
Ficha técnica
Título: Cuando Kafka hacía furor. Memorias del Greenwich Village | Autor: Anatole Broyard | Traducido: Catalina Martínez Muñoz | Dibujos: Eduardo Jiwnani | Editorial: Uña Rota | Páginas: 216 | ISBN: 9788495291356 | Precio: 16,00 euros
Cuando Kafka hacía furor
Anatole Broyard
Quien habla es Anatole Broyard, joven recién emancipado, aspirante a escritor, amante del jazz, al que vemos instalarse en el pequeño barrio de Greenwich Village, abrir su librería en la calle Cornelia a la vez que ejercitaba su libido con Sheri [Sheri Martinelli], la protegida de Anaïs Nin, asistir a clases en la New School, donde Erich Fromm, Karen Horney y Meyer Shapiro debatían sobre «las nuevas tendencias del arte, el sexo y la psicosis»; y en el camino encontrarse en cafés y clubes de baile con escritores malditos como Delmore Schwartz, célebres como Dylan Thomas y otros novelistas y poetas en ciernes.
Estas amenas memorias de estilo epigramático, escritas con perspicacia, elegancia y un humor ácido, nos trasladan a una época en la que Kafka era tan popular que «la gente estaba dispuesta a pagar por sus libros lo que fuese», y en la que «de no haber sido por los libros, habríamos quedado completamente a merced del sexo». Broyard rinde así homenaje a una bohemia olvidada a través de las vivencias de un joven ávido por encontrar no sólo su voz, sino también su propio espacio en un paisaje y un tiempo irrepetibles.
Completa el libro el conocido ensayo de Broyard «Retrato de un hipster», publicado en 1948 en la revista The New Partisan. Precisamente, según cuenta el biógrafo James Campbell, ese mismo año y en el mismo lugar, el Village de Nueva York, dos jóvenes poetas, John Clellon Holmes y Jack Kerouak, bautizaban la Generación Beat. En el artículo, Broyard escribe una especie de necrológica del hipster y, como motivo recurrente en sus libros, mide el abismo que hay entre la máscara y el rostro que enmascara:
«Pertrechado con su lenguaje y su nueva filosofía como armas ocultas, el hipster se lanzó a la conquista del mundo. Se colocó en la esquina y empezó a dirigir el tráfico de los viandantes. Su postura era inconfundible. Su rostro -«el corte transversal de un movimiento»- parecía congelado en la «fisionomía de la perspicacia»: los ojos entornados con aire astuto, la boca relajada hasta el extremo de una sensibilidad clara, transparente, vigilaba su entorno como un propietario suspicaz. Siempre estaba algo apartado del grupo. Con los pies bien plantados, los hombros hacia atrás, los codos recogidos, las manos pegadas a los costados, como un poste implacable en torno al cual circulaba el mundo de una manera servil.»
«Si alguna vez ha sido usted joven, si ha vivido o ha querido vivir en Greenwich Village, si ha sentido pasión por los libros o por el sexo o por las dos cosas, seguro que saboreará estas memorias.» Detroit Free Press
«Greenwich Village fue el lago Walden de Broyard. Y, como Walden, este libro se convertirá en un clásico.» Arthur Danto
«Todo el ingenio, la compasión y la perspicacia de Broyard… Su inteligencia, su estética, su visión del mundo resplandecen en estas memorias.» Chicago Tribune
«Unas memorias divertidas, tiernas, reflexivas y astringentes… Aquí está el mejor Anatole.» Alfred Kazin
OBSERVACIONES PRELIMINARES
Creo que hay mucha nostalgia de cómo era la vida en Nueva York, y sobre todo en Greenwich Village, en el período que siguió inmediatamente a la Segunda Guerra Mundial. Todos nos sentíamos agradecidos de estar allí, como si fuera la recompensa por haber combatido en la guerra. Se percibía una sensación de volver a la vida, una energía y una curiosidad increíbles, incluso un sentimiento de destino derivado de la guerra que acababa de terminar. Una dulzura inmensa y seductora envolvía el Village, como el resto de la ciudad de Nueva York. El ambiente era como el de París en los años veinte, con la diferencia de que estábamos en nuestra ciudad. No nos sentíamos extraños, sino todo lo contrario. El Village era un barrio lleno de encanto, humilde, íntimo, accesible, casi un mercadillo. Vivíamos en los bares y en los bancos de Washington Square y compartíamos la aventura de intentar ser escritores o pintores, de empezar a serlo.
La vida en Estados Unidos estaba cambiando, y nos subimos a la ola del cambio. Los cambios eran sociales, sexuales, apasionantes, más todavía por lo jóvenes que éramos, como si compartiéramos la juventud con el propio país. Aun cuando contribuíamos a definirlos, estos cambios nos llenaban de inquietud.
Las dos grandes transformaciones que más me interesaron fueron los movimientos hacia la libertad sexual y hacia la abstracción en el arte y la literatura, incluso en la propia vida. Ambos me concernían no como parte de la historia social sino como asuntos inmediatos de mi vida cotidiana. Ambos me suscitaban sentimientos ambivalentes, y la narración que sigue extrae en parte su energía de la batalla que libré con ellos.
Un inocente como yo, un provinciano del barrio francés de Nueva Orleans emigrado a Brooklyn, me fui a vivir con Sheri Donatti, una chica que era como Anaïs Nin, su protectora, en versión radical. Sheri encarnaba todas las nuevas tendencias del arte, el sexo y la psicosis. Iba a ser mi educación sentimental.