Ficha técnica
Neuroética. Cuando la materia se despierta
Kathinka Evers
¿Por qué la evolución de las funciones cognitivas superiores produjo seres morales en lugar de seres amorales? ¿Qué significa para un animal «actuar como un agente moral»? ¿De dónde viene nuestra predisposición a producir juicios morales? Surgida del avance reciente de las neurociencias, la neuroética ha hecho suya la tarea de investigar las respuestas a preguntas de ese tipo. Porque el cerebro no es -como muestran las neurociencias- una especie de procesador que recibe datos del entorno y los elabora produciendo resultados de manera estrictamente determinista; es, antes bien, dinámico y variable, activo de manera consciente y no consciente, y su arquitectura está sujeta al impacto social, en especial debido al considerable peso de las improntas culturales almacenadas en él epigenéticamente. Esta nueva concepción del cerebro introduce modificaciones profundas en nociones fundamentales tales como las de conciencia, identidad, yo, integridad, responsabilidad personal y libertad. Interfaz entre las ciencias empíricas del cerebro, la filosofía del espíritu, la ética y las ciencias sociales, la neuroética se ocupa de los beneficios y los peligros potenciales de las investigaciones modernas sobre el cerebro y se interroga también acerca de la conciencia, el sentido de sí y los valores.
INTRODUCCIÓN
Poco a poco, el cerebro humano comienza a comprenderse a sí mismo. Es un hecho único en la historia, y apenas estamos en el comienzo de semejante proceso.
La libertad de estudiar la conciencia fue conquistada al término de luchas difíciles en la historia humana. En el curso de nuestro pasado intelectual, el espíritu humano resistió con terquedad las capacidades analíticas que distinguen al Homo sapiens del resto de los animales; y, tradicionalmente, el estudio sistemático de la conciencia fue descartado a la vez por el poder religioso, que lo consideraba «blasfematorio» (sobre todo en virtud del hecho de que amenazaba el dogma dualista de un alma inmortal que nos habría dado Dios), y por las escuelas de pensamiento científicas y no religiosas de los siglos xix y xx, que rechazaban simplemente como «no científico» todo uso de términos mentales. La naturaleza de la conciencia, por lo tanto, ha sido principalmente un objeto de estudio para el pensamiento abstracto, tal como la filosofía, y fue desterrada del campo de la ciencia empírica hasta un momento avanzado del siglo xx. Antes, el animal que había desarrollado de manera tan impresionante su capacidad de comprender y manipular su entorno mediante la ciencia y la tecnología tenía una comprensión comparativamente menor de la arquitectura y el funcionamiento del órgano que le había permitido llevarlo a cabo: el cerebro consciente y pensante. En consecuencia, tampoco tenía más que un conocimiento muy rudimentario de sí mismo.