Ficha técnica
Título: Rumbo al Mar Blanco | Autor: Malcolm Lowry | Traducción: Ignacio Villaro | Editorial: Malpaso | Páginas 384 | ISBN: 978-84-16665-13-6 | Formato: 14 x 21 cm. | Formato: Tapa dura | Precio: 24 euros | Fecha: agosto 2017
Rumbo al Mar Blanco
Malcolm Lowry
En junio de 1944, Malcolm Lowry logró salvar las páginas de lo que se convertiría en su más famosa novela, Bajo el volcán. Se creía que Rumbo al Mar Blanco, el manuscrito de una novela en la que trabajaba sin descanso, se había perdido en el mismo fuego, pero ahora ha sido descubierto.
Lowry vivía en una cabaña de la costa del Pacífico de Canadá, cuando esta se incendió. En un telegrama, el autor explicaba que, Bajo el volcán se había salvado, pero que se había perdido otro libro que iba a ser parte de una trilogía. Se refería a Rumbo al Mar Blanco, una novela con tintes autobiográficos sobre un estudiante de Cambridge que quiere ser novelista pero que está convencido de que su libro y, en cierta manera, su propia vida, ya han sido escritos por un novelista noruego.
Rumbo al Mar Blanco es un trabajo imponente en el que el escritor lucha contra sus demonios y sus propias incertidumbres ideológicas mientras ofrece una visión de la política en la formación en los años de entreguerras. Una novela introspectiva y épica a la vez, en la que la magistral prosa del autor se pone al servicio de una obra cautivadora que está llamada a ser un clásico y que, con retraso, llega a nosotros para quedarse.
«Lowry era un escritor con el dominio del lenguaje de un poeta y la capacidad de convertir detalles autobiográficos en verdades universales de un novelista.» Los Angeles Times
«Una obra fáustica.» Anthony Burgess
«Una de las novelas más sobresalientes de este siglo.» The New York Times
1
Quizá siempre desandemos con nocturnidad
el trecho que fatigosamente
hemos ganado bajo el sol del verano.
RILKE
Los dos universitarios contemplaban la vieja ciudad inglesa desde lo alto de Castle Hill. Subidos al montículo de hierba que hay frente a la prisión, hasta los tejados más altos de Cambridge quedaban a sus pies; las calles presentaban un aspecto impoluto y desértico a la luz vespertina del invierno mientras una neblina solar se derramaba en cascadas hasta la lejanía entre muros, torres y terrazas. Desde la estación, que nunca reposaba, un viento bronco les llevaba el fragor de las locomotoras cuando estas arrancaban para cambiar de vía los somnolientos vagones; de cuando en cuando, sin embargo, cesaba el estrépito ferroviario dando paso a las voces de los remeros en el río o al cañonazo del tráfico, que subía de volumen con la misma presteza con que los otros ruidos se apagaban. A oídos de los hermanos llegaban los gritos de ánimo de un partido de fútbol o el súbito bullicio de las zanfoñas en la explanada de la feria: pero estos cúmulos de sonidos, cada uno un hola y un adiós procedente de su propia objetividad, se desvanecían casi al tomar cuerpo, como el gruñido de los aviones que velozmente se disipa hasta convertirse en un suspiro dentro del vendaval.
De pie junto al poste que señalaba el lugar del último ahorcamiento en el montículo, con el pelo clarísimo al aire, tenían los ojos brillantes por el sol y el viento aunque la desesperación les pisara los talones, y como dos náufragos en una balsa se los protegían contra alguna esperanza que se esfumaba ante un mundo plano, mientras a su alrededor rompía el oleaje y los rociaba no de mar, sino de polvo y paja. Para Sigbjørn, el más joven, el sollozo del viento en torno a la prisión sonaba igual que el viento en las jarcias de un barco; le parecía escuchar en el aire los hilos telegráficos repitiendo el lamento fúnebre de la antena de radio en la Bahía de Bengala, y el golpeteo de algún postigo flojo bien habría podido ser el crujido de las tracas de un barco que se bamboleara en una fuerte marejada; pero, si bien volvía a sentir esa particular angustia del mar, él, que había sido marinero, detectaba también dentro de sí, por primera vez en varias semanas ahora que Tor había vuelto de una breve estancia en Londres, el cisma que los separaba y, con cierto narcisismo, el ir y venir de la marea de los muy diversos sentimientos del otro.