
Roberto Herrscher
El siglo XX, que dejó tantas epopeyas, catástrofes y sufrimientos, produjo también un puñado de personajes míticos, en el sentido más clásico y "mítico" de la palabra: historias o personajes cuyo significado no se termina de desentrañar nunca, y que adoptan sentidos profundos, a la vez sociales y personales, que cambian con el tiempo y nunca agotan su significado.
Los mitos no sólo se iluminan con nuestras preguntas; también son faros que ayudan a iluminar vidas y tiempos muy alejados de su momento histórico.
No hay país tan pobre que no tenga sus mitos nacionales. Pero muy pocos producen mitos de resonancia universal (o al menos continental). Argentina, el triste país que desde siempre se cae del mapa y que ahora se agarra con los dientes a la economía globalizada, es rica en este tipo de mitos.
En el siglo XX dio a la cultura occidental al menos cinco: Gardel, Borges, Evita, el Ché Guevara y Maradona. ¿Quién no habrá usado nunca dos o tres de estos mitos para pensar y decidir asuntos que nos son caros y constitutivos?
Los argentinos nos vamos haciendo adultos pensando y debatiendo sobre estos personajes. Pero ninguno produce peleas más ardientes, posicionamientos más definitivos ni divisiones más profundas que Eva Perón, la abanderada de los humildes y la bruja del látigo, la santa y la puta, la amada y la odiada. En Argentina, aún hoy las clases sociales, las ideologías políticas, las relaciones entre hombres y mujeres y hasta los conceptos de bondad y maldad se debaten y se miden usando como vara las historias ciertas e inventadas sobre esta mujer extraordinaria.
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Evita nació en el pueblo pampeano de Los Toldos el 7 de mayo de 1919, creció pobre y humillada como hija ilegítima de un caudillo conservador, viajó adolescente a Buenos Aires para hacer carrera como actriz, triunfó en radioteatros y tuvo una carrera mediocre en cine y teatro, se hizo amante y luego esposa del ambicioso coronel Juan Domingo Perón, lo ayudó a llegar al poder, ayudó de mil maneras a los desheredados de su tierra, no consintió matices entre los fieles y los enemigos, en cinco años se volvió un mito amado por los pobres y aborrecido por las clases medias y acomodadas, fue vetada en su sueño de la vicepresidencia por un ejército poderoso y un Perón pusilánime, y murió de cáncer de útero el 26 de julio de 1952, a los 33 años de edad.
He intentado contar los datos básicos, desnudos, pero cada uno de estos tiene mil versiones y contradicciones. Porque la historia de Evita es inseparable de sus significados violentamente opuestos, todo cambia según quién lo cuente: desde su nombre hasta el año de su nacimiento y la hora de su muerte, desde su personalidad a su lugar en el régimen peronista. En lo único en que todos se ponen de acuerdo es en su importancia en la historia argentina.
Para Alicia Dujovne Ortiz, es también indudable otro dato: Más allá de la irresoluble pregunta de si era buena o mala, "Evita es grande", con una grandeza que se resiste a las enumeraciones y que no está en la perfección. Una grandeza innumerable e indefinible, pero evidente.
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Pero no sólo para los argentinos Evita significa algo importante. Su combinación de pasión por los pobres (“mis descamisados”), lujo desmedido y gusto ambiguo (no terminamos de decidir si es el colmo del kitsch o un gusto más allá del gusto) se ha convertido en una estética. En América Latina sigue produciendo perplejidad su personal y apasionada lucha contra la pobreza, de una eficacia indudable, aunque no es ni la beneficencia de las damas de la sociedad ni la revolución comunista.
En los países anglosajones su nombre está atado a la ópera rock de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber. Mediante una vuelta teatralmente eficaz pero políticamente ruin, en Evita aparece el Che como voz de la sensatez y los valores burgueses y liberales, burlándose del afán de poder y el uso de la sexualidad de Eva. Para muchos, una tergiversación interesada de la figura del líder revolucionario. A través de Evita y sobre todo de la identificación del personaje con la actriz que la personificó en cine, Madonna, Eva María Duarte de Perón produce esa fascinación culpable que en el siglo XIX despertaban las mujeres libres.
Sobre Evita se han escrito bibliotecas enteras. En la bibliografía del libro de Alicia Dujovne figuran más de dos páginas con títulos de libros sobre ella, y es una enumeración muy somera. Por eso, lo primero que llama la atención de este libro es la palabra más corta, sosa y aparentemente inofensiva de su título.
Este texto aspira, con una ambición pareja a la de su personaje, a ser "la" biografía. Es decir, la definitiva, la absoluta. No es, como gustan titular los norteamericanos, "una biografía" o "una vida". La exquisita escritora y periodista argentina residente en París Alicia Dujovne Ortiz se propone una narración y un análisis completo de la vida de Eva. Esa ambición es a la vez la virtud y el defecto de este libro apasionante.
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Eva Perón. La biografía está escrita como una larguísima carta a un lector culto, inteligente y de una curiosidad omnívora, que la autora supone similar a la suya. Es un libro muy bien escrito, generoso y respetuoso con el lector, y de una gran honestidad.
La honestidad aquí se ejerce de dos maneras. Por un lado, como los defensores y atacantes de Evita dan por ciertas historias e interpretaciones contrapuestas, Dujovne Ortiz detiene la acción en los momentos polémicos (que son casi todos los de la corta vida de Evita) para relatarnos las dos, tres o cuatro versiones de cada suceso, junto con la posición ideológica o el interés particular de quien la cuenta.
El misterio con más versiones es el del supuesto tesoro de los nazis. Cuando Evita visitó oficialmente España, Italia y Francia en 1947, se desvió de su ruta para pasar unos días en Suiza. ¿Para qué? Los antiperonistas no dudan de que Evita llevaba el oro de Martin Bormann para depositar en una cuenta de la pareja, pero no hay pruebas concluyentes. Dujovne Ortiz cuenta lo que se sabe y lo que varios testigos y biógrafos suponen. Y deja la pregunta sin contestar.
Pero por otro lado, la misma autora, como argentina que vivió y soñó con Evita, no deja de meterse en la historia. Alicia Dujovne coloca sus asombros y dudas al lado de los de los personajes, y cuenta dos o tres historias reveladoras de su propia biografía. Por ejemplo, al hablar de la represión de los políticos opositores, enumera a un grupo de militantes comunistas encarcelados por el régimen peronista.
El último de la lista es Carlos Dujovne, "mi padre", apunta la autora, como si tal cosa. Cuando la radio anuncia la muerte de Evita, la Alicia de 13 años se encierra en su cuarto a llorar. La persona que hay detrás de la autora creció entre la fascinación por Evita, la mujer extraordinaria, y la consciencia de la base totalitaria del régimen que la tuvo como bandera y la exacerbación de los odios que el peronismo dejó a los argentinos.
El libro se vuelve farragoso y erudito al intentar agotar las ramas que se desprenden del frondoso árbol de la historia de Evita. Pero este método, que deja por 10 ó 20 páginas a su personaje para explicar aspectos de la identidad argentina o la trayectoria de personajes secundarios, tiene dos grandes diques que evitan el anegamiento: la personalidad incandescente de Evita y el estilo, a la vez evocativo y llano, de la autora.
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Es interesante comparar La biografía con otro libro reciente, aún más exitoso en las librerías: Santa Evita, del periodista y novelista Tomás Eloy Martínez.
Éste último, investigado y escrito más o menos en la misma época, es un perfil periodístico. No pretende echar luz sobre todos los recovecos y los incidentes de la biografía de su personaje, sino centrarse en unos pocos, narrarlos de forma novelada (cuenta cada hecho como si el autor hubiera estado presente, como quien cuenta una historia inventada) y elegir un puñado de personas que representen a grupos, sectores o reacciones.
Por ejemplo, en el libro de Dujovne Ortiz se explica el funcionamiento de la Fundación Eva Perón y se enumeran las cosas que ella regalaba, desde dientes postizos hasta casas, y que cambiaron la vida de millones de argentinos. Podemos entender la magnitud de su tarea. En Santa Evita, se sigue el día de un obrero, que representa a los millones, y se asiste a la deslumbrante aparición de Eva en su oficina de la Secretaría de Trabajo y Previsión desde la emoción de ese personaje inventado pero real.
¿Cuál acercamiento es mejor? Ambos son válidos, y en el caso concreto de estos libros, los dos son excelentes. Y no serán los últimos. Hay en todos nosotros tanto de Evita, la virulenta, la apasionada, la contradictoria, que la luz de su mito no se apagará mientras haya quien quiera contar o escuchar una gran historia.
Eva Perón. La biografía
Alicia Dujovne Ortiz
Punto de Lectura, 2002 (1ra. ed., 1996)
542 páginas