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Ficha técnica

Título: Museo animal | Autor: Carlos Fonseca | Editorial: AnagramaColección: Narrativas hispánicas | Páginas: 448 | Fecha: Sept-2017 | ISBN: 978-84-339-9840-8 | Precio: 21,90 euros | 

 

 

Museo animal

Carlos Fonseca

ANAGRAMA

En medio de la euforia por la llegada del nuevo milenio, un museólogo caribeño recibe, de parte de una reconocida diseñadora de moda, una invitación a colaborar en una extraña exposición. Los une su gran interés por las formas del mundo animal. Siete años más tarde, frustrada la muestra, recupera -tras la muerte de la diseñadora- el archivo de su colaboración.

Comprende entonces, en una larga noche de insomnio y lectura, que tras aquel delirante proyecto se encontraban las claves para descifrar la enigmática historia familiar de la diseñadora: un vertiginoso rompecabezas global que desembocará en el esclarecimiento de un épico peregrinaje político a través de la selva latinoamericana.

Con la figura del Subcomandante Marcos y su insigne pasamontañas como telón de fondo, a medio camino entre las conspiraciones conceptuales de Don DeLillo y las ficciones errantes de W. G. Sebald, esta novela traza, mediante la trama policial que engloba sus partes, un brillante rompecabezas narrativo que termina por confrontar al lector con ese momento decisivo en el que el arte, guiado por su irrefrenable pulsión política, extiende sus límites y se arriesga a convertirse en algo más: en vida, en pasión, en locura. Nos hallamos ante una obra sobre el arte del anonimato, un relato que nos retrata escondidos tras las máscaras de nuestros miedos.

Polifónica, caleidoscópica, Museo animal expone la ficción de un mundo atrapado entre la creencia y la ironía, entre la tragedia y la farsa. Una novela rabiosamente contemporánea, impresionantemente ambiciosa, que confirma a Carlos Fonseca como uno de los escritores más arriesgados de su generación y hace honor a los múltiples elogios que Coronel Lágrimas, su primera novela, recibió por parte de la crítica internacional.

 

La prensa dice:  

«Carlos Fonseca es un regalo de los dioses. Un escritor que escribe simulacros y espejismos como quien cincela bloques de mármol, un escritor de raza, indómito, cuya inteligencia procede de una imaginación torrencial» (Ricardo Baixeras, El Periódico).

«Prosa elegante y meditada, y una sorprendente capacidad para crear imágenes líricas… Cualquier relato que surja del dispositivo construido por Fonseca es susceptible de convertirse en una gran historia» (Miguel Ángel Hernández, La Opinión de Murcia).

«Un autor que va a por todas, a por la gran novela latinoamericana, desde el primer asalto» (Jesús Nieto Jurado, El Mundo).

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Durante años permanecí fiel a una extraña obsesión. Apenas alguien me hablaba de comienzos a mí me venía a la mente el recuerdo de un viejo pintor que durante mi infancia se dedicaba a pintar decenas de paisajes casi idénticos por televisión. Me llegaba la imagen del viejo barbudo envuelta en una solemne voz que nunca supe si era real o impostada. Segundos más tarde, cursi pero eficaz, llegaba la moraleja: la mejor manera de evitar un comienzo era imitar otro anterior. Yo, sin querer, acabé por tomarme en serio esa sabiduría de postal. Mientras el viejo se ponía a esbozar otro cuadro, repleto de arbolitos y montañas, yo me dedicaba a copiar algún comienzo que le robaba al recuerdo: un drible con el balón, una primera línea que de repente salía a flote, un giro con el cual comenzar una conversación. Nada estaba fuera del alcance de esa repetición inaugural. Así creí yo poder resguardarme durante años de esa horrible ansiedad que nos sobreviene al pensar que estamos haciendo algo nuevo. El viejo se ponía a pintar otro paisaje idéntico y yo seguía con mi vida, repitiéndola hacia delante.

Tal vez ha sido por eso que esta noche, al recibir el paquete ya pasadas las diez, he sentido que no pasaba nada sino que meramente se repetía algo. He escuchado un carro detenerse afuera, he mirado por la ventana y lo he visto todo: el viejo carro color verde oscuro, la forma en la que el chofer ha sacado algo de la parte trasera, las caras confusas de los niños que han detenido sus bicicletas para ver qué pasa. He entendido inmediatamente de qué se trataba, pero aun así me ha tomado unos minutos contestar la puerta, como si realmente no me lo esperase. He decidido en cambio servirme un trago, subir la música un poco y esperar hasta lo último. Solo cuando he sentido que el chofer estaba a punto de irse he decidido dejar el trago sobre la mesa, bajar las escaleras, abrir la puerta y encontrarme con lo que ya me esperaba: esa cara conocida pero ya casi olvidada que se limita a entregarme un paquete ya pasadas las diez de la noche. Lo he tomado en la mano, he esbozado algún gesto de condolencia y me he limitado a cerrar la puerta ante la mirada atenta y un poco juiciosa de los niños y algún padre. Entonces se ha escuchado en medio de la calle el rugir del motor y por mi mente ha pasado la remota imagen del carro trazando ese camino de vuelta a la ciudad que tantas veces tomé en plena noche. Lo he vivido todo como si fuese siete años atrás, no de noche sino de mañana, no un paquete sino una llamada, y entonces he recordado al viejo de los paisajes. Lo raro, me he dicho entonces, es eso: que en el comienzo no haya corte brusco, catástrofe ni colapso, sino una leve sensación de réplica, un paquete que llega justo a las diez, cuando ya nadie lo esperaba pero cuando todavía se está despierto, como si se tratase no de una verdadera urgencia sino de una mera tardanza. Algo que debió llegar a las ocho llega a las diez y de repente las reglas del juego son distintas y las miradas son otras. He tomado, sin embargo, el paquete en la mano, he calibrado su peso y al llegar al cuarto lo he dejado caer sobre la mesa. Y así, en medio del caluroso verano, con la ventana abierta a la calle que ahora sí parece vacía, me he puesto a pensar en esa llamada que entró hace siete años, apenas pasadas las cinco de la mañana, a esa hora cuando nadie espera interrupciones al sueño. Entonces el paquete se me ha vuelto pesado, real, un poco molestoso, y no me ha quedado otra que abrirlo y encontrarme con lo que presentía: esa serie de carpetas color manila que se esconderían detrás del anonimato si no fuese porque en la última se distingue una breve anotación escrita en su inequívoca caligrafía. Confirmada mi sospecha, no he desesperado. Como dice Tancredo, todo perro tendrá su hora.

 

 

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Carlos Fonseca

Carlos Fonseca (San José, Costa Rica, 1987) es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Princeton. Ha colaborado en revistas literarias como Literary Hub, The Guardian, LetrasLibres, BOMB Magazine y Otra Parte, entre otras, y ha sido seleccionado por el Hay Festival como parte del grupo Bogotá 39-2017 (que reúne a los 39 autores latinoamericanos menores de 40 más destacados del momento), y por la organización de la Feria del Libro de Guadalajara como una de las veinte Nuevas Voces de la narrativa latinoamericana, dentro del proyecto Ochenteros. Anagrama publicó su primera novela, Coronel Lágrimas, que fue muy bien recibida por la crítica y se tradujo al inglés: «La ópera prima de Fonseca tiene la forma de un caleidoscopio verbal intrigante e inolvidable» (Ricardo Piglia); «Escrita con la pasión de la inteligencia» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «Lograda novela de imaginativas propuestas» (Jesús Ferrer, La Razón); «Una novela sublime» (Rafael Acevedo, Claridad); «Un libro plurisémico y radiante» (Guillermo Barquero); «Recuerda a lo mejor de Bolaño, Borges y Calvino» (The Guardian); «Profundamente inquietante» (The Paris Review); «Un debut maravilloso» (Valerie Miles, The New York Times). Actualmente reside en Londres y es profesor en la Universidad de Cambridge.

Obras asociadas
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