Ficha técnica
Título: Sangre y rabia | Autor: Michael Burleigh | Editorial: Taurus | Precio: 24 € | Páginas: 736 | Colección: Historia | Publicación: Octubre de 2008 | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-306-0675-7 | EAN: 9788430606757
Sangre y rabia
Michael Burleigh
Sangre y rabia arroja nueva luz sobre la amenaza mundial del terrorismo, que previsiblemente seguirá atormentándonos durante las próximas décadas. El historiador Michael Burleigh se centra en las acciones y en la historia de vida de los terroristas, y no tanto en la ideología que está detrás de sus motivaciones.
Este libro aborda el terrorismo como profesión, como cultura y como modo de vida y muerte, aspectos de la situación que suelen desatenderse. Burleigh nos lleva más allá de las enrevesadas justificaciones morales y destapa la realidad -unas veces miserable, otras sobrecogedora y otras sencillamente criminal- del terrorismo moderno, desde sus orígenes en el nacionalismo irlandés, los revolucionarios rusos y los anarquistas internacionales, hasta las diferentes campañas terroristas que acompañaron a la descolonización. La actividad de grupos de extrema izquierda como la banda Baader-Meinhof o las Brigadas Rojas fue efímera en comparación con la lucha terrorista nacionalista llevada a cabo por ETA o el IRA, que a su vez han sido eclipsados por la violencia yihadista internacional.
El alcance panorámico del libro nos recuerda que todos los habitantes del mundo civilizado, desde Argel y El Cairo hasta Yacarta o Singapur, están juntos en esta larga guerra entre civilizaciones y en este caos.
CAPÍTULO 7
EL TERROR EN LOS PAÍSES PEQUEÑOS
«AFILADA COMO UN HACHA Y SIGILOSA COMO UNA SERPIENTE»: ETA
Los vascos han habitado los 22.000 kilómetros cuadrados de una región que se extiende por la frontera franco-española y que llaman Euskal Herria desde hace mucho tiempo. Exactamente cuánto es un tema sujeto a discusión. Muchos nacionalistas vascos alegan que su presencia es aborigen. Hay antropólogos vascos que creen que éstos descienden de seres bípedos que habitaban cuevas y llegaron a adquirir forma humana sin que durante su evolución tomaran contacto con nadie más. El hecho de que el lenguaje vasco, el euskera, sea autóctono, es decir, que no esté relacionado con las lenguas indoeuropeas de sus vecinos de Europa, sirve para alimentar aún más el sentimiento de singularidad. Contribuye igualmente la convicción de haber sido víctimas del colonialismo español, un agravio que los vascos analizan compulsivamente, como quien usa la lengua para tantear un diente cariado.
Los vascos creen en una versión política de la caída de la gracia original, de la pérdida de las libertades históricas. La única vez en la que el País Vasco fue una entidad política individual data de cuando estuvo incluido dentro del Reino de Navarra. En la Edad Media los reyes castellanos se anexionaron su territorio, otorgando a los vascos derechos particulares (fueros). Con el fin de neutralizar a los batalladores señores de la guerra vascos, los monarcas castellanos concedieron derechos nobiliarios a los habitantes de las provincias vascas, Guipúzcoa y Vizcaya. Esto significaba que los vascos eran «hidalgos» con el derecho a servir en la administración del incipiente imperio español. Quedaban exentos del servicio militar y disfrutaban de importantes privilegios fiscales regionales. No había tasas a la importación de los productos extranjeros que entraban en la región, a la vez que los vascos conservaban la capacidad de gravar los productos agrícolas procedentes del resto de España.
En el siglo XIX estas medidas proteccionistas ya no eran apropiadas para los manufactureros vascos de las prósperas ciudades industriales pero ponían a salvo los medios de subsistencia de muchos campesinos humildes. Otra línea de división, esta vez política, se abrió con las dos guerras carlistas de 1833-1840 y 1873-1876. La sucesión a la Corona española fue cuestionada por un bando liberal, que respaldaba la línea femenina representada por Isabel, todavía una niña, mientras que los reaccionarios navarros se aglutinaron en torno a su tío don Carlos. El campo luchó por Dios y por el rey -ya que, como punto de partida de la reconquista medieval y origen del fundador de los jesuitas, san Ignacio de Loyola, el campo vasco era católico militante-mientras que los habitantes urbanos de Bilbao y otras ciudades apoyaban a los liberales. Los liberales abolieron los fueros, excepto en Navarra, que se las arregló para conservarlos, lo que condujo a una acusada actitud de distancia entre Navarra y el resto de las provincias vascas. Así, mientras que los vascos reclaman a Navarra como su centro histórico, la mayoría de los navarros, incluyendo aquellos que hablan euskera, no se consideran a sí mismos como primeramente vascos. La ruptura generalizada del orden público en España tras estas guerras condujo a un aristócrata navarro a fundar la Guardia Civil, con sus peculiares tricornios que, irónicamente, a ojos de los nacionalistas se convirtieron en el símbolo más visible del gobierno colonial español en estas provincias del norte.