Ficha técnica
El príncipe de la niebla
Martin Mosebach
Lerner, un joven inconsciente pero seguro de sí mismo, se embarca en una audaz empresa engatusado por una exuberante estafadora, la señora Hanhaus, con la que decide viajar al Ártico para anexionar al Imperio alemán una isla sin dueño. A través de esta aventura, basada en un capítulo real de la historia colonial alemana, Mosebach traza con gran destreza y fina ironía un retrato feroz con la «conciencia humorística de la historia» que le reconoció el jurado del premio Georg Büchner.
«A la recreación de la atmósfera histórica y la confección de personajes pintorescos pero verosímiles, se añade, en este excelente libro, la fina ironía y un humor fabulador con los que Mosebach se burla del pasado de su propio país».
Elena Sierra, El Correo
«En pocas líneas, en el mínimo espacio, Mosebach nos muestra el viejo y el nuevo mundo en un delicado suspense … Su novela es una forma de colonización narrativa y nos conduce a lo que realmente es la literatura: un viaje sin rumbo fijo, tanto para el autor como para el lector».
Frankfurter Rundschau
LA DAMA CAE
Unos pocos pasos fuera del pequeño universo familiar y se llegaba tan lejos como si uno hubiese emigrado. Emigrar era un buen plan. Por desgracia, Theodor Lerner no era inglés; los ingleses tenían abierto medio mundo, ya que éste les pertenecía. Pero también estaba Argentina, donde era posible criar vacas, o Brasil, donde se podía cultivar tabaco, o Panamá, donde se podía establecer una compañía naviera. Otros se marchaban a Rusia y allí comerciaban con azúcar e índigo. Y luego todo eso se transformaba en oro puro. Cuando esa gente regresaba, vivía en mansiones en Wiesbaden o en Godesberg, mansiones con torres y jardines con terrazas, y descansaban la vista, mustia de ver tantas cosas extraordinarias, con el agradable paisaje del Rin.
A Theodor Lerner le parecía que escribía bien. También podía convertirse en un autor de literatura de viajes, esa gente que sale a cazar tigres montada en elefantes y lleva un diario bajo el humeante brillo de la lámpara de carburo. Los lectores de su país les hacían alcanzar los más altos honores. Hasta el primo Valentin Neukirch, el severo director de minas que se pasaba todo el tiempo reprochando a Lerner que forjara planes fallidos, leía con respeto libros de viaje. De vez en cuando, Theodor Lerner lo intentaba con ciertos encargos del Berliner Lokalanzeiger. Lo enviaban a algún lugar donde pasara algo candente, cosa que había que entender en un sentido literal.