Ficha técnica
Título: La guitarra azul | Autor: John Banville | Traducción: Nuria Barrios | Editorial: Alfaguara | Medidas: 154 X 238 mm | Formato: Tapa blanda con solapa | Páginas: 296 | ISBN: 9788420413648 | Fecha publicación: 01/2016 | Precio: 19.90 euros
La guitarra azul
John Banville
Cuando se trata de la primera vez, el robo y el amor tienen mucho en común. Esta es la historia de un hombre que se enamoró de una mujer con forma de chelo. Y la robó.
Abandonado por su musa, Oliver Orme ha dejado de pintar. Quizá ya no sea un pintor, pero siempre será un ladrón. No roba por dinero, sino por el placer casi erótico de quitarle algo a otro. Posesiones como la irresistible Polly, la mujer de su gran amigo Marcus. Cuando este robo sale a la luz, con consecuencias irreparables para Marcus, Polly, Orme y su mujer Gloria, el culpable se refugia temporalmente en el hogar de su infancia. Un viaje que le obligará a enfrentarse a sí mismo en busca de la redención.
Mordaz, ingeniosa, emotiva y demoledora, La guitarra azul disecciona la naturaleza de los celos y las relaciones humanas.
Reseñas:
«Una nueva zambullida en sus oscuras y fascinantes obsesiones.» Luis Alemany, El Mundo
«Las elige [las palabras]a degüello -salvajes, flamantes, redondas, precisas, poderosas- para enhebrar una historia de adulterio y doble vida como la que él lleva.» Berna González Harbour, Babelia
«Su estilo es fino, elegante y escribe de manera prodigiosa, y solo tenemos que acercarnos a las primeras páginas de La guitarra azul para caer rendidos a los encantos de John.» Papel en Blanco
«Conseguir que bajo esa mirada ácida no suenen ampulosas las hermosísimas frases marca de la casa es una proeza de la que pocos autores son capaces. Banville lo es.» Isaac Rosa, Babelia
«El más respetado de los escritores irlandeses, el mayor estilista en lengua inglesa.» Elena Hevia, El Periódico de Catalunya
«Las oraciones de Banville son apéndices suntuosos que se despliegan como olas… Las novelas de Black se mueven. Las de Banville se han vuelto densas, ricas, saturadas… Una trama trágica y espléndida… Llegamos a La guitarra azul por esa belleza, esa melodía y ese ritmo.» Craig Taylor, El Cultural de El Mundo
«La elocuencia de Banville te transporta a otro mundo… Esta novela es una verdadera obra de arte, una recompensa.» Sameer Rahim, The Telegraph
«John Banville genera una profunda satisfacción estética… La guitarra azul se seguirá leyendo -y seguirá cautivando- mucho después de que todas esas novelas tan cacareadas a bombo y platillo hayan acabado en la papelera de la historia de la literatura.» Andrew Riemer, The Sydney Morning Herald
«Tal vez sea la más divertida y accesible de las numerosas novelas de Banville… Bella y desgarradora.» Jon Michaud, The Washington Post
I
Llamadme Autólico. Bueno, no, mejor no. Aunque, al igual que ese triste payaso, sea un recolector de bagatelas. Que es una manera elegante de decir que robo.
Siempre lo he hecho, hasta donde alcanza mi memoria. Puedo asegurar con justicia que fui un niño prodigio en el bello arte del hurto. Es mi vergonzoso secreto, uno más de mis vergonzosos secretos, de los que no me siento, sin embargo, tan avergonzado como debería. No robo por lucro. Los objetos, las cosas de las que me apropio -ese es un bonito verbo, formal y remilgado- son por lo general de escaso valor. A menudo sus dueños ni siquiera los echan en falta. Eso me molesta, me suscita dudas. No pretendo decir que desearía ser descubierto, pero sí que la pérdida fuera notoria; es importante que sea así. Importante para mí, quiero decir, y para la magnitud y legitimidad de… ¿cómo decirlo? De la proeza. El esfuerzo. El acto. Os pregunto: ¿qué sentido tiene robar si nadie percibe que algo ha sido robado?
En otro tiempo pintaba. Esa era mi otra pasión, mi otra inclinación. En otro tiempo fui artista.
¡Ja! La palabra que he escrito primero no ha sido artista, sino carterista. Un lapsus. Un desliz. Acertado en cualquier caso. Fui artista y ahora soy ladrón. Ja.
Debería detenerme antes de que sea demasiado tarde. Pero ya es demasiado tarde.
Orme. Ese es mi nombre. A algunos de vosotros, amantes del arte, enemigos del arte, tal vez os suene de tiempos pasados. Oliver Orme. Oliver Otway Orme, para ser precisos. Un disparate. Podrían colgarlo sobre la puerta de una casa de empeños*. Otway, por cierto, en honor a la calle anodina donde mis padres iniciaron su vida como pareja cuando eran jóvenes y donde muy probablemente me concibieron. Orme es un buen nombre para un pintor, ¿no es cierto? Un nombre de artista. Quedaba bien en la esquina inferior derecha del lienzo, discretamente diminuto pero sin que fuese posible no advertirlo: la O, el ojo de un búho; la r, con un aire art nouveau y más similar a la tau griega; la m, unos hombros contoneándose con alegre regocijo; la e como… Buf, no sé como qué. O sí, sí lo sé: como el asa de un orinal. Ahí me tenéis. Orme, el magistral pintor que ya no pinta nada.
Lo que quiero contar es