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Ficha técnica

Título: Filosofía para desencantados | Autor: Leonardo da Jandra | Editorial: Atalanta | Tamaño: 14 x22 | Encuadernación: Cartoné | Páginas: 143 | ISBN: 978-84-942276-1-5 |Precio: 18,00 euros

Filosofía para desencantados

ATALANTA

Este ensayo filosófico sobre ética no es un mero manual de urbanidad al uso. Desde el principio, muestra a un guerrero que lucha por su libertad de pensamiento sin ceder ni un ápice ante las tentaciones egocéntricas de la decepción contemporánea. Como dice Guillermo Fadanelli en su prólogo, «Da Jandra, a partir de su filosofía vitalista, escrutadora y moral, reclama una comprensión del mundo que reconcilie al hombre consigo mismo, es decir, con el otro, rechaza las visiones simplistas y utilitarias que dictan enunciados morales desde el hecho científico, abomina de los mercaderes de la globalización, pelea contra los filósofos relativistas que rechazan la existencia de un orden moral y espiritual capaz de contenerlos, y discute con el desencantado que se aísla socialmente y hace de su exilio una victoria».

La obra de Da Jandra, sea ensayo filosófico, novela o relato, siempre expresa con fuerza intempestiva y única un pensamiento vivo en busca de una verdad individual capaz de trascender el tiempo y abrirse a una realidad más amplia. Su novela Samahua ganó en 1997 el Premio Nacional de Literatura IMPAC.

Meditaciones vitales sobre Leonardo da Jandra

El mundo es el suelo común, no hollado por nadie y reconocido por todos, que une a todos los que hablan entre sí.

H.-G. Gadamer

Es común acusar a la filosofía de no avanzar en una dirección determinada y de ser poco clara en sus logros o conclusiones. En pocas palabras: se le reprocha no ser una ciencia que haga evidente su progreso. Los intentos de convertir la filosofía en un sistema dotado de fundamentos y propósitos bien definidos han sido constantes, y célebres, pero no definitivos. Kant, Schopenhauer, Marx o Husserl se dieron a la tarea de crear los principios sobre los cuales se podría pensar ordenadamente y edificar un sistema capaz de dar certidumbre al conocimiento filosófico. Las consecuencias de tan desmesurados empeños fueron dispares, pero nadie dudaría de que la obra de estos filósofos fue provechosa e iluminadora en el extenso campo que abarca la reflexión humana. Tal parece que, de alguna manera, todos tenían razón. Durante el verano de 1820, en Berlín, un hombre de ceño opaco y mirada desconfiada hacía publicidad y anunciaba sus lecciones universitarias de la siguiente manera: «Arthur Schopenhauer disertará sobre la totalidad de la filosofía, es decir, sobre la doctrina de la esencia del mundo y del espíritu humano». En nuestra época, el anuncio de un propósito tan ambicioso e ingenuo nos despertaría una sonrisa; sin embargo, quien ha leído El mundo como voluntad y representación no podrá negar la seriedad con la que Schopenhauer enfrentó sus objetivos filosóficos. La calidad literaria de su obra es suficiente para no menospreciar la exposición o las conclusiones de su doctrina.

En la introducción a sus Meditaciones cartesianas, Edmund Husserl mostró su desconcierto ante la diversidad de filosofías existentes, y acentuó la necesidad de encontrar un fundamento e hilo conductor que evitaría la contradicción y las conclusiones superficiales. Agobiado por la pluralidad de interpretaciones filosóficas, Husserl llegó a escribir: «Los filósofos se reúnen, pero por desgracia no las filosofías». Su propuesta ante la diversidad e inconsistencia de la actividad filosófica se conoce con el nombre de fenomenología, y su método y sus ideas influyeron en filósofos tan distintos entre sí como Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre. Me valgo de estos mínimos apuntes para sugerir que ninguna filosofía carece de fisuras y que no existe pensador u hombre de ideas que no se encuentre a mitad del camino, en un continuo hacer el mundo, en un sinuoso tránsito que incluye la experiencia singular del caminante y las arenas movedizas de un lenguaje que continúa siendo mundo, metáfora y horizonte abierto, pese a las llamadas al orden y a los embates que ha recibido por parte del análisis lingüístico y del positivismo en general. Leonardo da Jandra sabe bien que los filósofos avanzan a contracorriente y que nadie puede abarcar, desde la ventana de su pensamiento, la complejidad de un mundo que no permite reducciones a la hora de ser recreado o representado. El hombre es un ser inclinado a crear teorías, mas esas teorías oscurecen o iluminan sólo algún aspecto de lo que llamamos realidad. La suma de todas nuestras teorías nos entrega un fantasma de contornos ambiguos que aparece y desaparece según la intensidad de la mirada humana. Y, no obstante, como en el caso de Leonardo da Jandra, quienes escriben o publican sus reflexiones lo hacen porque creen en sus palabras y las exponen con el propósito de continuar la conversación, e intentar que las palabras sean consideradas bienes morales y no sólo voces inanes o intrascendentes.

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