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Ficha técnica

Título: El sastre embrujado | Autor:  Sholem Aleijem | Traducción: José Andrés Alonso de la Fuente | Ilustraciones: Natalia Zaratiegui| Editorial: Ardicia | Páginas: 104 | Tamaño: 13 x 21 cm | ISBN: 978-84-944476-7-9 | Fecha: Sept-2017 | Precio: 14,50 euros

El sastre embrujado

Sholem Aleijem

ARDICIA

 

El charlatán Shimen-Eli, una pequeña comunidad rural de la Rusia zarista y una cabra son prácticamente todo lo que necesita Sholem Aleijem, la más prominente figura de la literatura en yidis, para convertir esta mordaz y agridulce historia en un clásico del humor, pero también del compromiso con los más humildes y con la milenaria tradición espiritual de su pueblo.


Con un estilo popular y cargado de ironía,
El sastre embrujado (1901) nos presenta a unos sufridos personajes que, una y otra vez, afrontan resignadamente los reveses de la vida. Y es precisamente así, encarando con filosofía los sinsabores cotidianos, como su figura adquiere una dimensión humana que trasciende el judaísmo y la campiña rusa para encarnar la esperanza universal del hombre sencillo que, más allá de cualquier credo y latitud, se rebela contra la injusticia y la desigualdad. Manteniéndonos siempre, por supuesto, con una cómplice sonrisa en los labios. 

 I

«Y he aquí que había un hombre en Villaladrón»(1), es decir, un tipo vivía en Villaladrón, un pequeño asentamiento situado en las cercanías de Villapillo, no muy lejos de Japlapovich y Villacabralechera, entre Yampeli y Strich, junto al camino de Pishi-Yabede que atraviesa Pechijvost hasta Tetrevits, y que desde allí va hasta la ciudad de Yejupets.

«Y su nombre era Eliyahu», es decir, se llamaba Shimen-Eli, aunque todos le conocían como Shimen-Eli el Gritón, porque durante la oración en la sinagoga acostumbraba a volverse loco cantando a grito pelado.

«Y aquel hombre se dedicaba al arte de la sastrería», es decir, era sastre. Pero no de esos excelentísimos que cosen según las revistas de moda, Dios no lo quiera, sino un sastre de remiendos, esto es, un especialista consumado en el arte de zurcir. Remendaba todo tipo de descosidos de los que después era imposible hallar rastro alguno. Tal era su talento. Y tal su arte dando puntadas que la ropa quedaba como nueva. Por ejemplo, cogía una gabardina harapienta y hacía de ella un abrigo; de un abrigo, unos calzones; de estos era capaz de sacar una camiseta de tirantes, y de ahí lo que hiciese falta. ¡Y no se vaya a pensar nadie que aquel era un trabajo fácil!
En una palabra, era tal el ingenio de este sastre que no tenía parangón en el mundo entero. Y puesto que Villaladrón era un pueblo muy humilde, donde el remiendo de prendas usadas resultaba un fenómeno más bien habitual, Shimen-Eli gozaba de una popularidad inmensa. Solo tenía una pega: era incapaz de convivir con los ricachones. Shimen-Eli se inmiscuía en asuntos públicos, atendía a los pobres maltratados y expresaba sin miedo su opinión sobre cualquier clase de «benefactor» que actuara en el ámbito de la sociedad. Al carnicero le montó una escandalera en público, llamándolo chupasangre y caníbal, y respecto de los shojtím4 y los rabinos, los cuales tenían amistad con el carnicero, dijo que eran todos una banda de ladrones, una panda de estafadores, bandidos, canallas y explotadores, que ya se podía llevar el Diablo a semejante calaña, empezando por sus padres y acabando por su abuelo Teráj y su tío Ismael.

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(1) Este inicio parodia el comienzo del Libro de Job (1:1): «Y he aquí que había un hombre en el país de Us».

 

 

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Sholem Aleijem

Sholem Aleijem nació en Pereiaslav, Ucrania, en 1859. Aunque empezó escribiendo en ruso y en hebreo, a partir de 1883 produjo una exitosa y variada obra en yidis que le situaría entre los principales difusores de esta lengua. De entre sus numerosos trabajos en prosa cabe destacar especialmente Menajem Mendel (1892) y Tevie, el lechero (1894), que en 1971 conocería una famosa adaptación al cine como El violinista en el tejado. Tras residir en Odesa, Kiev y Ginebra, emigró con su familia a Nueva York al estallar la Primera Guerra Mundial, donde moriría de tuberculosis en 1916. Su funeral se convirtió en uno de los más multitudinarios en la historia de la ciudad, y su testamento, publicado en The New York Times, fue leído en el pleno del Congreso de los Estados Unidos.

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