Ficha técnica
Título: Libros, buquinistas y bibliotecas |Autor: Azorín (José Augusto Trinidad Martínez Ruiz) | Edición de Francisco Fuster | Editorial: Fórcola Ediciones | Colección: Periplos, 10 | Páginas: 238 | Formato: 13 x 21 cm | ISBN: 978-84-15174-94-3 |Precio: 21,50 euros
Libros, buquinistas y bibliotecas
Artur Laperla & Marcos Prior
A lo largo de su longeva y fecunda existencia, Azorín dejó repartidas aquí y allá, entre las páginas de sus libros y en las columnas de los periódicos en los que colaboró como articulista, multitud de reflexiones sobre su amor a los libros y su afición a la lectura.
PRÓLOGO
¿LEER, VIVIR?
Andrés Trapiello
¿Leer, vivir? Muchas veces a lo largo de su vida y a lo largo de estas páginas se preguntará lo mismo Azorín: ¿Deja de vivir quien lee, deja de leer quien vive?
Leer es vivir, y no hay vida que se precie de verdadera y plena sin libros. Por tanto, sí, no leer o vivir, sino más bien leer y vivir.
Hace cincuenta años no era infrecuente en España esa escena en la que un adulto sorprendía a un niño abismado en la lectura de un libro, y le decía, acaso sólo por el gusto de interrumpírsela o por la impaciencia de verlo disfrutando con algo que a él, adulto, le resultaba extraño: «Niño, haz algo».
El índice de analfabetos en España cuando Azorín nació, 40%, era muy superior al de ese tiempo de posguerra que acabamos de evocar. Y sin embargo no era infrecuente hasta 1936 que los pedagogos inculcaran en sus pupilos el amor por los libros, por la lectura. Lo cuenta el mismo Azorín en sus memorias levantinas. Guarda por ello infinita gratitud a su padre, también a los frailes con los que estuvo ocho años interno, y a uno en especial, su preceptor dilecto.
Y de libros y lecturas trata este que ha ido a cosechar en los oceánicos escritos de Azorín el profesor Francisco Fuster. Démosle las gracias, y a su editor.
Era éste un libro necesario y es un libro delicioso, claro que sólo para los happy few que saben que hay pocas y mejores cosas que hacer en esta vida que leer, y que quien lee suele hacer por el mundo más y mejor que quien no lee, pues a la mayoría de nosotros no nos es dado otro modo de mejorarlo que leer libros y tratar de volverlo así más delicado y sutil.
«Leer y tornar a leer. No hay más remedio. Ese es mi sino», nos confiesa Azorín. Se diría que ese «no hay más remedio» rezuma fatalidad. No se crea. Es sólo gratitud, es más bien un «por suerte ese es mi sino».
Todo en Azorín adquiere categoría de confesión, todo en él queda inscrito en el ámbito de la intimidad y las suyas son siempre confesiones de un pequeño filósofo. Este librito está lleno de ellas. Incluso cuando escribe artículos de costumbres nos da su corazón al desnudo. Sólo hay que saber leer en él.
Encontraremos aquí algunos de estos artículos costumbristas. Las costumbres de los libreros de viejo, eternas, y las costumbres un tanto extravagantes de los libreros de nuevo de su juventud, las costumbres de los impresores (preciosa estampa la de esa imprentilla en un barrio viejo de Madrid) o las de los editores antes de la guerra, franceses o españoles, y, claro, las costumbres inveteradas de los lectores de todas lunas, sus manías y fobias. Muchas de las costumbres de entonces, un siglo después, nos hacen sonreír: qué poco hemos cambiado, a vueltas todavía con el número de los que leen o dejan de leer, de lo que ha de darse a leer a un niño o del mejor modo de leer. Otras nos parecen propias de edades doradas, mitológicas: ah, recuerda él, aquellos años en los que se compraba, por unas monedas, en la Cuesta de Moyano, la primera edición del Fausto de Goethe (que regaló a Ortega y Gasset), o en la librería de Rico La Historia de Port Royal, de Pedro Racine, o en el Rastro tal o cual maravilla… Basta, decimos nosotros, où sont les neiges d’antan.
Pese a la procedencia heterogénea de estos artículos y prólogos, escritos a lo largo de sesenta años, se diría que forman un todo armónico, quiero decir que Fuster ha escrito otro libro más de Azorín, uno de los más curiosos y personales suyos. Pues, sí, hay algo en el conjunto que nos recuerda a un autorretrato.