Ficha técnica
Viví años de tormenta
Fernando Schwartz
A lo largo de treinta años, el tiempo que transcurre entre el atentado a Carrero Blanco en 1973 y el estallido de las bombas de Atocha en 2004, una gran familia del madrileño barrio de Salamanca asiste a la transición española con el miedo y la esperanza de quienes voluntaria o involuntariamente la protagonizaron.
Lola Ruiz de Olara, sexta hija de los marqueses de Villaurbina, recupera la memoria de aquellos años tormentosos: los amores, los odios, las tragedias y los conflictos de una generación a caballo entre dos siglos y entre dos modos de entender la vida.
En su lúcido diario, a veces atropellado y dolorido pero siempre lleno de ternura, inteligencia y humor, Lola va tejiendo la historia de su familia y de una España que se resiste a desaparecer mientras el país se asoma por fin al siglo XXI.
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El salón grande de Villaurbina era el no va más. Recorría el frente de mediodía de la casa casi de parte a parte. Tendría unos quince metros de largo por seis de ancho y el centro de la pared que daba al interior de la casa lo ocupaba la enorme chimenea de granito cuya boca era más alta que papá. En el centro de la repisa había una gran fotografía enmarcada en plata del rey Alfonso XIII vestido de maestrante de la Orden de Malta y dedicada «a los marqueses de Villaurbina con afecto, Alfonso, Roma, 1940». En la esquina derecha, una de don Juan y doña María («los reyes», los llamaba mamá, que era muy monárquica) con una dedicatoria «a José María Novoa, marqués de Villaurbina, con amistad, Lausanne, 1946». Y a la izquierda, una foto del abuelo vestido de caza. Encima de la chimenea colgaba un gran retrato también de él, sólo que muy joven y muy guapo, pintado por Philip de Lázsló, que había sido el retratista de toda la nobleza europea durante los primeros treinta años del siglo. El retrato de medio cuerpo de la abuela, también pintado por Lázsló, no estaba allí, sino que presidía el gran vestíbulo de entrada. Era de una belleza arrebatadora. El retrato, no mi abuela, cuyas facciones regulares de fuertes planos y nariz demasiado grande nunca me fueron muy atractivas. Sólo los ojos, de un azul intenso e inquisitivo, eran bellísimos, luminosos como el mar.