
Roberto Herrscher
1. Las sonrisas
Debajo de los tapabocas y los barbijos es difícil saber quién sonríe, quien está serio y quién conserva un rictus agrio.
Camino por los pasillos del supermercado. Trato de adivinar si la curva de esa boca apunta hacia arriba o hacia abajo.
Los ojos no siempre indican algo. En estos tiempos veo más ojos de miedo, de desconcierto, de malos sueños.
Nadie habla, nadie se roza. Nadie compra flores.
¿Qué dirán las bocas? Quiero imaginar que debajo de la tela blanca las cosas no están tan mal.
Llego a la caja; no descubrí nada.
Pero la cajera está llorando.
2. Tengo hambre
“Tengo hambre”, murmuró el anciano andrajoso al paso de un joven en la estación Cal y Canto del metro de Santiago.
“Tengo sueño”, pensó el joven que pasó a su lado, mientras miraba las posaderas de la chica de jeans ajustados que empujaba el molinete.
“Tengo asco de la mirada de este baboso”, escribió la chica en el Whatsapp de su grupo de amigas.
“Tengo que terminar con esto de una vez”, se dijo la mujer del abrigo raído, desesperada, hoy sí decidida a saltar.
“Tengo que anunciarles que, por un acto ajeno a la empresa, el metro se encuentra detenido”, anunció la voz metálica del altoparlante.
3. Desagradable
Cada día me siento ante la mesa del comedor, aprieto en el código de Zoom y ahí aparecen las veinte caras, mirando con sueño, con fastidio, con sonrisas falsas.
Es demasiada cercanía. ¿Por qué obligan a los empleados a abrir su intimidad al jefe, a la contadora, a la secretaria?
El conjunto de caras me repugna. Sobre todo, el segundo de la última fila. Su mirada torva, su gesto vulgar, su boca fruncida en un rictus mediocre. ¿Por qué no apagará esa bendita cámara?
Y me mira.
No deja de mirarme.
El segundo de la última fila es mi cara.