
Ficha técnica
Título: Fábula asiática | Autor: Rodrigo Rey Rosa | Editorial: Alfaguara | Colección: Hispánica | Formato: tapa blanda con solapa | Páginas: 208 | Medidas: 152 X 238 mm | Fecha: nov/2016| ISBN: 9788420425429 | Precio: 18.90 euros
Fábula asiática
Rodrigo Rey Rosa
«Una literatura de los sentidos y del conocimiento esencial. Sensual y moral. Leer para disfrutar casi irracionalmente.» J. Ernesto Ayala-Dip, El Correo Español
Un escritor mexicano visita en Tánger a un viejo amigo que le confiesa que su hijo Abdelkrim se encuentra en apuros. También le confía una bolsa con varios casetes de audio en los que se relata la historia del muchacho marroquí, un joven prodigio de las matemáticas y la tecnología becado en una universidad de Estados Unidos y seleccionado para seguir un programa especial de la NASA. Junto a los casetes, recibe una tarjeta de memoria con documentos en árabe que deberá decodificar. A medida que penetra en la historia de Abdelkrim, descubre que está siendo perseguido y que se encuentra en el centro de una conspiración cósmica.
Críticas:
«Leerlo es aprender a escribir y también es una invitación al puro placer de dejarse arrastrar por historias siniestras o fantásticas.» Roberto Bolaño, Entre paréntesis
«Rey Rosa crea historias de proporciones míticas.» Jonah Raskin, San Francisco Chronicle
«Discípulo libresco de Jorge Luis Borges, primero, y en directo de Paul Bowles, después, Rodrigo Rey Rosa es un narrador sin patria ni tradición, marcado por la austeridad ejemplar de su escritura.» Miguel Mora, El País
«Un implacable testigo, aunque jamás un cronista, del cruce y el conflicto de razas, culturas y civilizaciones.» J.A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia
«Rey Rosa es a la vez parco, delicado y rotundo, como sus libros.» Javier Rodríguez Marcos, Babelia (portada)
«Rodrigo Rey Rosa ha hecho de la sobriedad un efecto de estilo con el que está edificando una de las más notables trayectorias de la literatura latinoamericana.» Ricardo Baixeras, El Periódico
«Una obra extraordinariamente contenida, parca, intrigante. Una literatura a salvo de gestos inútiles, donde la belleza parece nacer de esa curiosa inclinación por el silencio.» Raphaëlle Rérolle, Le Monde
«Un narrador de lectura ya imprescindible.» Rafael Gutiérrez, Siglo XXI
«Una literatura de los sentidos y del conocimiento esencial. Sensual y moral. Leer para disfrutar casi irracionalmente.» J. Ernesto Ayala-Dip, El Correo Español
[Fragmento del libro]
El último domingo que pasó en Tánger, después de dar una plática sobre la nueva novela mexicana en el Salón del Libro, visitó el barrio de Suani, en la parte baja de Harún-er-Rashid. Iba en busca de un viejo amigo marroquí, artista y contador de cuentos, quien negaba conocer el año preciso de su nacimiento, alrededor de 1940, y a quien no había visto desde hacía casi tres décadas.
Tienes que visitar a Mohammed -le había dicho unos días antes, cuando hacía escala en París, un artista mallorquín con quien acababa de entablar amistad-. ¿Hace cuánto que no lo ves? ¡Es una lástima! Si lo encuentras, dale mis saludos.
La casa estaba en una callecita ascendente, la número once de aquella nueva y laberíntica medina, una entre tantas casitas de tres o cuatro pisos y paredes pintadas de blanco y celeste y, últimamente, alguna que otra también de rojo Marrakech.
¿Hace mucho tiempo, no, amigo?
Mohammed se llevó la mano a los labios antes de estrechar la del otro, luego se tocó el corazón.
Veinte años.
Un poco más.
Veintiséis.
El tiempo ya no existe -dijo Mohammed Zhrouni-. El mundo enloqueció.
En la sala, en el segundo piso, caminaron sobre alfombras sintéticas. Mohammed le ofreció asiento en una de las m’tarbas alineadas a lo largo de las paredes, y luego, con parsimonia, se sentó del otro lado de la mesita circular en el centro de la sala y se descalzó para colocarse a lo largo de su propia m’tarba. Suspiró con placidez.
Hamdul-láh.
Rahma, la segunda esposa de Mohammed (la primera había muerto años atrás) entró a servirles el té. Parecía joven todavía, su piel era clara, muy pecosa, y tenía el pelo rojizo de las rifeñas y ojos grandes y furtivos.
Hablaron un rato, como lo dictaba la etiqueta marroquí, de sus respectivas familias: todo estaba muy bien -aunque Mohammed era bastante pobre, y en su vejez había sido visitado por una serie de enfermedades.
Fátima, la hija mayor de Mohammed, se había ido con su esposo a vivir en Almería, desde donde, de vez en cuando, le enviaba un poco de dinero.
El segundo hijo, Driss, vivía en Tánger.