Ficha técnica
Título: Casandra y el lobo | Autora: Margarita Karapanou | Traducción: Julia Osuna Aguilar | Ilustración: Natalia Zaratiegui | Editorial: Ardicia | Páginas: 164 | Tamaño 13 x 21 | ISBN: 978-84-944476-6-2 | Precio: 16,50 euros | Fecha: mayo 2017 |
Casandra y el lobo
Margarita Karapanou
Este no es un cuento infantil. Y de serlo, se trata del más tierno y oscuro de cuantos se hayan escrito. La pequeña Casandra, desde la perspectiva de sus seis años, será nuestra implacable guía a través de las luces y sombras de esa caverna plagada de equívocos y signos indescifrables que constituye para todos los niños el descubrimiento del mundo adulto y el de su propio ser.
Desde el momento mismo de su publicación en 1976, este «libro monstruoso», como su autora solía llamarlo, se convirtió en un clásico contemporáneo de las letras griegas, se tradujo a varios idiomas y recibió encendidos elogios por parte de figuras tan renombradas como Jonathan Safran Foer o John Updike, quien destacó tras su lectura: «No creo recordar que la infancia, con sus secretas crueldades y su mezcla constante de realidad y fantasía, se haya tratado alguna vez de un modo tan sorprendente y directo. Por momentos recuerda a Marcel Proust, a Jerzy Kosinski o a Lewis Carroll, pero en el fondo subyace una verdad que ninguno de ellos supo captar nunca».
«Una sincera, poética y certera representación de lo que supone la infancia.» Edna O’Brien
PÁGINAS DEL LIBRO
EL PRIMER DÍA
Nací en julio, en el lubricán, bajo el signo de cáncer.
Cuando me llevaron para que ella me viera, se volvió hacia la pared.
EL LOBO
-Vamos a ver el libro de los dibujos.
Corría a su cuarto con el libro bajo el brazo y se lo tendía con ternura.
El primer dibujo era un lobo que abría la boca y se tragaba siete jugosos cerditos.
Me daba lástima por él. ¿Cómo podía tragarse tantos a la vez? Siempre se lo decía y se lo preguntaba. Entonces él me metía su mano velluda en las braguitas blancas y me tocaba. Yo no sentía nada aparte de calor. El dedo iba y venía y yo miraba al lobo. Jadeaba y sudaba. No me molestaba mucho, la verdad.
Ahora, cuando me acarician, siempre pienso en el lobo y siento lástima por él.