
Ficha técnica
Título: Thomas Wainewright, envenenador, y otros textos fulminantes | Autor: Oscar Wilde | Editorial: UDP | Colección: Vidas Ajenas |Páginas: 116 | ISBN: 978-956-314-273-0 |Precio: $10.000 / us$20
Thomas Wainewright, envenenador
Oscar Wilde
Aunque varios de los textos que componen este librito de apariencia breve no habían sido antes traducidos al castellano, no es ésa la principal gracia que el lector encontrará en ellos. Al decir del traductor y encargado de la selección, Juan Manuel Vial, estos escritos nos muestran a un Oscar Wilde desconocido, que no figura, ni siquiera como espectro, en sus grandes obras literarias. Preocupado de asuntos espectaculares, como la existencia de aquel admirable envenenador llamado Thomas Wainewright, y de otros más cotidianos, como la decoración del hogar, la filosofía del vestir, las peculiaridades de los habitantes de Estados Unidos y las vicisitudes de las modelos y los modelos en Londres, Wilde se revela aquí como un férreo defensor del buen gusto, sin privarse, claro que no, de lanzar dardos emponzoñados en contra de los falsarios, los académicos y todos quienes, siguiendo una u otra moda, acabaron construyendo horrores, ya fuera en el arte o en la vida misma.
PRÓLOGO
JUAN MANUEL VIAL
Haber descubierto a Oscar Wilde siendo niño marcó de una manera insospechada mi posterior trayectoria como lector. Sus cuentos fueron el primer enganche poderoso que recuerdo con el acto de leer, y es llamativo que con el paso de los años, y ya irremediablemente aporreada la memoria tras décadas de abusos, todavía sea capaz de revivir las impresiones infantiles que me produjeron «El gigante egoísta» y «El fantasma de Canterville», por nombrar un par de relatos conocidos. Wilde, no tengo dudas al respecto, fue mi primer escritor favorito. Y hasta el día de hoy sigue siendo un parámetro al que recurro, con mayor o menor grado de conciencia, con mayor o menor voluntad, la hora de encasillar a sus pares.
Hubo una época, mucho después de su muerte, en la que a Wilde se le consideraba un autor frivolón. Y hasta hace poco todavía era posible encontrar en el mundo angloparlante gente que así pensaba. En algún momento de la primavera de 1998, en un bar ubicado en la calle M de la ciudad de Washington, le oí pronunciar a cierto parroquiano una pachotada no solicitada, ya que desde nuestra mesa, donde efectivamente se hablaba de Wilde, nadie había requerido su conversación. ¿Acaso no es Wilde, planteó el hombre con desafiante desdén, un escritor demasiado citable? (quotable, en inglés, suena peor).