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Ficha técnica

Título: El imperio del algodón | Autor: Sven Beckert | Traducción: Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar | Editorial: Crítica | Colección: Serie Mayor | Formato: 15,5 x 23 cm. | Presentación: Tapa dura con sobrecubierta | Fecha: feb/2016 | Páginas: 736 | ISBN: 978-84-9892-914-0 | Precio: 32 euros | Ebook: 14,99 euros

El imperio del algodón

CRÍTICA

La historia de la formación del capitalismo moderno a través de la historia del algodón.

Nos educaron en una visión de la historia que presentaba el auge de la civilización industrial como una de las cimas del progreso humano; el algodón, la industria más importante del mundo hasta 1900, tenía un papel dominante en esta epopeya del capitalismo.

Sven Beckert, profesor de historia de la Universidad de Harvard, nos muestra ahora la cara oculta de este proceso y denuncia cómo este auge se asentó en una explotación inhumana de los esclavos en las plantaciones, lo que impulsó la expansión del dominio imperial del mundo, y de los trabajadores en las fábricas.

Beckert, nos dice Thomas Bender, ha culminado una obra extraordinaria, investigando en los archivos de todos los continentes para construir un relato que nos llega con una prosa fascinante y unos argumentos claros y convincentes. Daniel Walker Howe, profesor emérito de la universidades de Oxford y de California, afirma: «Este libro debería ser apasionadamente leído, no solo por los especialistas y los estudiantes, sino por el público lector inteligente».

Se dice de la obra:

«El imperio del algodón demuestra que Sven Beckert pertenece sin duda a la nueva élite de los historiadores genuinamente globales. Muy poca de la historia académica actual se escribe pensando en el gran público; El imperio del algodón traspasa esta barrera y se devora con avidez, no sólo por académicos y estudiantes sino también por el público general. El libro es rico y diverso, y está escrito de forma elegante; el uso de fuentes primarias y secundarias es impresionante. El autor combina con maestría panoramas sobre las tendencias internacionales con iluminadoras y memorables anécdotas. . . Después de leerlo, deseo fervientemente que haya una secuela.» Daniel Walker Howe, The Washington Post

«Magistral… Con una profunda investigación -con la que traza un argumento claro y convincente- y una prosa memorable, El imperio del algodón da una nueva visión de la expansión incesante del capitalismo global. Beckert no sólo traza la expansión del capitalismo a través del mercado del algodón, sino que aborda las condiciones de los trabajadores esclavizados en los campos y los trabajadores asalariados en las fábricas. Un logro asombroso.» Thomas Bender, The New York Times

«Importante… Un auténtico trabajo de erudición que tardará en ser superado .» Adam Hochschild, The New York Times Book Review

 

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EL SURGIMIENTO DE UNA MATERIA PRIMA GLOBAL

Hace quinientos años, en una docena de pueblecitos situados a lo largo de la costa del Pacífico de lo que actualmente conocemos con el nombre de México, la gente dedicaba la jornada a cultivar maíz, alubias, calabazas y pimientos. En esta zona, entre el río Santiago al norte y el Balsas al sur, estos pueblos se dedicaban a pescar, a buscar ostras y almejas, y a hacerse con la miel y la cera de las abejas silvestres. Además de la práctica de una agricultura de subsistencia y de los modestos productos artesanales que elaboraban a mano – su más reconocida creación eran unas pequeñas vasijas de cerámica pintada que decoraban con motivos geométricos-, estos hombres y mujeres reservaban parte de su tiempo al cultivo de una planta que daba unas pequeñas cápsulas blancas y velludas. Se trataba de un arbusto de frutos incomestibles, pero era también el vegetal más valioso de cuantos centraban sus cuidados. Lo llamaban ichcatl: algodón.

La planta del algodón medraba entre las mazorcas de maíz y todos los otoños, una vez recogida la cosecha de los cultivos con que se alimentaban, los aldeanos arrancaban las suaves bolitas fibrosas de aquellas matas leñosas de forma piramidal que les llegaban a la cintura, metiendo en cestas o sacos las numerosas pelotitas que daban las plantas y trasladándolas después a sus chozas de cañas y barro. Una vez allí, se tomaban la molestia de quitar meticulosamente, siempre de forma manual, las abundantes semillas de la cápsula para batir después el algodón en una esterilla de palma a fin de suavizarlo todavía más y poder cardar luego las fibras y obtener pequeños cabos de varios centímetros de longitud. Valiéndose de un fino huso de madera provisto de un disco de cerámica y de una devanadera con la que sostener el huso mientras gira, los aldeanos de la zona iban trenzando esas hebras de algodón hasta convertirlas en un delgado hilo blanco. Después tejían con él un paño en un telar de cintura, una sencilla herramienta compuesta por dos palos sujetos por los hilos de la urdimbre. Uno de los palos se colgaba de un árbol, atándose el otro a las caderas de la propia tejedora, que de este modo podía estirar la urdimbre echando el cuerpo hacia atrás, valiéndose de su peso, y enhebrando a continuación, una y otra vez, el hilo de contraste (la trama) entre los cabos de la urdimbre en una coreografía sin fin. Lo que se obtenía era un tejido resistente y flexible al mismo tiempo. Después, los lugareños teñían la tela con índigo y cochinilla, creando una rica variedad de tonos azules, negro-azulados y carmesíes. Tras cortarlos y coserlos para confeccionar blusas, faldas y pantalones, los habitantes de la región solían vestir ellos mismos parte de los tejidos elaborados. El resto lo enviaban a Tenochtitlan como elemento integrante del tributo anual que debían entregar a sus distantes gobernantes aztecas. Solo en 1518, las gentes de estas doce aldeas costeras proporcionaron al emperador Moctezuma II 800 balas de algodón en rama (de 52 kilos cada una), 3.200 telas de algodón teñido y 4.800 grandes lienzos blancos, producto todo ello de miles de horas de un trabajo agotador y altamente especializado.(1)

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