Cuarteto de cuerdas

Javier Ors

BERENICE

Cuarteto de cuerda de Javier Ors es una historia descarnada y marginal. Narra las vicisitudes de cuatro boxeadores acorralados entre las cuerdas por su propio destino. Y es que los peores golpes siempre se reciben fuera de lona.

Un boxeador de color que toca la trompeta en una nación marcada por el racismo; un campeón que sucumbe al ambiente nocturno en el Madrid de los ochenta y acaba convirtiéndose en un juguete roto; un púgil que, desobedeciendo los consejos de sus amigos, se da la vuelta al llegar a la frontera y decide quedarse en un país inmerso en la represión de su posguerra, y, cerrando este cuadrilátero narrativo, la relación imposible entre un joven con talento para el ring, una mujer fatal y un gángster que domina la ciudad con puño de hierro.

Música, corrupción y crímenes en un mundo sórdido y recurrente como el boxeo, uno de los fenómenos deportivos con más potencial narrativo de la cultura, que sedujo a grandes escritores como Hemingway, Dos Passos, Conan Doyle, Jack London, Lord Byron…

«Después de leer este deslumbrante libro, nos nacen las ganas de saber por qué ha elegido una historia tan descarnada de crimen y marginación. Hablar de verosimilitud en esta novela pasa por detenerse en el estilo, muy bien reforzado por el tempo narrativo. Ha construido una voz poderosa gracias a la meticulosa recreación del auge madrileño de los 80 y 90». Cara Santos, El Cultural. 

«Piezas contundentes, efectivas, con regusto amargo. Igual que un Dry Martini, agitado, no removido y con una aceituna cruzada en copa corta. Así son las extensiones breves e intensas de sus cuentos, el lenguaje con el que adentra en la historia al lector y le deja un golpe seco en el paladar ensimismado». Guillermo Busutil, Mercurio.

«(…) nos lleva de la mano por un mundo intratable, desembarca en el poblado horizonte de la novela negra española para renovar desde una lengua que abre caminos, desde un carácter personalísimo. Una música antigua para las palabras atroces. Altamente recomendable». Guillermo Roz Periodista Digital.

PRIMERA CUERDA:BLACK RAY

Black Ray, la sonrisa más blanca del Harlem, cruzó la calle con la determinación de los hombres que son dueños de sus pasos y avanzan por la senda del mundo dispuestos a cambiar el rumbo que les ha marcado la vida. Salió con sus zapatos de piqué, un amplio abrigo jaspeado y una elegante bufanda de cachemir anudada alrededor del cuello. Y el odio le metió cinco balas en el pecho antes de que alcanzara el destino de la acera de enfrente. El León de Nueva Orleáns, el martillo de Mississippi, el campeón de los pesos bantam, quedó tendido en el suelo con el pasado a cuestas y todo el porvenir por delante. Creía, como los niños arropados con cariño, que los sueños se alcanzan con sólo estirar el brazo, pero la realidad vino aquella noche para desmentir su ingenuidad. Los que apretaron el gatillo pensaban que para acabar con una persona basta con el reflejo mate de un Colt y algo de templanza en la muñeca para acertar con la puntería, sin darse cuenta de que las balas jamás han detenido a nadie. Sólo suponen el inicio de una nueva leyenda.

     Nació en un arrabal sin más horizonte que el yermo que deja la miseria, bajo la tutela de un padre que confiaba más en la virtud del sacrificio que en las estrellas de los horóscopos. «Con algo de esfuerzo, y arrimando un poco de voluntad, cualquiera puede conseguir lo que se proponga», aseguraba. Y, para demostrarlo, cogía entre sus manos de adulto una vieja trompeta y extraía de su interior la alegría que ninguno encontraba ya entre las baldas del hogar. Su madre había trabajado como vocalista en los mejores tugurios de la ciudad. Tenía un caudal de oro en la voz y un cuerpo entallado para el escándalo. Encontró a su marido durante una Jam Session, semejante a la que protagonizaron Coleman Hawkins y Lester Young en el Hey Hey Club de Kansas City. Durante esa velada, el piano se quedó sin teclas y la madrugada prendió con un ritmo nuevo y provocador que atrajo a la chusma de peor catadura que poblaba la ribera: hombres sin trabajo ni meta precisa en la vida que ocultaban su absurda andadura diaria bajo la violencia ciega que proporciona el resentimiento y el odio. Días antes, el reverendo, advertido por las puritanas almas de su fieles y apoyándose en la autoridad moral y las prerrogativas que le concedían sus votos sagrados, había censurado esa reunión libertina con palabras furibundas. Pero ni sus amenazas ni su celo religioso lograron disuadir a ningún espíritu de que acudiera a escuchar aquella música del diablo.

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