
Ficha técnica
Título: Sangre, sudor y lágrimas | Autor: John Lukacs | Traductor: Ramón García | Editorial: Turner | Precio: 10 € | Páginas: 128 | Fecha de publicación: Septiembre 2008 | Formato: Rústica con solapas 22 x 14 | Género: Ensayo histórico | ISBN: 978-84-7506-861-9
Sangre, sudor y lágrimas
John Lukacs
El 13 de mayo de 1940, Churchill pronunció su primer discurso como Primer Ministro. Europa estaba en crisis: tres días antes, Hitler había invadido Francia y Holanda. El gobierno inglés, muy tocado por las acusaciones de no estar enfrentándose con suficiente vigor a Alemania, confió el mando a Churchill entre el escepticismo general. «Nunca he creído en él», declaraba un diputado. «Es un desastre», decía otro.
Pero Churchill fue el único que supo medir el riesgo al que se enfrentaba la civilización occidental. El único que no subestimó a Hitler. Y fueron sus decisiones, sus alianzas y, sobre todo, sus palabras, las que ganaron una guerra que estuvo a punto de perderse. «Sangre, sudor y lágrimas» fue una las promesas de ese primer discurso, y el punto de partida de una narración apasionante con la que Lukacs nos relata los entresijos de un momento que cambió la historia.
I
No tengo nada que ofrecer,
salvo sangre, sudor y lágrimas.
Ciertas frases son recordadas, invocadas con frecuencia, por muy diversos motivos. El significado que cobran con el tiempo, la veneración que se les tributa, son el único testimonio de su valor. Así ocurre con toda obra de arte, trátese de una pintura o una partitura, almargen de cómo fuera recibida en el momento de su aparición. Un mal poema no perdurará, uno bueno sí. Pero consideremos por un momento otra cuestión: ¿qué significado tenía en el momento de su publicación? ¿Ha cambiado desde entonces?
En 1940, varios de los discursos de Churchill alteraron el curso de la historia de Inglaterra, de Europa y del mundo. Pero no fue ése el caso de «Sangre, sudor y lágrimas», al menos no el 13 de mayo de 1940, fecha en la que pronunció esas palabras.
Entonces, ¿por qué dirigir nuestra atención hacia ellas? ¿Por el sonido impresionante que cobran en retrospectiva? Sí, pero también por algo más. Proyectan un repentino halo subyacente -subyacente, no «superpuesto»- al sonoro timbre de la retórica de Churchill. Iluminan. Son el reflejo de algo inmanente y aún presente en su coraje. Churchill exultaba de coraje en mayo de 1940; a algunos, especialmente en el Reino Unido, les impresionó; otros hubieran admitido ese coraje pero lo hubieran calificado en otros términos: coraje, puede ser, pero el coraje de alguien intoxicado por sus propias ambiciones, inconstante, voluble, alguien que proclamaba imprudentemente lo que los italianos hubieran denominado su braggadocio, o, para utilizar un concepto muy inglés, su «orgullo antes de la caída». Llegado el momento, muchos de los hombres y mujeres decepcionados con Churchill descubrirían que estaban equivocados. Pero todavía no, no en esa fecha.
Lo que no sabían -y lo que muchos, incluidos ciertos historiadores, todavía no saben ni siquiera hoy, casi setenta años después- es que bajo el coraje de Churchill latía la comprensión de una catástrofe inminente, aún inimaginable para muchos: la de que era tarde, probablemente demasiado tarde, la de que Adolf Hitler estaba venciendo, iba a vencer, o estaba a un paso de vencer en la Segunda Guerra Mundial, su guerra.