Ficha técnica
Título: Una bandada de cuervos | Autor: Denji Kuroshima | Traducción: Yoko Ogihara y Fernando Cordobés| Prólogo: Zeljko Cipris | Ilustración: Akira Kusaka | Editorial: Ardicia | Páginas: 176 | ISBN: 978-84-941235-8-0 | Precio: 16,90 euros
Una bandada de cuervos
Denji Kuroshima
Las historias agrupadas en Una bandada de cuervos recrean las durísimas condiciones de vida de soldados y civiles durante la llamada «Intervención siberiana» de 1918, que enfrentó a las tropas japonesas y al recién creado Ejército Rojo. El gélido paisaje estepario, inhóspito e indiferente a la suerte de los hombres, se convertirá en un poderoso símbolo del frío permanente que parece haberse instalado en el corazón de los seres humanos.
Kuroshima, una de las grandes personalidades de la literatura proletaria nipona, levanta un contenido pero emocionante homenaje a las víctimas que las sinrazones del poder van sembrando a su paso. Con una prosa deliberadamente sobria, cortante como el viento helador que recorre estas páginas, mantiene presente el recuerdo inextinguible de todos los «humillados y ofendidos», honrando finalmente su dignidad. Esa que, pese a sus truncados destinos, sus opresores nunca consiguieron arrebatarles.
Siberia Bajo la Nieve
I
Después de despedir en la estación a los soldados de su promoción que regresaban a casa y volver al cuartel, los dos se tumbaron en la cama mucho rato sin dejar de suspirar. No regresar con los demás significaba para ellos un año más allí.
E l año anterior en Siberia se había hecho muy largo y aburrido. Era el segundo de su carrera militar. Les asignaron a un hospital y, poco después, a su destino actual. Su regimiento, compuesto por unos cien hombres, embarcó en la ciudad de Tsuruga, en la prefectura de Fukui. Todos rondaban la misma edad. Llegaron para reemplazar a soldados que, en su mayoría, llevaban cuatro años de servicio, aunque los había que solo llevaban tres.
S iberia estaba cubierta por la nieve hasta donde alcanzaba la vista. Los ríos congelados servían como pistas estacionales sobre las que transitaban trineos tirados por caballos de carga. Para no resbalar en el hielo, los hombres se cubrían las suelas de las botas con paños, sin olvidar nunca taparse la cabeza con gorros de piel y abrigarse con prendas gruesas. A menudo, bandadas de cuervos de pico blanco se amontonaban sobre la nieve para dar cuenta encarnizadamente de cualquier cosa que pudieran encontrar.
Cuando la nieve se fundió, descubrió un campo seco, monótono, por donde empezaron a moverse manadas de caballos y vacas que no dejaban de relinchar y mugir. Al poco tiempo, las hierbas brotaron en las cunetas y el verde empezó a distinguirse en algunos prados y colinas. En una semana, el campo seco se tiñó por completo de verde, las plantas brotaron, los árboles alzaron sus ramas libres del peso de la nieve y las ocas y patos salvajes empezaron a revolotear por todos lados.