Ficha técnica
No soy Sidney Poitier
Percival Everett
Portia Poitier era una mujer preclara. No solo llamó No Soy Sidney a su hijo cuando
nada permitía aún vislumbrar el asombroso parecido que el bebé iba a tener con Sidney Poitier, el guapo y célebre actor afroamericano. También compró acciones de la otrora desconocida Turner Broadcasting Corporation en número suficiente para hacer de No Soy Sidney un hombre riquísimo. Algo que lo ayudará, sin duda, a la hora de enfrentarse a la marginación, las burlas y los acosos de todo tipo a los que lo exponen su estrafalario nombre y su color de piel.
En una América supuestamente posracial y sin clases -aunque sea simplemente porque nadie distingue a un negro de otro, a un marginal de un pobre-, No Soy Sidney Poitier reflexiona sobre el vicio de definir a las personas por lo que no son, y tiene la virtud eminentemente everettiana de mostrar con humor tristísimo cómo la propia identidad se construye, a veces hasta el delirio, en contra de los demás.
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Soy el fruto malhadado de un embarazo histérico, y sorprendentemente, por raro que pueda parecer, no soy ningún histérico. De hecho, soy una persona bastante tranquila; algunos dirían que imperturbable. Soy alto y negro, y el mundo me ve parecido al señor Sidney Poitier, algo que mi pobre madre, trastornada y ya fallecida, no podía saber cuando nací y me puso por nombre No Soy Sidney Poitier. Nací al cabo de dos años de una gestación histérica, y quién sabe lo que pasa por la mente de una mujer embarazada que lleva tanto tiempo esperando el momento. Dos años. Al menos eso fue lo que me contaron.
Para que esta historia larga y triste quede abreviada y triste, así es como he colegido que ocurrieron las cosas: mi madre, célebre por sus ansias de tener un hijo, y también porque todos los que la conocían pensaban que era rara, extravagante y singular, y de la que todo el mundo sabía que no tenía pareja, un día anunció a sus vecinos, a los próximos y a los no tan próximos, que estaba embarazada. Éstos asintieron de una manera conveniente y comprensiblemente comprensiva, si no abiertamente condescendiente aunque benévola, pero más adelante, para gran sorpresa de todos, el horror de algunos y la perplejidad de la mayoría, la barriga de mi madre empezó a hincharse. Según todas las fuentes, la barriga le creció muchísimo, pero después de los más o menos nueve meses de rigor, no había ningún bebé. Antes de cumplir, recumplir y requetecumplir, mi madre había sufrido dos abortos histéricos, y ambos eran de conocimiento público y objeto de broma, por lo que había muchos motivos para dudar. Más adelante, después de diez, once, doce meses, seguía habiendo tan solo una barriga de piel oscura, tensa como un tambor, que cubría lo que muchos creían que era una pelota de voleibol, de modo que todo el mundo consideraba que mi demente madre, a pesar de la teoría del voleibol, estaba sufriendo, o quizá perpetrando, otro embarazo histérico, o más probable y exactamente, otro embarazo insano. Al cabo de veinticuatro meses nací por fin, y no precisamente de manera silenciosa, fijaos en lo que os digo, pues mi madre despertó a mucha gente por esa emergencia, al principio llamando a sus puertas, después aullando como un coyote, de manera que mi aparición en el mundo, bien documentada, contó con la asistencia de unas pocas y perplejas personas, que se lo contaron a otras muchas igualmente perplejas, cuya actitud predominante fue la indiferencia.