Skip to main content

Ficha técnica

Título: No hay silencio que no termine | Autora: Ingrid Betancourt | Editorial: Aguilar | Género: Ensayo | ISBN: 9788403101401 | Páginas: 712 | Formato:  15 x 24 cm. | Encuadernación: Rústica | PVP: 22,00 € | Publicación: 1 de Septiembre 2010

No hay silencio que no termine

Ingrid Betancourt

AGUILAR

Había perdido toda mi libertad y, con ella, todo cuanto me importaba. Alejada a la fuerza de mis hijos, de mi madre, de mi vida y de mis sueños; con el cuello encadenado a un árbol…  en condiciones de la más infame humillación, conservaba, no obstante, la más preciosa de las libertades, que nadie podría arrebatarme jamás: la de decidir quién quería ser». Ingrid Betancourt

En 2002 Ingrid Betancourt, candidata a la presidencia de Colombia, fue secuestrada. No hay silencio que no termine es el relato de sus seis años y medio de cautiverio a manos de las FARC. Íntimo, terrible, intensamente personal, este testimonio de su propia aventura no se parece a ningún otro. He aquí un viaje al corazón de las emociones extremas, una meditación sobre la vida, sobre la condición del réprobo y sobre lo que significa ser humano.

 

1

LA FUGA DE LA JAULA

Había tomado la decisión de escaparme. Era mi cuarto intento de fuga, pero después del último las condiciones de nuestro cautiverio se habían vuelto aún más terribles. Nos habían metido en una jaula construida con tablas y un techo de zinc. Faltaba poco para el verano. Llevábamos más de un mes sin aguaceros en la noche. Y un aguacero nos era absolutamente indispensable. Noté que una de las tablas en una esquina de nuestro cuartucho empezaba a podrirse. Empujando la tabla con el pie logré rajarla lo suficiente para crear una abertura. Así lo hice una tarde, después del almuerzo, mientras el guerrillero de guardia cabeceaba, medio dormido, de pie, apoyado al fusil. El ruido lo asustó. Se acercó, nervioso, y le dio la vuelta entera a la jaula, despacio, como una fiera. Yo lo seguía, espiándolo por entre las rendijas de las tablas, conteniendo el aliento. Él no podía verme. Dos veces se detuvo, incluso pegó el ojo a un hueco y nuestras miradas se cruzaron por un segundo. El hombre saltó hacia atrás, espantado. Luego, como para recobrar su compostura, se plantó frente a la entrada de la jaula. Esa era su revancha: no quitarme los ojos más de encima.

     Evitando su mirada empecé a hacer cálculos. ¿Podríamos pasar por esa quebradura? En principio, si cabía la cabeza, cabría el cuerpo también. Recordaba mis juegos de infancia: me veía escurriéndome por entre las rejas del parque Monceau. Siempre era la cabeza la que lo bloqueaba todo. Ahora ya no estaba tan segura.

El asunto funcionaba para un cuerpo de niño, pero, ¿serían iguales las proporciones de un adulto? Aunque Clara y yo estábamos bastante flacas, me inquietaba un fenómeno que había comenzado a notar algunas semanas atrás. A causa de nuestra inmovilidad forzada, nuestros cuerpos habían comenzado a retener líquidos. Era muy visible en el caso de mi compañera. En cuanto a mí misma, me costaba más trabajo juzgar, pues no teníamos espejo.

     Se lo había mencionado a ella, y esto la había fastidiado profundamente. Ya habíamos intentado escaparnos otras veces y el tema se había convertido en motivo de fricción entre nosotras. Nos hablábamos poco. Ella estaba irritable y yo andaba presa de mi obsesión. No podía pensar en nada que no fuera la libertad, en nada diferente de cómo huir de las garras de las FARC.

     Me pasaba el día entero haciendo cálculos. Preparaba en detalle el material necesario para la fuga. Le daba mucha importancia a cosas superfluas. Pensaba, por ejemplo, que no podía irme sin mi chaqueta. Olvidaba que la chaqueta no era impermeable y que, al mojarse, podría pesar toneladas. Me decía, también, que debíamos llevarnos el mosquitero. «…Hay que ponerle mucho cuidado a lo de las botas. Por la noche, siempre las dejamos en el mismo lugar, a la entrada de la jaula. Hay que empezar a ponerlas adentro, para que se acostumbren a no verlas cuando dormimos… Tenemos que conseguir un machete, para defendernos de las fieras y para abrirnos camino. Va a ser bien difícil. Todos están prevenidos. No han olvidado que logramos quedarnos con uno, cuando estaban construyendo el anterior campamento… Llevar tijeras, a veces nos las prestan. También hay que pensar en las provisiones. Hay que ir haciendo reservas sin que se den cuenta. Todo debe quedar envuelto en talegos de plástico para cuando nos toque meternos en el río. Es muy importante estar lo más livianas posible. Y me voy a llevar mis tesoros: por nada del mundo dejo las fotos de mis hijos ni las llaves de mi apartamento». 

     Me la pasaba el día entero tramando, volteando todo esto una y otra vez en mi cabeza. Mil veces hacía mentalmente el recorrido que debíamos seguir al salir de la jaula. Calculaba todo tipo de parámetros: dónde debía de estar el río, cuántos días necesitaríamos para encontrar ayuda. Imaginaba horrorizada el ataque de una anaconda en el agua, o el de un caimán gigante, como ese que había visto: los ojos rojos y brillantes, bajo el foco de la linterna de un guardia cuando bajábamos por el río. Me veía frenteando un tigre, pues los guardias me habían hecho de ellos una descripción feroz. Trataba de pensar en todo lo que podía producirme miedo, con el fin de prepararme psicológicamente. Estaba decidida a no permitir que nada me detuviera.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

profile avatar

Ingrid Betancourt

Ingrid Betancourt nació en Bogotá, Colombia, en 1961. Su padre, Gabriel Betancourt, fundador de Icetex, fue ministro de Educación y subdirector de la Unesco. Su madre, Yolanda Pulecio, creó el Albergue Infantil de Bogotá, fue senadora y embajadora. Ingrid vivió en Francia, donde estudió Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París. En 1989 regresó a Colombia para dedicarse a la política. Asesora de los ministros de Hacienda y de Comercio Exterior entre los años 1990 y 1994, fue elegida representante a la Cámara en 1994, creó el partido Oxígeno Verde en 1997 y fue elegida senadora en 1998 con una votación récord en su país. En 2002, siendo candidata presidencial de Colombia, fue secuestrada por la guerrilla de las FARC. Después de seis años y medio de cautiverio, en 2008 el ejército colombiano la rescató junto a otros catorce secuestrados durante la reconocida Operación Jaque. Tras su regreso a la libertad, Ingrid recibió la Legión de Honor francesa, fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2008, obtuvo el World Women's Award 2009 y fue nominada al premio Nobel de la Paz. Ingrid Betancourt tiene dos hijos, Melanie y Lorenzo Delloye, entre quienes reparte su nueva vida.

Obras asociadas
Close Menu