El zar del amor y el tecno
Anthony Marra
Este impactante y exquisito tour de force, a medio camino entre novela coral y colección de relatos, se extiende a través de un siglo, un continente y un reparto de personajes extraordinarios cuyas vidas se entrecruzan de manera en ocasiones cómica y desgarradora.
Un censor soviético de los años treinta corrige meticulosamente fotografías oficiales en los búnkeres de Leningrado, perseguido por la imagen de una prima ballerina caída en desgracia. Un coro de mujeres cuenta sus historias y las de sus abuelas, antiguas prisioneras de un gulag, que fundaron su propio pueblo en Siberia. Dos hermanos comparten un amor feroz y protector en pleno derrumbamiento de la URSS; y un mercenario es hecho prisionero en un pozo de Chechenia junto con una casete de mezclas que podría contener el último mensaje de su familia.
Con una prosa deslumbrante, un finísimo sentido del humor, ricos retratos de personajes y un sentido de la Historia que encuentra ecos en el presente, El zar del amor y el tecno es una obra cautivadora de uno de los mejores nuevos talentos americanos.
«Extraordinario… Cada historia es una joya por sí misma… Si te preocupa haber perdido la fe en el poder emocional transformador de la literatura, Marra te la devolverá» –The New York Times
«Excepcional…Marra es un escritor superdotado. Leer su obra es como contemplar la restauración, la reaparición en cada página, de aquellos a los que la Historia ha borrado del mapa» –Washington Post
«Audaz… [un] ambicioso y valiente [libro], uno que ofrece tanto para disfrutar y admirar… Este libro de largo alcance, arriesgado y explícitamente político señala a Marra como un escritor de una original, incluso singular, sensibilidad» – New York Times Book Review
«Como Nabokov, Marra es un escritor para quien las verdades fundamentales se encuentran en los detalles… ecos de Kafka y Orwell en sus relatos sobre la vida bajo el totalitarismo» -The Irish Times
CARA A
EL LEOPARDO
Leningrado, 1937
Primero soy artista y después censor.
Hace dos años tuve que recordármelo a mí mismo mientras subía al tercer piso del bloque de apartamentos donde vivían mi cuñada viuda y su hijo de cuatro años. Abrió la puerta con una fina arruga de sorpresa en la frente. No me esperaba. No nos conocíamos.
-Me llamo Roman Osipovich Markin -dije-. Soy el hermano de tu marido.
Asintió y se alisó el plisado de la gastada falda gris con la mano mientras se apartaba para dejarme pasar. Si le sorprendió la mención de Vaska, supo ocultarlo. Llevaba una blusa clara con botones de color caoba. Las líneas de peine que surcaban su húmedo pelo negro parecían dibujadas a carboncillo.
En el vencido almohadón central del diván había un niño medio hundido. Mi sobrino, supuse. Esperé por su propio bien que hubiera salido a su madre.
-No sé qué te habrá contado mi hermano, pero trabajo en el Departamento para la Agitación y Propaganda del Partido. ¿Sabes a qué me dedico? -dije.
-No -respondió el niño. El pobre había heredado la frente de su padre. Su futuro pendía de un hilo.
-¿De verdad tu marido nunca te ha hablado de mí? -le pregunté a la madre.