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Ficha técnica

Título: Memorias de un librero | Autor: Héctor Yánover  | Editorial: Trama | Colección: Tipos Móviles nº 19 | Formato: 14,5 x 20,5 cm | Encuadernación: Rústica con solapas | Páginas: 224 | ISBN: 978-84-941661-6-7 | Precio: 22 euros

Memorias de un librero

TRAMA

«Un librero es alguien que cuando descansa, lee; cuando lee, lee catálogos de libros; cuando pasea, se divierte frente a las vidrieras de las otras librerías; cuando va a otra ciudad, otro país, visita a libreros y editores».

«¿Tienen Materialismo y empiriocretinismo de Lenin?»

«A estas alturas se me ha desarrollado tanto el ojo, que puedo hacer el diagnóstico por el iris. Por la vidriera. Por las mesas. Por el aire de una librería».

«¿Me da algún libro de Kafka? No me importa cuál. Sólo quiero saber por qué dicen que éste es un país kafkiano».

«En la Librería Masperó, de París, pusieron un cartel: «La derecha nos quiere suprimir. Si ustedes siguen robando libros, tendremos que cerrar. No colaboren con el enemigo». Cerraron».«Quiero un diccionario que sea completo».

«Hay quienes creen que si van a la imprenta de la esquina y entregan un manuscrito, ya están en el camino que lleva a la fama y a la riqueza».

«Comprarás lo que puedas vender; exhibirás lo que vendas. Y uno que otro que te guste aunque no se venda, porque por algo es tu librería y no la de otro».

PÁGINAS DEL LIBRO

Fue en 1951. Un conocido que manejaba la contabilidad en una pequeña editorial me preguntó si no lo quería reemplazar durante dos años porque partía becado a Europa. Le envidié el destino. Beca es sinónimo de no-trabajo y yo, que de teneduría de libros no entendía nada pero sí de andar sin empleo, no dudé un instante en aceptar su proposición. Audacia de hambriento la mía. Durante ocho meses administré el dinero de la casa editora. El directorio, aún no sé por qué, confiaba en mí. Sólo el nombramiento de un nuevo tesorero podía conmoverme. El nuevo se sentía obligado a saber en qué condiciones se desarrollaban las operaciones contables. Llegaba con gran ánimo y pretendía revisar operación por operación. Leía: Depositado el día 22, m$n 1.834,50, pero no le bastaba con eso y agregaba: «¿Dónde está la boleta de depósito?». Comenzábamos a vaciar cajones, a abrir biblioratos, a desocupar estantes, y dos horas después, cansados, sudorosos, la encontrábamos. El tesorero tildaba, inicialaba, tildaba nuevamente y proseguía: Por gastos de representación cobrador: m$n 173. Tampoco le bastaba: «¿Dónde está el recibo firmado?». Volvíamos a vaciar cajones y después de las dos horas aparecía el recibo. El tesorero inicialaba, tildaba, escupía, se secaba el sudor de la frente y pocas líneas bastaban para que el día llegase a su término. En tres jornadas iguales decidía dar por terminada su labor y con un hasta mañana desaparecía para siempre. En la primera reunión de directorio informaba que los libros no arrojaban irregularidades con respecto a manejo de fondos, pero sí era obvio un cierto descuido en cuanto al orden de archivaje. Me hacían llegar una reconvención llena de mesura y el susto pasaba.

     En esa editorial tuve mi primer contacto directo con escritores y críticos. Visité por primera vez una imprenta. Vi trabajar la linotipo, imprimir los pliegos, y para siempre incorporé el olor a tinta, a engrudo, a papel.

      Conocí los tipos, los clichés, la encuadernación, los formatos, y luego el precio, la venta, la distribución, la cobranza. Conocí el libro desde el cerebro del escritor (mundo, mundo, vasto mundo) hasta la mano del lector. Vi los originales que se amontonaban caóticamente a la espera de la edición que no llegaba.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

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