
Ficha técnica
Título: El trabajo cultural | Autor: Luciano Bianciardi | Traducción: Miguel Ros González | Editorial: errata naturae | Colección: El pasaje de los panoramas | ISBN: 978-84-16544-44-8 | Páginas: 144 | Formato: 14 x 21,5 cm. | PVP: 14 euros | Año de publicación: junio 2017 |
El trabajo cultural
Luciano Bianciardi
Estamos en una pequeña ciudad de la Toscana, tras el fascismo y la Segunda Guerra Mundial. Italia está dejando de ser una nación pobre, rural aún, para convertirse en una gran potencia industrial. Pero no sólo crece la industria, también «el trabajo cultural». El dinero ya no escasea e incluso en la provincia nacen por doquier asociaciones culturales, clubes de cine o de lectura, conferencias y recitales… La ciudad crece y las calles cambian y la vida se parece cada vez más a la de una gran metrópoli. Jóvenes escritores y profesores, bibliotecarios y periodistas se reúnen en los cafés para analizar las consecuencias políticas de la guerra mientras escriben «la obra definitiva».
Irónico e irreverente, el narrador de esta magnífica novela pinta un divertido y también corrosivo panorama de los intelectuales y de las organizaciones políticas de la época, a la vez que destaca la vanidad y la banalidad de algunos en este proceso de modernización (tan habitual entonces como ahora).
El trabajo cultural fue la primera novela de Bianciardi y es uno de los primeros relatos críticos de la generación de posguerra en Italia. El autor conoció de primera mano tanto el entusiasmo como las desilusiones que marcaron aquella época, y esta polémica e interesantísima obra lo hizo famoso por su irónico retrato de la intelectualidad y por su estilo, de una finura sin igual para reflejar los tics de algunos ambientes.
«Una de las cualidades que más me gustan y aprecio de Luciano Bianciardi es su autoironía, la capacidad de saber tomarse el pelo, de burlarse de sí mismo: hay que tener un gran equilibrio, una gran seguridad y una buena dosis de inconsciencia para convertirnos en juglares de nosotros mismos, del mundo y la forma en que vivimos, de nuestros tics y también, ¡claro que sí!, de nuestros errores». Dario Fo
I
El problema del origen siempre ha seducido y extenuado la mente de sabios, sapientes e intelectuales: el origen del hombre, de las especies, de la sociedad; el origen del mal y la desigualdad. Se calculan los años de una ciudad o una religión desde el origen, y decir «original» significa reconocer un mérito. Vamos, que a la gente -vaya usted a saber por qué- parece importarle más el pasado, el pasado remoto, ya incapaz de hacer daño a nadie, que el futuro, el futuro próximo, siempre amenazante e inminente, como sabemos de sobra.
Así pues, no es de extrañar que también en nuestra ciudad, ciudad pequeña, sí, pero civilizada y adelantada, hubiera sabios, doctos e intelectuales que buscaban con gran diligencia su origen. En ese tema no se ponían de acuerdo entre sí; antes bien, se mostraban harto polémicos y se dividían, a grandes rasgos, en tres facciones.
La primera estaba formada por los eruditos, que parecían haber resuelto la cuestión. Los eruditos eran, en su mayoría, sacerdotes, jubilados de Ferrocarriles y profesores foráneos, que llevaban ya muchos años asentados en la ciudad enseñando latín a los chiquillos, con gran tristeza y desazón, claro, pero por lo pronto aprovechaban la biblioteca local y los archivos estatales, adonde iban cada tarde a hurgar entre códices, manuscritos y legajos.
Para ellos lo importante eran los documentos. Y punto. Se ocupaban sobre todo de topografía medieval, y escribían sesudos estudios, repletos de notas y citas, sobre la frontera de Montiano y Scerpenna entre los años 1317 y 1319; o sobre una aparcería en el municipio de Montepescali; o sobre el alzamiento del antiguo torreón, vieja construcción de piedra y ladrillo, ya agrietado y ennegrecido, pero intocable tras ser declarado monumento nacional por Patrimonio Cultural.