
Ficha técnica
Título: Los Once | Autor: Pierre Michon | Traducción: María Teresa Gallego Urrutia | Editorial: Anagrama | Colección: Panorama de narrativas | Género: Novela | ISBN: 978-84-339-7539-3 | Páginas: 144 | PVP: 14,50 € | Publicación: Septiembre de 2010
Los Once
Pierre Michon
Un cuadro del Louvre: Los Once, los once miembros del Comité de Salvación Pública que, en Francia y en 1794, rigió el gobierno revolucionario del año II e instauró ese período que conocemos con el nombre de la Terreur, el Terror. Billaud, Carnot, Prieur, Prieur, Couthon, Robespierre, Collot, Barère, Lindet, Saint-Just y Saint-André.
Un pintor: François-Élie Corentin, el Tiépolo del Terror.
Un escritor: el historiador Jules Michelet, que dedica, en el capítulo III del tomo XVI de la Historia de la Revolución Francesa, doce páginas al cuadro Los Once, al que llama «Sagrada Cena laica».
Quien busque ese cuadro en el Louvre o a ese pintor en una Historia de la Pintura no los encontrará. Y quien abra ese tomo de Michelet, se encontrará no con el nombre de Corentin, sino con el nombre de Géricault, y con la descripción de un cuadro que quizá sí existe, aunque el autor lo vuelva a crear al describirlo.
Pierre Michon es el gran recopilador de biografías oscuras, de teselas minúsculas e invisibles a primera vista, pero que componen los mosaicos de la Literatura, de la Historia, de la Pintura, del Hombre, en resumidas cuentas. Ese cuadro que no está en el Louvre pero podría haber estado, Los Once, cambia, tras su cristal blindado, según el lado desde donde lo mire el visitante. Y son cambiantes esos once «apóstoles laicos» que pudieron, dice Michon, ser el Pueblo, «el alma colectiva de 1789», y, a la postre, fueron «el regreso del tirano global» que quiere hacernos creer que es el pueblo. «No once apóstoles, sino once papas.»
A su alrededor, esas «vidas minúsculas» de las que es apóstol y reivindicador perenne Pierre Michon: desde los campesinos de Limusín, que abrieron en el siglo XVII, hundidos en el barro, el Canal de Orléans a Montargis, hasta los fusilados de la Moncloa, el 3 de mayo, cuyo farol está también en la mesa de Los Once. La sal de la tierra.
Era de corta estatura y reservado, pero llamaban la atención su silencio febril, su buen humor taciturno, sus modales, ora arrogantes, ora sesgados, hay quien dijo que torvos. Eso es al menos lo que aparentaba ya entrado en años. Nada de eso se ve en el retrato que, en los techos de Wurzburgo, precisamente en la pared sur de la Kaisersaal, en la comitiva de bodas de Federico Barbarroja, dejó de él Tiepolo, cuando contaba el modelo veinte años: ahí anda, a lo que dicen, y podemos ir a verlo, por las alturas y entre cien príncipes, cien condestables y maceros, otros tantos esclavos y mercaderes, mozos de cuerda, bestias y putti, dioses, mercancías, nubes, las estaciones del año y los continentes, que suman cuatro, y dos pintores irrecusables, aquellos que de esa forma juntaron a la gente en esa recensión exhaustiva y están, no obstante, entre la gente, Giambattista Tiepolo en persona y Giandomenico Tiepolo, su hijo. Así que él también está ahí, la tradición requiere que esté y que sea el paje que lleva la corona del Sacro Imperio encima de un almohadón con borlas de oro; se le ve la mano bajo el almohadón; el rostro, un tanto inclinado, mira al suelo; todo el busto cede y parece acompañar el peso de la corona: se doblega bajo el Imperio, tierna y suavemente.