Ficha técnica
Título: Adiós, hasta mañana | Autor: William Maxwell | Traducción de: Gabriela Bustelo | Editorial: Libros del Asteroide | |Precio: 15,95 € | Páginas: 176 | Formato: Rústica 20 x 12’5 cm. | Género: Novela | Fecha de publicación: 6 de Octubre 2008 | ISBN: 978-84-935914-8-9
Adiós, hasta mañana
William Maxwell
William Maxwell sitúa su novela más famosa en un pequeño pueblo del estado de Illinois, en el que dos familias comparten muchas cosas, tantas que los celos llevan finalmente a un asesinato. El crimen sacude la comunidad y rompe la amistad que unía a dos niños solitarios: el narrador de la novela -un chico que ha perdido a su madre recientemente- y Cletus, hijo del homicida; tras el suceso no volverán a hablarse.
Al narrador esa ruptura le afectará, pero no será hasta mucho después, casi cincuenta años más tarde, cuando se de cuenta de cuánto le ha marcado y vuelva sobre aquellos hechos: sobre su amistad con Cletus y sobre los acontecimientos que precedieron al asesinato.
Si en Vinieron como golondrinas Maxwell retrató la infancia y primera adolescencia y en La hoja plegada mostró el paso de la adolescencia a la edad adulta, en Adiós, hasta mañana explora las misteriosas fuerzas que nos obligan a examinar nuestro pasado. Construida a partir de sus recuerdos juveniles, Adiós, hasta mañana está considerada como su mejor novela, por la que obtuvo el American Book Award en 1980. Ahora se presenta en una nueva traducción.
1. Un disparo
El pozo de la cantera estaba a algo más de un kilómetro al este de la ciudad, era del tamaño de una laguna y tan profundo que los menores de dieciséis años te nían prohibido ir a nadar en él. Yo sólo lo conocía de oídas. Es un pozo sin fondo, decía la gente, y como a mí me maravillaba eso de que si cavas y cavas en línea recta acabas saliendo en China, me lo creía a pies juntillas.
Una mañana de invierno, poco antes del amanecer, los tres hombres que estaban allí cargando grava oyeron lo que les pareció un disparo. Aunque también podía haber sido el estampido de un motor de coche, en eso estaban todos de acuerdo. Al cabo de unos segundos, amaneció. No vieron a nadie acercarse a la cantera por el prado de enfrente ni por la carretera. Pero la detonación no provenía de un coche estropeado. Acababan de pegar un tiro a un aparcero llamado Lloyd Wilson y lo que habían oído era el disparo que le había matado.
En el juzgado de instrucción el tío de Wilson, un sesentón que llevaba años viviendo con él, declaró que cuando estaba dando de comer a los caballos vio pasar el quinqué de su sobrino de camino hacia el establo.
Entre las cuadras y el establo había unos ciento setenta metros de distancia. El hombre no oyó el disparo, ni tenía constancia de que esa mañana hubiera entrado ningún desconocido en la granja. Cuando sucedieron los hechos vivían allí el fallecido Wilson, sus dos hijos pequeños, de seis y nueve años, una guardesa de avanzada edad, y el tío, Fred Wilson.
Después subió al estrado la guardesa y declaró que en la última mañana de su vida Lloyd Wilson se levantó a las cinco y media como tenía por costumbre, se vistió y preparó dos fuegos. Mientras esperaba a que prendiera el de la chimenea de la cocina se quedó un rato con ella, hablando y haciendo bromas. Estaba de buen humor y salió de la casa silbando. Normalmente tardaba poco en ordeñar a las vacas y solía estar de vuelta en la cocina antes de que ella tuviera el desa yuno preparado. Como sabía que esa mañana él tenía que ir a la ciudad a recoger a un hombre que iba a ayudarle a desgranar unas mazorcas atrasadas, a las siete en punto dijo al hijo menor que fuera a ver por qué tardaba tanto su padre. Cuando el chico le pidió una linterna ella miró hacia la oscuridad tras la ventana y le dijo que no hacía falta, porque se veía la luz del quinqué en la puerta abierta del establo. Apenas habían pasado unos minutos cuando le oyó volver a entrar en casa. Estaba llorando. Al abrir el portón y llamarle, él le dijo: «¡Papá está muerto! Está ahí sentado con los ojos abiertos, pero está muerto…».