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El terrorista solitario

Urge redefinir la gramática del terror. No es necesario pertenecer a una organización para ser un terrorista. También existe el terrorista solitario, que trabaja únicamente para su propio yo.

 

 

El copiloto alemán de la tragedia de los Alpes podría ser incluido en ese perfil de confirmarse las sospechas.

El terrorista solitario tiene su propia contabilidad, como indicaba el malogrado escritor B.S. Johnson en su novela La contabilidad privada de Christie Malry. Algunos tienen incluso una libreta en la que van apuntando las afrentas, con su valor negativo que es necesario contrarrestar por medio de un acto brutal.

Al referirnos al terrorista solitario podríamos estar hablado de un perfil más común de lo que creemos. Muchos terroristas afiliados a organizaciones criminales podrían ser también terroristas solitarios y deseosos de matar, que buscan la protección de estas corporaciones para burlar su asfixiante y enloquecida soledad.

Aunque estamos hablando de conjeturas más o menos justificadas, y habrá que saber más sobra la personalidad del copiloto que protagoniza todas las portadas de los periódicos, una cosa me sorprende de su fotografía más difundida: Andreas Lubitz se halla tranquilamente sentado y sonriente al borde de un abismo. No todos se sentarían sobre ese pretil de forma tan desenvuelta y jovial. Unos centímetros más allá de su pierna derecha parece abrirse el vacío. Me lo confirma parcialmente Lourdes Unanua, una amiga de San Francisco, que me dice en un correo:

 

El pretil en cuestión es un punto de mira desde el cual se divisan unas espectaculares vista de la bahía y de la ciudad que reluce al fondo como si fuera una joya metálica. Este pretil está sobre un promontorio de rocas y arbustos; no da directamente al vacío, pero si te caes vas rodando hasta el océano. Este lugar es lo que se llama el comienzo de Marin Headlands”. Si yo fuese psicólogo tendría en cuenta este detalle tan ínfimo y a la vez tan significativo: este detalle inconsciente en una imagen que quiere ser un autorretrato.

 

(Dicho lo cual vienen los añadidos que añaden siniestrez a lo siniestro: empieza a sospecharse que si el suicidio no se considera una negligencia, se dará la indemnización mínima, circunstancia que lo pone todo patas arriba una vez más. Otra inquietud a añadir: ¿Por qué el fiscal de Marsella está tan seguro de lo que ocurrió? De nuevo las compañías aéreas están de enhorabuena. Pero uno tienede a pensar que las indemnizaciones tendrían que ser las máximas justamente por tratarse de un hecho volunario y salvaje, producto de la negligencia psicológica de la empresa, que contrató a la persona menos adecuada, y sobre la que se cernía la sombra de la depresión).

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27 de marzo de 2015
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