
Roberto Herrscher
1. Tengo
“Tengo hambre”, murmuró el anciano al paso de un joven en la estación Cal y Canto del metro de Santiago.
“Tengo sueño”, pensó el joven, mientras miraba las posaderas de la chica de jeans ajustados que empujaba el molinete.
“Tengo asco de la mirada de este baboso”, escribió la chica en el Whatsapp de su grupo de amigas.
“Tengo que terminar con esto de una vez”, se dijo la mujer del abrigo raído, desesperada, hoy sí decidida a saltar.
“Tengo que anunciarles que, por un acto ajeno a la empresa, el metro se encuentra detenido”, anunció la voz del altoparlante.
2. Mirada torva
Cada día me siento ante la mesa del comedor, abro Zoom y aparecen las veinte caras, mirando con sueño, con fastidio, con sonrisas falsas. Es demasiada cercanía.
¿Por qué obligan a los empleados a abrir su intimidad al jefe, a la contadora, a la secretaria? El conjunto de caras me repugna. Sobre todo, el segundo de la primera fila.
Su mirada torva, su gesto vulgar, su boca fruncida en un rictus mediocre.
¿Por qué no apagará esa bendita cámara?
Y me mira. No deja de mirarme.
La segunda cara de la primera fila es la mía.
3. Ausencias del Mapocho
Bajo la luz oblicua de la tarde de otoño, el Mapocho se ve desnudo, desprovisto, vacío. Por las piedras angulares no baja el agua sucia. No bajan las bolsas de basura babosa. No corren las ratas en estampida. No se enroscan los remolinos de burbujas blanquiazules. Y de pronto, con una ausencia más antigua, empiezan a no flotar, cabeza abajo en la falta de corriente, los cadáveres de aquel septiembre que nunca existió.
4. Jeans con heridas de diseño
Carla y yo vimos el filón de inmediato: los jóvenes querían jeans de buena marca e impecable factura rotos por las rodillas, rastrillados en el costado, como gastados, ajados, pero de mentira. Mostrarse aventureros sin serlo. De ahí a las heridas en la cara y los brazos y las marcas de cuchillos y balazos había un paso: con el equipo de cirujanos, Carla pasó a ocuparse de cicatrices de operaciones no hechas y yo de heridas de peleas nunca acontecidas. Hasta que llegó el primero pidiendo que le sacáramos el navajazo de la mejilla.
5. Objeto y sujeto
Se acerca el funcionario municipal flanqueado por dos guardias de bototos de cuero duro y negro. Es de madrugada, el viento sacude la tela percudida del ruco de don Esteban.
“Usted es nuestro objeto de estudio. Tiene que contestar las preguntas del formulario”, declama el funcionario.
“Objeto”, protesta don Esteban. “Soy un sujeto”.
“Usted objeta”, sonríe el funcionario.
“Pero yo sujeto”, dice uno de los guardias.
Los dos mastodontes sujetan al ciudadano en situación de ruco y lo obligan a contestar las preguntas del formulario, transformándolo así en objeto de su estudio sobre el bienestar de la población vulnerable.
6. Un árbol desde mi ventana
Se yergue altivo, se ilumina, se viste de ocres y sombras, danza con el soplo de dioses antiguos, crece ciego a nuestro tiempo, espera la caricia de una ardilla, se alza sobre memorias de bosques olvidados. Mis sueños de libertad y de grandeza viajan hasta el árbol que veo desde mi ventana. Pero ahora él me mira con odio: el árbol de mi ventana se acaba de reconocer en esta mesa de lenca pulida en la que estoy escribiendo su epitafio.