
Ficha técnica
Título: En busca de Bolívar | Autor: William Ospina | Editorial: Penguin / Debate | Materias: Biografía: literaria | Formato: 15x 23 cm | Encuadernación: Tapa blanda | Páginas: 192 | ISBN: 9788499924779 | Precio: 17,90 euros
En busca de Bolívar
William Ospina
Una magistral reconstrucción de Simón Bolívar, libertador de América, por uno de los escritores contemporáneos más importantes en lengua castellana.
«Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo. La América Latina se apresuró a convertir en mármol aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hubo plaza que no estuviera centrada por su imagen, civil y pensativa, o por su efigie ecuestre, alta sobre los Andes. Por fin en el mármol se resolvía lo que en la carne pareció siempre a punto de ocurrir: que el hombre y el caballo se fundieran en una sola cosa. Aquella existencia, breve como un meteoro, había iluminado el cielo de su tierra y lo había llenado no sólo de sobresaltos sino de sueños prodigiosos.»
William Ospina
PÁGINAS DEL LIBRO
Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo. La América Latina se apresuró a convertir en mármol aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hubo plaza que no estuviera centrada por su imagen, civil y pensativa, o por su efigie ecuestre, alta sobre los Andes. Por fin en el mármol se resolvía lo que en la carne pareció siempre a punto de ocurrir: que el hombre y el caballo se fundieran en una sola cosa. Aquella existencia, breve como un meteoro, había iluminado el cielo de su tierra y lo había llenado no sólo de sobresaltos sino de sueños prodigiosos.
Nunca en la América hispánica se había soñado así. El relato dorado anterior a la conquista acunaba otro tipo de sueños: el barro desnudo y ritual vivía en el mito, no había emergido a la individualidad y a la historia. Aquellos reyes que eran el Sol, aquellas diosas que eran la Tierra, aquellos poetas de Tenochtitlán que suspiraban ante la brevedad de la vida, aquellos dibujantes de Tikal y de Palenque que trazaban con arte exquisito las estelas mágicas de los templos, vivieron en un orden casi inconcebible para nosotros: veían en la tierra otra tierra y en el cielo otro cielo. Y los guerreros de conquista, que arrasaron y profanaron por cien años un mundo mucho más vasto que Europa, no entendían de sueños: sólo de delirios y pesadillas.
Bolívar sabía todo eso. Conocía el relato de los lagos de sangre en que fueron ahogadas la nobleza inca y la nobleza azteca, sabía de los llanos de osamentas que prodigaron las espadas y los cañones y que después dispersaron los buitres. Sabía del manto negro de alas de murciélago que los artífices hicieron para Atahualpa y no me extrañaría que supiera también de las esferas de piedra que padres antiguos enterraron en las florestas de Centroamérica, quizá para que sobre su perfección crecieran mundos armoniosos. Y sabía también de la dulzura de África, porque una de sus madres, y tal vez la más entrañable, había sido esa esclava Hipólita que le dio lo que tal vez no sabría darle su blanca madre criolla: elemental ternura humana. «Hipólita -dijo- es la única madre que he conocido».
Como todos los americanos del sur, era un mestizo, sin que para ello importara la raza. Hölderlin había escrito poco antes, comparando la vida del hombre con la vida de los ríos, que la más grande porción de lo que somos «se debe al nacimiento, y a ese rayo de luz que golpea la frente de los recién nacidos». Es grande el poder de ese rayo de luz natal sobre nuestra conciencia: nadie nacido en Colombia dejará de ser colombiano, aunque pase la vida en Samarcanda o en Tananarive, y Bolívar mismo escribió: «La tierra del suelo natal, antes que nada, ha moldeado nuestro ser con su sustancia. Nuestra vida no es otra cosa que la esencia de nuestro pobre país».