
El adversario
Emmanuel Carrère
Un relato escalofriante, una historia real que nos sume en el estupor, que es un viaje al corazón del horror, un libro excepcional que ha sido comparado con A sangre fría de Truman Capote.
El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó, sin éxito, darse muerte. La investigación reveló que no era médico, tal como pretendía y, cosa aún más difícil de creer, tampoco era otra cosa. Mentía desde los dieciocho años. A punto de verse descubierto, prefirió suprimir a aquellos cuya mirada no hubiera podido soportar. Fue condenado a cadena perpetua.
Yo entré en relación con él, asistí a su proceso, dice el autor. He intentado relatar con precisión, día tras día, esta vida de soledad, de impostura y de ausencia. Imaginar lo que bullía en su mente a lo largo de las horas vacías, sin proyecto ni testigos, cuando se suponía que estaba trabajando y en realidad pasaba el tiempo en parkings de autopistas o en los bosques del Jura. Comprender, en fin, lo que en una experiencia humana tan extrema me ha tocado tan de cerca y que nos afecta, creo, a cada uno de nosotros.
«Excelente» (Soledad Puértolas).
«Novela apasionante y reflexión de escalofrío» (David Trueba).
«Basada en un caso real, el de los crímenes cometidos por el falso médico Jean-Claude Romand, El adversario es un texto poderosísimo que sume al lector en el espanto» (Juana Salabert, La Razón).
«Un libro contenido, bien graduado y fascinante por tanta materia oscura que aborda» (Antón Castro, ABC).
«Ese retrato del monstruo, del diablo, logra atraparnos» (Josep M. Sòria, La Vanguardia).
Comienzo del libro
La mañana del sábado 9 de enero de 1993, mientras Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los míos a una reunión pedagógica en la escuela de Gabriel, nuestro hijo primogénito. Gabriel tenía cinco años, la edad de Antoine Romand. Luego fuimos a comer con mis padres, y Romand a casa de los suyos, a los que mató después de la comida. Pasé solo en mi estudio la tarde del sábado y el domingo, normalmente dedicados a la vida en común, porque estaba terminando un libro en el que trabajaba desde hacía un año: la biografía del novelista de ciencia ficción Philip K. Dick. El último capítulo contaba los días que había pasado en coma antes de morir. Terminé el martes por la tarde y el miércoles por la mañana leí el primer artículo de Libération dedicado al asunto Romand.