Ficha técnica
Título: El horizonte | Autor: Patrick Modiano | Traducción: María Teresa Gallego Urrutia | Editorial: Anagrama| Colección: Panorama de narrativas | Género: Novela | ISBN: 978-84-339-7541-6 | Páginas: 160 | PVP: 15,00 € | Publicación: Septiembre de 2010
El horizonte
Patrick Modiano
El primer encuentro entre Jean Bosmans, un aprendiz de escritor, y Margaret Le Coz se produce por azar. Los dos huyen de los disturbios de una manifestación, y en la boca del metro él tropieza, la arrastra consigo, la multitud los aplasta contra la pared. Años después el protagonista de la novela se pregunta si es posible estar seguro de que las palabras que dos personas han intercambiado durante su primer encuentro se han disipado en la nada como si nunca hubieran sido pronunciadas… ¿Y si todas esas palabras quedaran suspendidas en el aire hasta el fin de los tiempos y bastase tan sólo un poco de silencio y de atención para captar sus ecos? Bosmans se busca en un viaje al pasado sólo recuperable a partir de fragmentos de vida que reverberan como esas palabras del primer encuentro amoroso. A trompicones, anotando uno a uno los recuerdos en un pequeño cuaderno, avanza Bosman en su itinerario por los meandros de la memoria tras los pasos no sólo de sí mismo, sino, ante todo, de Margaret Le Coz. Y va siguiendo el rastro de esa mujer inasible que, como sucedía con la enigmática Louki de En el café de la juventud perdida o la Denise de Calle de las Tiendas Oscuras, hechiza al lector.
Jóvenes, frágiles, y sin nada que los ate al mundo, Bosmans y Margaret son una de esas parejas inciertas, casi al borde de la evanescencia, que frecuentan la narrativa de Modiano. Pronto descubriremos que Margaret Le Coz es un nombre inventado por una mujer que se esconde en los suburbios de París. De Berlín a Suiza, de Suiza a la capital francesa, ella huye de Boyaval, una sombra amenazante que se cierne sobre los amantes a lo largo de toda la novela. Treinta años más tarde Bosmans redibuja en su pequeño cuaderno no sólo el mapa incompleto de su relación con Margaret, sino también el de una ciudad ya inexistente. Y, allí, ellos dos transitan en un tiempo suspendido habitado por los fantasmas del pasado, entre el mundo del sueño y el presente.
Pero es el luminoso horizonte del título y no la melancolía aquello que mueve al protagonista a volver atrás la mirada. Y es ese horizonte esperanzado lo que hace de esta hermosísima novela una obra peculiar, diferente, dentro del hipnótico universo literario de Modiano.
«La sensación de aire fresco con que se cierra el relato invita a situar esta novela admirable como una prolongación, y al mismo tiempo una variación sutilmente nueva dentro de la obra admirable, espléndidamente coherente, de Patrick Modiano» Nathalie Crom, Télérama.
«La atmósfera indefinida, el universo flotante, las pistas borradas, esos murmullos de la hora incierta en que aún queda un café abierto y una soledad encontrará a otra. Siempre parecido, y siempre mágico. Cada vez que se publica una novela suya, los lectores y los críticos lo loan como si fuera la primera vez. Mejor que un volumen de la Pléiade, que un lugar en el Panteón, que su mesa reservada en Flore, el escritor francés es consagrado por el neologismo que ha suscitado: «modianesco»» Pierre Assouline, Le Monde.
PÁGINAS DEL LIBRO
Bosmans llevaba tiempo pensando en algunos episodios de su juventud, episodios sin ilación, que se interrumpían en seco, rostros sin nombre, encuentros fugitivos. Todo pertenecía a un pasado remoto, pero, como esas breves secuencias no tenían relación con el resto de su vida, se quedaban en el aire, en un presente eterno. No iba a dejar de hacerse preguntas al respecto y nunca hallaría respuestas. Esos retazos siempre seguirían siendo enigmáticos. Empezó a hacer una lista, intentando pese a todo encontrar puntos de referencia: una fecha, un sitio concreto, un nombre con cuya ortografía no daba. Se compró una libreta Moleskine negra, que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta, con lo cual podía tomar notas en cualquier momento del día, siempre que uno de aquellos recuerdos con eclipses le pasaba por la cabeza. Tenía la sensación de estar haciendo un rompecabezas. Pero, según iba remontando la corriente del tiempo, a veces se arrepentía: ¿por qué tiró por ese camino mejor que por aquel otro? ¿Por qué dejó que este rostro, o aquella silueta tocada con un curioso gorro de piel y que llevaba un perrito atado con una correa, se perdiera en lo desconocido? Le entraban mareos al pensar en lo que habría podido ser y no había sido.
Tales fragmentos de recuerdos correspondían a esos años en que las encrucijadas nos salpican la vida y se nos abren tantas veredas que nos vemos en dificultades para decidirnos por una u otra. Las palabras con que llenaba la libreta le recordaban el artículo acerca de la «materia oscura» que había enviado a una revista de astronomía. Tras los acontecimientos concretos y los rostros familiares, era muy consciente de todo cuanto se había convertido en materia oscura: breves encuentros, citas fallidas, cartas perdidas, nombres y números de teléfono que aparecen en una agenda antigua y hemos olvidado, e incluso las personas con quienes nos cruzamos sin darnos cuenta siquiera. Igual que en astronomía, esa materia oscura era más dilatada que la parte visible de la vida de uno. Era infinita. Y él escribía en la libreta el repertorio de unos cuantos destellos en lo hondo de aquella oscuridad. Unos destellos tan débiles que cerraba los ojos y se concentraba, buscando un detalle evocador que le permitiese reconstruir el conjunto, pero no había conjunto, sólo fragmentos, partículas de polvo de estrellas. Le habría gustado sumergirse en esa materia oscura, empalmar uno a uno los hilos rotos, sí, ir hacia atrás para sujetar las sombras y saber más acerca de ellas. Imposible. Así que ya sólo le quedaba volver a dar con los apellidos. O incluso con los nombres. Hacían las veces de imanes. Traían a la superficie impresiones confusas que costaba ver con claridad. ¿Pertenecían al sueño o a la realidad?
Mérovée. ¿Nombre o mote? No debía concentrarse demasiado en eso por temor a que el destello se apagase del todo. No estaba ya nada mal el haberlo apuntado en la libreta. Mérovée. Hacer uno como si pensara en otra cosa, la única forma de que el recuerdo se concretase por sí solo, con naturalidad, sin forzarlo. Mérovée.