a nueve operaciones quirúrgicas, la mayoría convertidas en performances. En su rostro quedan como aviso dos protuberancias sobre las cejas: son dos implantes de pómulos mal colocados. Como descolocados están sus rasgos y las lágrimas de Dora Maar en la serie de hibridaciones que instan a aceptar la vulnerabilidad, sí, pero para convertirla en un arma y bailar sensualmente, descubriendo los cuerpos como algo exquisito, sin amenazas.