Pedro Ángel Palou
Vuelvo feliz a las páginas de El Boomeran(g), el blog literario. Agradezco la acogida en sus muros virtuales de Basilio Baltasar y de los lectores con los que conviví cercanamente entre 2004 y 2005. Ahora los derroteros de estas postales son otros, sin embargo, porque los de su autor también lo son. Escuchamos otras voces, otros ámbitos, como diría Capote. Desde hace cinco años vivo y enseño en los Estados Unidos, cerca de Boston. Esa perspectiva de lo propio –lo hispánico, incluidas sus literaturas y sus traducciones- y de lo ajeno –la literatura norteamericana desde adentro, si se me permite- es lo que tocarán estas páginas, como una suerte de rápido correo, de instantáneas de un fugaz viajero que envía apenas con un matasellos sus impresiones del viaje. No serán, claro, del tipo: “Estamos todos bien, hace un clima estupendo. Los rascacielos son imponentes”, porque como decía Henri de Montherlant, la felicidad se escribe con tinta invisible sobre la página blanca. No, serán como el clima, cambiantes. Habrá las sombrías, incluso las francamente heladas y de pronto algunas con ventisca y otras –las menos, culpa del paralelo en el que se vive- con un poco de sol y bienaventuranzas.
Impactan muchas cosas de la vida cotidiana aquí. Un viajero ruso escribía, por ejemplo, que no podía concebir cómo las casas –con lo preocupados que están los norteamericanos por la vida privada- carezcan casi por completo de cortinas. Y es cierto, uno camina por las calles y puede ver por la noche a una familia comiendo, el árbol de navidad encendido, o a otra más viendo la televisión hasta muy de madrugada. Tal transparencia, sin embargo, es engañosa. Detrás de las casas ocurren las vidas y ellas son realmente privadas. Las fiestas a las que se lo invita a uno duran las horas pactadas en la esquela que se envía para convidarnos: de 7 a 9. Y una vez llegado ese minuto postrero el anfitrión se levanta y da las gracias propiciando la huida mesurada y nada salvaje de quienes convivimos esas dos horas previamente acordadas. Y si no es tácito: alguien, el más mesurado, dice: “Ya es tarde” y se despide y se pone el abrigo, las botas –porque se han dejado los zapatos al entrar a la casa, para no ensuciar-, la bufanda y los guantes. Las despedidas no necesariamente llevan beso o abrazo. Muchas veces tan solo una mano que se agita, unas gracias comedidas, un leve “Hasta la próxima”.
Y siento que eso mismo le ocurre a la literatura extranjera, incluida la nuestra, escrita en español a pesar de ser el segundo idioma hablado en este país. Prácticamente no existe. Se edita poco, se comenta menos y se le despide después de dos horas con un cortés “Hasta luego” que significa, la más de las veces, que no se le invitará de nuevo, debido a las escasas ventas, al interés nulo. Sigue habiendo una gran ilusión de que se conquistará este mercado, que no el gusto, es claro. Y algunos escritores incluso, se trasladan a vivir aquí con esa vana esperanza, de pertenecer. Los únicos que tienen un éxito más duradero son, sin embargo quienes escriben en inglés directamente porque nacieron aquí, como Junot Díaz o más recientemente Daniel Alarcón. No digo que no existamos, claro que sí, por aquí deambulamos para que la fiesta sea más diversa, pero no pintamos, a eso realmente me refiero. Este blog aspira a ser también un diario, una bitácora de la vida cultural en Estados Unidos tal y como la ve un escritor que vive y escribe en Español. El mundo es un Bilbao más grande, pensaba con ironía Unamuno.
Y aquí vamos.