Ficha técnica
Título: Youma| Autor: Lafcadio Hearn | Traducción: Silvia Schettin Pérez | Editorial: errata naturae | Colección: El Pasaje de los Panoramas | Género: Novela | ISBN: 978-84-15217-30-5| Páginas: 128 | Formato: 14 x 21,5 cm. | PVP: 15,50 € | Publicación: 25 de Junio de 2012
Youma
Lafcadio Hearn
Martinica, una pequeña isla del Caribe bajo el protectorado de Francia, era un paraíso natural donde la vida transcurría despreocupadamente, en mitad de una exuberante vegetación y de un paisaje excepcional. En 1848, cuando el gobierno republicano se hizo con el poder en París, los rumores sobre el final de la esclavitud recorrieron la isla, despertando el miedo y la incertidumbre en los amos y una felicidad llena de esperanza en los esclavos.
Youma es una guapa y joven esclava criada en la lujosa ciudad de Saint-Pierre, ahijada de su ama, la aristócrata Madame Peyronnette, e íntima amiga de la hija de ésta. Cuando estallen las primeras revueltas de esclavos, y al tiempo que conoce el primer amor, Youma habrá de decidir si unirse a los de su raza o mantenerse fiel a la que ha sido siempre su única familia. Un conflicto que Hearn refleja con una sutileza y una inteligencia fuera de lo común para su tiempo, en una novela con una prosa tan musical como poderosa y sutil, tanto que consigue ofrecernos, sin maniqueísmos, un verdadero ideal de justicia incluso por encima de las causas justas.
«La obra de Lafcadio Hearn está hoy más viva que nunca. Sus relatos japoneses y sus novelas sobre el Caribe tienen un poder visual y de evocación extraordinarios». Julián Rodríguez, RNE.
PÁGINAS DEL LIBRO
LA DA, DURANTE LOS VIEJOS TIEMPOS COLONIALES, disfrutaba de una posición elevada en las casas adineradas de Martinica. La da era normalmente una negra criolla -con más frecuencia de tono oscuro que de claro- y era habitual que fuera una capresse en vez de una mestive; pero en su caso particular el prejuicio del color no le afectaba. La da era una esclava; pero ninguna liberta, sin importar lo bella o culta que fuese, podía disfrutar de los privilegios sociales que tenían algunas das. La da era tan respetada y querida como una madre: era al mismo tiempo una nodriza y una enfermera. Porque el niño criollo tenía dos madres: la madre blanca y aristocrática que le dio a luz, y la madre adoptiva de piel oscura que le proporcionaba todos los cuidados, que lo amamantaba, lo bañaba, le enseñaba a hablar en el estilo dulce y musical de los esclavos, lo llevaba en brazos para contemplar el hermoso paisaje del Trópico, le contaba cuentos fascinantes por las noches, lo arrullaba hasta que se quedaba dormido y se preocupaba de cualquier cosa que quisiera, de día o de noche. No era de extrañar que, durante la infancia, la da fuera más amada que la madre blanca: cuando había alguna preferencia muy marcada, ésta era casi siempre en favor de la da. El niño pasaba mucho más tiempo con ella que con su verdadera madre: sólo ella satisfacía todas sus pequeñas necesidades; él la encontraba más paciente, más indulgente, quizá incluso más afectuosa que a la otra. La propia da tenía el espíritu de un niño, hablaba con el lenguaje de los niños y le divertían las cosas infantiles: ingenua, juguetona, cariñosa; ella comprendía los pensamientos, los impulsos, las aflicciones y los defectos del pequeño de una forma de la que la madre blanca no siempre era capaz: ella sabía instintivamente cómo calmarlo en cualquier ocasión, cómo avivar y acariciar su imaginación; entre sus naturalezas reinaba una armonía absoluta, una feliz comunión de lo que les gustaba y lo que no, una comprensión perfecta del placer animal del ser.