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Ficha técnica

Título: El instinto musical. Escuchar, pensar y vivir la música | Autor: Philip Ball |  Editorial: Turner | Colección: Noema | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-7506-924-1 | Páginas: 516 | Formato:  13 x 21 cm. | Encuadernación: Rústica con solapas  |  PVP: 28,00 €

El instinto musical

Philip Ball

TURNER

Si hay algo que compartan todas las culturas humanas, en todas las épocas y lugares, es la música. En este libro se argumenta que casi todos, aunque afirmemos tener «mal oído», somos expertos en música porque nuestro cerebro está muy bien equipado para entenderla, descodificarla, darle significados e incluso crearla.

El instinto musical es un libro único en su género, un relato completo de todo lo que sabe (y mucho de lo que no se sabe) sobre cómo percibimos la música, y qué papel juega en el cultura y en la sociedad. En él, el lector hallará las claves para disfrutar más de la que ya le gusta, y quizá abrir sus percepciones a otros géneros musicales que hasta ahora le resultaban lejanos. Al menos, disfrutará de un viaje impresionante, lleno de datos inesperados, anécdotas y conocimiento  sobre la gran aventura que se inicia en su cerebro cada vez que aprieta el botón de «play».

Un libro que engancha…será muy raro que algún melómano acabe este libro sin haber aprendido gran cantidad de cosas interesantes.- The Guardian

El negocio editorial iría mucho mejor si todos los libros de divulgación científica fueran así.- The Independent

 

PRÓLOGO  

¿Es necesario que la mayoría de la gente carezca de talento musical para que unos pocos puedan tenerlo? La pregunta, formulada por John Blacking en ¿Hay música en el hombre?, el influyente ensayo que publicó en 1973, parece sintetizar la posición de la música en la cultura occidental: unos pocos la componen, unos cuantos más la interpretan, y es a esta exigua minoría de individuos a quienes denominamos «músicos». Lo contradictorio, sin embargo, como también señala Blacking, es que la música es al mismo tiempo omnipresente en esa misma cultura: en los supermercados y aeropuertos; en las películas y la televisión todo programa está obligado a tener su propia sintonía; en las ceremonias importantes y, hoy día, en los paisajes sonoros privados y portátiles que discurren por el cable de los auriculares desde los bolsillos a los oídos de tantísimas personas. «Mi sociedad», escribe Blacking, «afirma que tan solo un número limitado de individuos posee dotes musicales, pero luego actúa como si todo el mundo tuviese la capacidad fundamental e indispensable para que exista una tradición musical, que no es otra que la capacidad de escuchar sonidos y apreciar sus pautas». Según el difunto etnomusicólogo, ese supuesto va más allá: «su» sociedad presupone la existencia de un sustrato común en cuanto a la interpretación, comprensión y reacción a esas pautas sonoras. La presuposición, naturalmente, está justificada: en efecto, tenemos la capacidad de oír música y de forjar un consenso cultural en cuanto a nuestra reacción a la misma. Sin embargo, al menos en Occidente, hemos decidido que esas facultades mentales son tan comunes y corrientes que no merece la pena reseñarlas, no digamos ya ensalzarlas o calificarlas de atributos «musicales». Las experiencias de Blacking en culturas africanas donde la actividad musical no se divide de una forma tan rígida entre «creadores» y «consumidores», es más, donde tales categorías carecen a veces de significado le sirvieron para reparar en lo extraño de la situación. Personalmente, tengo la sospecha de que puede ser fácil exagerar esa escisión, la cual, en el caso de que exista, podría ser un efecto pasajero del surgimiento de los medios de comunicación de masas. Antes de que la música pudiese grabarse y transmitirse, la gente la «fabricaba» por su cuenta. Y ahora que cada vez resulta más fácil y más barato crearla y difundirla, son innumerables las personas que lo hacen. Así y todo, en materia musical seguimos asignando la primacía a la faceta creadora. En las páginas siguientes espero demostrar por qué «la capacidad de escuchar y apreciar patrones sonoros», algo que casi todos poseemos, es la esencia de la musicalidad. Este libro trata de cómo surge esa capacidad, y mi intención es explicar que, si bien la audición de piezas excelentes a cargo de grandes intérpretes proporciona un placer incomparable, no es la única manera de disfrutar de la música.

  La pregunta de cómo opera la música es tan complicada y escurridiza que sería fácil dar una falsa impresión de sagacidad a base de señalar los defectos de las respuestas ofrecidas hasta ahora. Confío en dejar claro que mi objetivo no es ese. Todo el mundo tiene opiniones firmes sobre este asunto, y me parece estupendo. En un tema como el que nos ocupa, las ideas y puntos de vista diferentes del nuestro no deberían ser objetivos que destruir sino piedras de afilar con las que aguzar nuestros pensamientos. Espero que los lectores sean de la misma opinión, habida cuenta de que probablemente todo el mundo encontrará en este libro algo de lo que discrepar.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

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Philip Ball

Philip Ball Inglaterra, 1962. Es químico y doctor en Física por la Universidad de Bristol. Editor de la revista Nature, colabora regularmente con New Scientist y otras publicaciones científicas. Es además miembro del departamento de Química del University College de Londres. Su prolífica trayectoria se caracteriza por la cantidad de libros considerados definitivos en las materias que trata, como es el caso de H20: Biografía del agua, y el premio Aventis 2005, Masa Crítica.

Obras asociadas
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