Ficha técnica
Título: La cáscara amarga | Autor: Jesús Ruiz Mantilla | Editorial: Planeta | Colección: Autores Españoles e Iberoamericanos | Formato: 15 x 23 cm | Presentación: Rústica con solapas | Páginas: 216 | ISBN: 978-84-08-11992-0 | Precio: 18 euros | Ebook: 12,99 euros
La cáscara amarga
Jesús Ruiz Mantilla
Esta es la historia de Emilia Fuentes Ruiz, cuya voluntad superó las necesidades, cuya determinación construyó un triunfo desde la nada. Despojada de su madre, presa en el infi erno de Saturrarán al fi nalizar la guerra, a expensas de la intemperie y sorteando la tragedia con sus hermanos, Emilia asistió a la escuela de la necesidad y la derrotó. Una historia épica, heroica y tremendamente humana, a caballo entre Oliver Twist y Las cenizas de Ángela, en la que tenemos mucho que inspirarnos en tiempos de adversidad.
Emilia, de golpe, debe aprender en la calle el significado de lo que siente: hambre, abandono, soledad, enfermedad, guerra, muerte… La niña que de pronto ve como su vida se derrumba emprende una lucha a favor de la supervivencia que le llevará a levantar un imperio.
UNO
EMILIA
Fue un golpe duro, seco, limpio. Ni siquiera sabe muy bien qué hacía en la cocina cuando cayó de bruces sobre el mármol del suelo, sobre el piso templado y reluciente. Puede que anduviera pasando la última bayeta para dejarlo todo impoluto, puede que acabara de cerrar el grifo del agua o un armario, o que repasara la cafetera, o que hubiera abierto la nevera para meter los restos de comida y, al dar la vuelta, desplomarse, con los ojos cerrados, después de un mareo que le vino tras ese dolor intenso de cabeza al que no dio demasiada importancia.
El caso es que no sabe cómo se vio de pronto sin sentido, caída ahí, sola, sin que nadie pudiera escuchar un grito, un suspiro, un ay, ni el golpe opaco, ni el sonido de su cráneo como una nuez, como un vaso que no casca, o como un plástico pesado sobre el cuadrado que queda justo en medio de la cocina recién fregada. Fue a dar con la oreja en el mármol inmóvil pero contundente, se le abrió una herida y comenzó a sangrar. Estaba sola. Podía haber muerto ahí, inconsciente, con los hijos lejos, el marido lejos, la nuera y los nietos lejos.
Emilia salió de Emilia en ese preciso contacto brusco con la superficie desgastada, o quizás antes, al desvanecerse, justo en el instante que no llega a un segundo, que son centésimas, donde de pronto alguien que es alguien, que tiene nombre, identidad, memoria, se desvanece como un guiñapo, cae, se golpea, pierde el sentido y se pierde de paso y con todas las consecuencias a sí mismo, porque queda a expensas de los demás, de una ayuda, de una asistencia a tiempo, de la salvación que otros puedan proporcionarle.
Estaba fuera ya Emilia de Emilia cuando la descubrieron no sabe muy bien quién, ni cuándo, tendida en la cocina y llamaron rápidamente a la ambulancia. No hablaba, no miraba. Sangraba detrás del oído. Tardaron tiempo en comprobar que respiraba. Lo justo para que los del hospitalillo la salvaran y la metieran en una unidad camino de urgencias en Valdecilla. Emilia yacía allí tumbada en la camilla, con el oxígeno enchufado a la nariz y los brazos y el corazón amarrados a una máquina que medía sus constantes en mitad de los bamboleos bruscos que producía la conducción. Pero en realidad había salido de su propio cuerpo sin que nadie supiera cuándo, ni cómo, ni siquiera si con certeza iba a volver.