Ficha técnica
Título: Historia del veneno. De la cicuta al polonio | Autora: Adela Muñoz Páez | Editorial: Debate| Colección: Debate | Género: Ensayo | ISBN: 9788499920887 | Páginas: 303 | Formato: 15,1 x 23 cm.| Encuadernación: Tapa blanda con solapa | PVP: 19,90 € | Publicación: 22 de Marzo de 2012
Historia del veneno
Antonio Muñoz Molina
Cicuta, arsénico, cianuro, talio, polonio… Adela Muñoz realiza un recorrido por los momentos más relevantes de la Historia a partir de los envenenamientos más famosos. En el libro, la autora desvela la composición de los venenos que acabaron con la vida de personajes ilustres como Sócrates, Cleopatra, el emperador Claudio, Rasputín o el mismo Hitler. Una manera diferente de acercarse a una historia del mundo que abarca desde la cicuta al polonio y desde la antigüedad clásica hasta nuestros días.
La fascinación del ser humano por los venenos se remonta al principio de los tiempos. Ya en el antiguo Egipto y el mundo grecorromano estas pócimas causaron estragos en la corte y reyes y cortesanos perdieron su vida bajo los efectos de sofisticados venenos. En Roma, fueron muchos los emperadores que llegaron al poder gracias a los tóxicos. Nerón mató a su madre, Agripina la Menor, quién a su vez había asesinado al Emperador Claudio para conseguir la corona de su hijo.
En la Italia renacentista y la Francia de Luis XIV los envenenamientos entre nobles y plebeyos estaban a la orden del día.
Primera parte
Hélade y Roma
1
Venenos de estado
LA COPA DE CICUTA
Al llegar el carcelero con la copa de cicuta, Sócrates le preguntó: «Amigo, tú que tienes experiencia de estas cosas, me dirás lo que debo hacer». A lo que el hombre contestó: «No tienes que hacer más que pasearte, mover las piernas; entonces te tiendes en la cama y el veneno producirá su efecto». Así diciendo, entregó la copa a Sócrates, quien la tomó con gesto amable, y sin inmutarse miró al carcelero y le dijo: «¿Crees tú que puedo hacer una libación a algún dios con el veneno?». El hombre respondió: «Preparamos, Sócrates, solo la cantidad que juzgamos necesaria». «Comprendo -repuso Sócrates-; no obstante, antes de beberlo quiero y debo rogar a los dioses que me protejan en mi viaje al otro mundo.» Y tomando la copa, sin vacilar, bebió el veneno.
Hasta entonces, los discípulos que rodeaban a Sócrates habían podido contenerse sin manifestar su dolor, pero cuando el maestro hubo tragado el último sorbo de veneno, empezaron a llorar y gemir, y hasta uno de ellos, llamado Apolodoro, se deshizo en llanto, escapándosele un gran grito. Tan solo Sócrates se mantenía en calma. «¡Qué extraños ruidos hacéis! -les dijo-; he mandado que las mujeres se marcharan para que no nos molestaran con su llanto, porque yo creo que un hombre debe morir en paz. ¡Estad tranquilos y tened paciencia!»