El economista belga Bruno Colmant invita a pensar cuando dice que la economía se ha separado de los demás hemisferios de la sociedad, y en consecuencia se ha separado de la realidad.
Las palabras de Colmant me trajeron a la memoria algunas ideas de Lévi-Strauss. En las sociedades que él estudió, anteriores a la escritura, la economía estaba íntimamente conectada con la mitología y con las leyes de parentesco, hasta el punto de que eran ámbitos que no podían separarse pues formaban entre todos un único universo material y espiritual. La economía, entendida como administración de la tribu, el clan y la familia, era una de las formas sustantivas de la realidad, inseparable de todos los demás elementos que constituyen el tejido social.
Curiosamente, “economía” quería decir en su origen “administración de la casa”. Más claro agua. Para los griegos y los romanos, “economía” venía a decir casi lo mismo que para los pueblos amazónicos que estudió Lévi-Strauss.
¿Dónde ha quedado esa idea de la economía, totalmente imbricada en la realidad y hasta sosteniéndola? ¿Dónde ha quedado esa economía real y esa economía de lo real? Diríase que ninguna palabra se ha alejado tanto de su propio origen como la palabra “economía”, y por lo tanto ninguna palabra se ha perdido tanto a sí misma.
Pero veamos, ¿realmente se ha separado tanto el concepto “economía” de su origen doméstico? En las familias de la clase media y la clase obrera no, en ellas la palabra “economía” sigue fiel a su sentido primordial, el que hace referencia a la buena “administración de la casa”, lo que implica llevar, sobre todo en estos tiempos, “una vida económica”, en el sentido antiguo del término. Dicho en otras palabras: una vida austera, digna y cabal. El concepto “economía” recobrando su sentido original.
Frente a esa economía de lo real y de la supervivencia, se proyecta una economía imaginaria dibujada por las finanzas y la especulación. Lo curioso es que la economía imaginaria determina completamente la economía real. No es nada extraordinario: los sueños de la imaginación producen monstruos mucho más peligrosos y despóticos que los de la razón. Platón veía en los sueños de la imaginación una fuente permanente de desdicha. Y ahora la economía es imaginación, a veces galopante, a veces no. (También la administración doméstica requiere imaginación, pero se trata de una imaginación conectada con la más pura realidad cotidiana).
Nos gobierna la irrealidad y se ve cada vez más necesario un nuevo siglo de las luces, una nueva era de la razón, que despoje a la economía de toda su irracionalidad y de todos sus vínculos con la magia y el delirio interpretativo. No deseo lo imposible, se dice que el mejor pensamiento emerge cuanto todo está pudriéndose y que la lechuza de Minerva alza su vuelo al atardecer.