
Ficha técnica
Título: Estocolmo | Autor: Iosi Havilio | Editorial: Caballo de Troya | Género: Novela | ISBN: 9788496594647 | Páginas: 288 | Formato: 13 x 20 cm. | Encuadernación: Tapa blanda | PVP: 18,00 € | Publicación: 17 de Septiembre 2010
Estocolmo
Iosi Havilio
René vive en Estocolmo. En el verano de 1973 formaba parte de una delegación de las Juventudes Socialistas chilenas que viajó a Suecia para participar en un congreso y decidió permanecer en el país como exiliado una vez que se produce el golpe de estado contra el gobierno de Salvador Allende. Desde su condición de exiliado político, entra a trabajar en la Cruz Roja. Si su historia laboral se mueve en la rutina de un funcionario sin demasiados objetivos, afectivamente y luego de descubrir su condición de homosexual, sus pulsiones le perturban. Cuando la novela comienza está tratando de dar fin a su relación con Boris, un refugiado balcánico y prototipo de canalla sin escrúpulos. Dominado por las relaciones sadomasoquistas que mantiene con él René se siente culpable de haber dado lugar a hechos criminales que Boris ha llevado a cabo, sino con su complicidad sí con su pasividad. Hechos que han puesto en situación de fuga y captura a su canallesco amante. En esa circunstancia, René, a pesar de sus neuróticos e incontrolables miedos a los viajes en avión, decide sumarse a un viaje que la Cruz Roja organiza para inspeccionar algunos de sus proyectos en Chile. Un regreso que lo angustia.
La novela deviene así un encuentro con los fantasmas del pasado -su madre a la que nunca ha vuelto a ver- y su presente, ese Boris que parece perseguirlo. Una novela que ilumina las oscuras zonas del desamparo vital de la condición humana en tiempos donde cualquier escala de valores parece haberse diluido en beneficio de un egoísmo desasosegante.
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Ahora,mientras espera que anuncien la salida del avión, René muerde su dedo medio deforme. El anular de la mano izquierda. Un dedo diferente, levemente elefantiásico, la yema abultada, coronado por una uña disminuida, en comba, difícil de cortar. Un dedo que por mucho que rasguñe, chupe o mordisquee, ya no va a poder cambiar.Va a ser siempre suyo. Podría amputárselo, en ese caso sería más suyo todavía. Antes, le pasaba seguido de soñar con ese dedo, como si no le perteneciera, en tamaño gigante, un ente autónomo, animado, un monstruo bueno dejándose observar. Porque los otros nueve dedos son sólo dedos, más o menos útiles, más o menos prescindibles. Dedos. Pero éste, por ser distinto, defectuoso, tiene pasado, remite inevitablemente a sí mismo, al corte, al accidente. Por eso, mordiéndolo,muerde más allá, semuerde entero.
El recuerdo ya es pura invención y sin embargo aparece cada vez más vivo, exacto, definido. Una fracción de segundo le basta para evocarlo y otra para deshacerlo. Puede ver en un mismo pantallazo los siete cuadros congelados que encierran el episodio. Uno: la corrida por los fondos de la casa,mareado como un trompo, ebrio por el juego, escapando de alguien, otro chico,mayor que él, aunque no tanto, que en la persecución lo hace trastabillar y reírse mucho. Dos: salta una tapia sucia, oxidada, también un cerco, y entra en una casilla vieja con olor amierda reseca, el escondite perfecto.Tres: espía, un ojo cerrado, el otro asomándose por un hueco que se abre entre los listones de madera, la sombra del chico merodea, arrastra los pies formando una breve nube de polvo. Cuatro: sus dedos, los de lamano izquierda, como pasa unminuto largo sin que el otro dé señales, se aferran por instinto al marco de la puerta, justo sobre las bisagras, justo cuando el chico está por abrir, de una vez, brutalmente, nunca sabrá si conmaldad o no. Cinco: el filo de la puerta se ensaña con el dedo, rompiéndolo, torturándolo, como una hélice desbocada que da vueltas, vueltas, y más vueltas, sin parar. Seis: igual a un gigante herido, o pudoroso, toda la atención la ocupa su dedo envuelto en un pañuelo blanco con flores amarillas bordadas en el centro y en las esquinas que en el tiempo que dura la carrera al hospital la sangre va tiñendo de rojo. Siete y último: la salida de la clínica, primeramuerte y resurrección, ya nada importa salvo la falda larga de sumadre que sigue de cerca, rozándola con el brazo, el hombro y el dorso de lamano, casi sin intención, que le marca el camino llena de promesas de cuidado exclusivo.Así es,más omenos, el recuerdo que se inventó y que repite sin querer de tanto en tanto.
Por un rato, porque empieza a lastimarse, René esconde el dedo en la palma de lamano cerrando el puño y levanta lamirada que, después de pasearse sin rumbo por ese espacio enorme y despoblado, va a dar con un pequeño tablero electrónico que anuncia su vuelo. Está sentado en la esquina de una hilera de sillas cromadas, en el ala sur del aeropuerto de Arlanda. Rodeado por una cantidad de bultos que, se ve, no le pertenecen, parece el padre de una familia numerosa que sale de vacaciones. En las sillas de los costados, en el piso, junto a sus pies, debajo del asiento, hay bolsos, mochilas, filmadoras. El avión está en la pista, zumbando. Hacemucho tiempo que no ve uno tan de cerca: ese aparatomacizo, inmenso y fantástico como un leviatán, inabordable desde todo punto de vista, que en tierra parece tan seguro, un refugio ideal para tormentas, nevadas, huracanes, pero que allá arriba, en el aire, resulta tan absurdo, tan terco.