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Ficha técnica

Título: Y Seiobo descendió a la Tierra | Autor:  László Krasznahorkai | Traducción:  Adan Kovacsics | Editorial: Acantilado | Colección: Narrativa del Acantilado, 252 |  Páginas: 464 | Formato: 13 x 21 | Encuadernación: Rústica cosida  | ISBN: 978-84-16011-45-2 | Precio: 28 euros

Y Seiobo descendió a la Tierra

László Krasznahorkai

ACANTILADO

Seiobo, una deidad japonesa que tiene en su jardín un melocotonero que florece cada trescientos años y cuyo fruto da la inmortalidad, decide volver a la Tierra en busca de un atisbo de perfección: la belleza, por fugaz que sea, revela lo sagrado, que a menudo apenas somos capaces de soportar. En su viaje, Seiobo explora el Japón que perpetúa algunos rituales desde hace siglos; contempla la pintura en la Rusia medieval o en la Italia del Renacimiento; escucha la música del Barroco y sobrevuela la Acrópolis de Grecia, la Alhambra de Granada o la Pedrera de Barcelona. Una obra melancólica y turbadora en la que Krasznahorkai indaga en el extraordinario consuelo de la belleza y nos ofrece su singular perspectiva de la inmanencia.

«Krasznahorkai es uno de los grandes inventores de nuevas formas  en la literatura contemporánea». The New York Review of Books

«Una reveladora defensa de las grandes creaciones del arte y del espíritu en un mundo fascinado por la ciencia y la tecnología».
The Washington Post

«Con un pie en la vida y el otro en Dios, con un pie en la tierra y otro en el infierno, Krasznahorkai nos ayuda a descubrir las aterradoras bellezas de este mundo. Y lo hace en un libro abundante, precioso y detallado que recomiendo encarecidamente». Ignasi Mena, Llegir en cas d’incendi

«Krasznahorkai tiene algo que le hace único. Un estilo propio arrollador formado por una prosa sin puntos que convierten cada capítulo en unos pocos, cuando no en un único, párrafos. […] ‘Y Seiobo descendió a la Tierra’ es un compendio de historias escritas de forma incuestionable por la mano de uno de los escritores contemporáneos más fascinantes». El lamento de Portnoy

I

EL CAZADOR DEL RIO KAMO

Todo se mueve a su alrededor como si por una vez hubiese llegado allí el mensaje de Heráclito, superando cuantos obstáculos encontró en el camino, transportado por una corriente profunda desde una distancia inconmensurable, porque el agua se mueve, fluye, viene y se aleja, se agita la seda del viento, oscilan las montañas en la canícula, y tremola y vibra también el calor en el paisaje, al igual que las pequeñas islas cubiertas de hierba alta y esparcidas por el cauce del río y cada una de las pequeñas olas que trastabillando se precipitan por el dique bajo y lo mismo cada una de las partículas inasibles y fugaces de esas olas que pasan como una exhalación y cada rayo de luz que se enciende en el manto de los pasajeros elementos, así como las gotas luminosas, imposibles de asir con palabras, chispeantes y dispersas que aparecen en la superficie y se desintegran en el acto, las nubes que se arremolinan, el nervioso y tembloroso cielo azul en lo alto, el sol, cuya presencia radiante y cegadora, concentrada en una fuerza inmensa e indescriptible, se extiende brillando con frenesí a toda la creación del momento, los peces y las ranas y los insectos y los pequeños reptiles en el río y los coches que progresan implacables por el asfalto humeante de las calles trazadas en paralelo a las orillas, los autobuses que pueden ser los de la línea 3 en el norte, o los de la línea 32 o los de la 38, luego las veloces bicicletas que se desplazan bajo los amplios diques de contención, los hombres y las mujeres que caminan a la vera del río por senderos abiertos o apenas insinuados en el polvo, y también los bloques de piedra puestos de manera artificial y asimétrica bajo la masa fluente del agua para frenarla, todo ello aparenta o experimenta que algo le sucede, que transcurre y avanza y anda y se hunde y se levanta y desaparece y reaparece y corre y fluye y se escurre por alguna parte, pero él no, él no se mueve en absoluto, el ooshirosagi, pájaro níveo y enorme, cazador que ni siquiera esconde su vulnerabilidad, que puede ser atacado a voluntad por cualquiera, él se inclina hacia delante, tensa y estira hacia abajo el cuello que tenía doblado en forma de S y estira también, siguiendo la misma línea, la cabeza mientras aprieta las alas contra el cuerpo, apoya las delgadas patas en puntos concretos bajo el agua, clava la vista en la superficie de la fúgida corriente, en la superficie, sí, a la vez que, al refractarse la luz, ve con toda nitidez cuanto sucede allá abajo por muy rápido que venga, se percata de que algo acude, de que algo va a parar allí, de que viene un pez, una rana, un insecto o un diminuto reptil con el agua que en ocasiones se frena un poco y enseguida espumea, y entonces se abalanzará sobre la presa con un movimiento rápido y preciso del pico y la alzará, no se verá exactamente qué, pues todo se producirá con la celeridad de un rayo, de tal manera que no se podrá ver, aunque sí saber, que se trata de un pez, de un amago, de un ayu, de un una, de un kamotsuka, de un mugitsuku, de un unagi o de otro pez, por eso se ha parado allí casi en el centro mismo de las someras aguas del río Kamo y por eso permanece allí en un tiempo cuyo paso no puede medirse pero que existe sin la menor duda, en un tiempo que no va ni para delante ni para atrás, sino que es una suerte de remolino que no avanza hacia ninguna parte, echado allí como una complejísima red, y la inmovilidad del cazador tiene que nacer y mantenerse contra una fuerza tan enorme que sólo podría asirse en su simultaneidad, pero es precisamente esto, el asirlo todo de forma simultánea, lo que resulta imposible, de suerte que sigue siendo inefable, no lo captan las palabras pensadas una por una para describirlo ni la totalidad de las palabras al alimón, y eso que él tiene que apoyarse en un solo instante a la vez y obstaculizar así cualquier movimiento y permanecer en solitario, por sí solo, en medio de la locura de los acontecimientos, en medio de un mundo ruidoso y agitado, en ese instante tendido como una red que luego lo cierra y lo encierra, es decir, tiene que detener su níveo cuerpo en el centro mismo del movimiento desenfrenado y oponer su inmovilidad a la fuerza gigantesca que se le echa encima desde todos lados, aunque mucho después sí se producirá, mucho después sí ocurrirá que volverá a participar en la locura total del movimiento desenfrenado y entonces se moverá él también, como todo, asestando un golpe con la velocidad de un rayo, pero por el momento solamente se encuentra en el instante que se cierra en torno a él, se encuentra en el comienzo de la caza.

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László Krasznahorkai

László Krasznahorkai, Gyula (Hungría) 1954, recorrió durante años el país después de estudiar en Budapest y ejerció diversas profesiones en pueblos y ciudades de provincias. Ha publicado, además de Melancolía de la resistencia (Acantilado, 2001), con la que se presentó a los lectores en lengua española, Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (Acantilado, 2005), Guerra y guerra (Acantilado, 2009), Ha llegado Isaías (Acantilado, 2009), Y Seiobo descendió a la Tierra (Acantilado, 2015), Tango satánico (1985), Circunstancias de gracia (1986) y El prisionero de Urga (1992). Varias de sus obras han sido llevadas al cine. En marzo de 2004 recibió del gobierno húngaro el Premio Kossuth, uno de los más prestigiosos de su país, por el conjunto de su obra, y en mayo de 2015, el Man Booker International 2015. Página web del autor Artículo en The New Yorker

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