
Ficha técnica
Título: Don Juan | Edición coordinada por: Fernando Marías | Editorial: 451 Editores | Colección: 451re TM | Precio: 24,50 € /sin IVA: 23,52 € | Páginas: 200 | Género: Relatos | ISBN: : 978-84-96822-57-3 | Código: 85076
AUTORAS: Carmen Amoraga · Elia Barceló · Paloma Díaz-Mas · Adelaida García Morales · Magdalena Lasala · Rosa Regàs · Carme Riera · Marta Robles · Santiago Sequeiros
Don Juan
Fernando Marías
¿Qué escondido temor lleva a Don Juan a desafiar a Dios reinventando el amor?.
Don Juan, uno de los libertinos más osados de la historia de la literatura, se atreve a desafiar a Dios, a no respetar ningún límite humano y a reinventar la idea misma del amor. De raíces profundamente españo las por su pasión, su idiosincrásica calavera y su actitud provocadora ante la divinidad, la pasión de Don Juan posee muchas interpretaciones, como demuestran los maravillosos relatos que conforman este libro.
Nueve versiones rompedoras sobre el eterno Donjuanismo.
LA VISITA DEL COMENDADOR
Paloma Díaz-Mas
SE HABÍA INCORPORADO CON ESFUERZO, SINTIENDO LA PESADEZ de unas articulaciones inexistentes, de unos músculos de piedra. La luz de la luna producía reflejos marmóreos en el manto blanco mientras el Comendador se internaba en unas callejas cada vez más retorcidas y llenas de vericuetos. Sus pasos retumbaban en las guijas del pavimento, hacían retemblar las fachadas como el eco lejano de un terremoto. Era principios de junio y durante el día había hecho mucho calor en Sevilla, pero la noche era suave y serena, bañada por una leve brisa que subía del río. Una noche para gozar y descansar del agobio del día, aunque el Comendador, procedente de las tinieblas y arrebatado por el odio, no se daba cuenta.
En el pecho duro, bajo la cruz de Calatrava bien labrada en un jaspe rojizo, le ardía una tormenta de cólera y rencores. Había llegado, por fin, la hora de su venganza; una venganza fría, largamente meditada en la oscuridad húmeda de su sepulcro, en las largas horas de silencio y vermes. Sabía muy bien lo que hacer: primero, aparecería ante el pecador, llenándole de espanto. El corazón helado del Comendador se llenaba de júbilo imaginando el miedo, el terror de don Juan al comprobar que él había aceptado su invitación y su reto: levantarse una noche del sepulcro para ir a cenar a casa de don Juan. Luego llegaría el momento de devolverle la invitación con un regalo envenenado, una comida de ceniza, sierpes y alacranes, en la que el burlador bebería, en vez de vino, el fuego del infierno. Solo después de haberse vengado podría don Gonzalo de Ulloa descansar, por fin, en paz.
No le resultó difícil reconocer el palacio de los Tenorio. Lo había visto muchas veces, en vida; pero ahora, tras pasar algún tiempo en la morada estrecha, lóbrega y oscura, donde ni comen ni beben, la casa le pareció más espléndida que nunca. Admiró un momento la fachada sobria, las ventanas coronadas por frontones a la manera romana y la finura del trabajo de los canteros en los grutescos enmarañados que decoraban las jambas de la puerta; dos salvajes de piedra arenisca esculpidos en medio bulto, con el cuerpo cubierto de pieles sin curtir y portando sendas mazas, flanqueaban la entrada.
Llamó con puño firme, sin usar la aldaba, golpeando con toda la energía de su brazo la puerta tachonada de clavos. En la plazuela desierta resonaron los golpes como tiros de arcabuz. Si don Juan, muerto de miedo, se negaba a abrir, estaba dispuesto a echar abajo esta puerta y todas las que se interpusieran en el camino de su venganza. Estaba decidido a atravesar las paredes, si era preciso.
Pero no hizo falta. Al cabo de poco, un criado tembloroso y profundamente pálido entreabrió un postigo calado en la misma puerta, asomó la cabeza de cabellos erizados y le preguntó qué quería. Él, sin revelar del todo su identidad, se presentó como lo que era: un huésped que venía a cenar, convidado por el señor de la casa. El criado debía de estar ya advertido porque, sin dejar de temblar, abrió de par en par la puerta principal y le franqueó el paso.