
Ficha técnica
Título: Vida de Manolo | Autor: Josep Pla | Presentación: Jorge Herralde | Traducción y prólogo: Jordi Amat | Editorial: Libros del Asteroide | |Precio: 16,95 € | Páginas: 168 | Formato: 20 x 12’5 cm. | Género: Ensayo | Fecha de publicación: 20 de octubre de 2008 | ISBN: 978-84-936597-3-8
Vida de Manolo
Josep Pla
Josep Pla había conocido a Manolo Hugué en Barcelona en 1919, cuando el escultor acababa de regresar a España tras la primera guerra mundial. Casi una década más tarde, en 1927, escribiría su biografía en «uno de los esfuerzos concentrados más febriles de mi vida».
De la mano del artista, Pla traza en Vida de Manolo contada por él mismo una semblanza memorable de Hugué, siguiéndole por Barcelona, París y Ceret, narrando las mil adversidades a las que tuvo que hacer frente para huir de la miseria. El lumpen y la vida cotidiana en Barcelona a finales del XIX, la bohemia parisina, el círculo artístico de Ceret, o las ideas éticas y estéticas del escultor son recogidos en esta biografía con extraordinaria viveza.
Pla sometió el texto a sucesivas revisiones y modificaciones, limando dos de sus características esenciales: la frescura y la autenticidad. Esta nueva traducción recupera el texto de la primera edición del libro, que llevaba más de setenta años sin ser publicado.
Por la densidad humana del personaje que palpita en sus páginas, el libro es referencia ineludible de la biografía del siglo XX en España y uno de los más logrados de su autor.
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En el mes de mayo de 1927 pasé unos días en Port-Vendres de los que conservo un recuerdo muy agradable. Fue precisamente en Port-Vendres donde decidí trasladarme a Ceret para visitar al escultor Manolo Hugué. Me habían dicho que había sufrido un achuchón muy fuerte y que se había pasado más de siete semanas en una clínica de Perpiñán. Aunque fuese tan sólo para darle la enhorabuena, el viaje era obligado. Además, hacía muchos años que no nos veíamos y cualquiera que lo haya tratado sabe que es una de esas personas que se echan en falta. La última vez que nos habíamos visto fue en un pueblecito de la Cerdaña, cerca de Bourg- Madame. Aún me parece verlo sacando la cabeza por la estrecha ventana de la casa de payés donde vivíamos, espiando con un temor infantil y nada disimulado, rascándose el cráneo reluciente, la otra mano en el anca, las nubes sobre las montañas, escuchando, con horror sagrado, los truenos lejanos…
Yendo hacía allí, al cambiar de tren en Elna, encontré a otro amigo, el escultor leridano Biosca, que había conocido en el taller de Arístides Mallol en Marly-le-Roy. Tuve la típica satisfacción de cuando encuentras a un buen amigo y te da una sorpresa. Y es que Biosca me dijo que en aquel momento trabajaba en el taller de Manolo y que podía decirse que vivían juntos. Le respondí que precisamente iba a Ceret para ver a su jefe y todos quedamos satisfechos y encantados. Pero al llegar a Ceret, Madame Manolo nos dijo que su marido se había ido a Prats de Molló porque el médico le había recetado aire fino, agua fresca y vida montañesa. Decidimos subir hacia allí, todos juntos, al día siguiente.
Aquella tarde Biosca me hizo conocer Ceret, que es una divinidad. Era primavera y rodeaban la villa unos viñedos recién podados, cerezos cargados de fruta primeriza y huertos inclinados, en una claridad angelical. En cada árbol había un ruiseñor y todos cantaban sin cesar. Tantos había que un pintor norteamericano que encontré tomando el aperitivo en el café principal me dijo que no le dejaban dormir y que debía tomar veronal. Aquel hombre era probablemente un gran artista y además un perfecto animal.