Carolina Grau
Carlos Fuentes
«No hay un tiempo más peligroso para el alma que éste.»
«El carcelero tiene su carcelero y éste al suyo y así al infinito. Tú y yo somos los eslabones finales de una larga cadena de sumisiones. Así está ordenado el mundo, mi joven amigo. ¿Hay otra salida?». Eso dice el protagonista de uno de los nueve cuentos que integran esta obra, por donde Carolina Grau transitará como presencia sutil, como persona, como fantasma y como enigma, trazando siempre un fino halo de misterio. Los lectores se preguntarán si lo que leen son hechos de la imaginación, fragmentos de sueños o terribles realidades que permanecieron ocultas. La realidad también son las palabras, aunque a veces sirven de aplazamiento entre un horror y el siguiente.
Carolina Grau es el regreso del autor mexicano a la narrativa breve. Componen la obra ocho relatos que transitan el mundo de los sueños, donde convergen personajes históricos con los de ficción, donde explora lo real y lo fantástico. Todos ellos hablan del encierro que viven muchos seres humanos y en todos ellos aparece Carolina Grau, una mujer que en ocasiones resulta ser una promesa, una sombra, una ilusión o una tabla de salvación.
El propio autor confiesa que ha querido escribir sobre un mundo encerrado porque esa idea nos acompaña desde siempre: «Estamos encerrados en nuestro propio cuerpo al fin y al cabo, estamos encerrados en nuestra condición, en nuestra ciudad, en nuestra política, en nuestra nación; estamos encerrados en el mundo».
La obra arranca con El prisionero del Castillo de If, una revisión de El Conde de Montecristo, obra de Alejandro Dumas padre, donde Fuentes fantasea con la posibilidad de que Dantés quede recluido en la cárcel para siempre y sea otro, el abate Faria, quien salga de la prisión y recupere el tesoro del exterior.
Le siguen Brillante, la historia de un niño que brilla como el oro y que se apodera de la voz del padre muerto; El hijo pródigo, un joven que abandona la ciudad y llega a una aldea donde le reciben como si esperasen con ansia su regreso, aunque él desconoce por qué; Olmeca, en el que Cristóbal de Olmedo deserta de las tropas de Hernán Cortés, encuentra a una indígena a quien bautiza como Carolina Grau y con quien se adentra -se encierra- en un templo azteca; La tumba de Leopardi, sobre el hijo deforme de un aristócrata con el que acabará el linaje y que buscará a su amada en los espejos; Salamandra, la única historia narrada en primera persona por Carolina Grau; El arquitecto del Castillo de If, donde el arquitecto erige la prisión únicamente para él y para su amada, Carolina Grau; y finalmente El dueño de la casa, en el que un individuo se queda solo en su casa, abre las seis puertas que permanecen cerradas y la última le revela que en realidad él es el padre muerto del niño que brilla.
Fuentes reconoce que en Carolina Grau, esa mujer que está en todas partes, que es monstruo y héroe, protagonista y mención sutil, está aplicado el encierro de los personajes, y es en ese universo, donde aparece, a veces fugazmente y en otras de manera permanente, Carolina Grau, que representa la libertad y el movimiento. La describe como «una aparición súbita, permanente, que le da unidad a esta obra, que permite que ocurra en los espacios y tiempos, con un lazo de unión que se llama, precisamente, Carolina Grau, quien puede aparecerse en un pueblo italiano o ser una bióloga mexicana que hace una investigación o una mujer con un niño dorado que debe esconder, es muchas cosas; pero no es una bruja, no es Aura».
Con Carolina Grau, presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) a finales del año pasado, Carlos Fuentes muestra de nuevo su talento narrativo y su imaginación, que se dilata y se contrae al servicio del relato.
El prisionero del Castillo de If
1.
He perdido la libertad. Temí perder la memoria. Llevo catorce años encerrado en el Castillo de If. Me las he ingeniado para cubrir las paredes de mi prisión con mapas del cielo, cálculos de los movimientos del mar y distancias entre la cárcel y las islas más cercanas: Tiboulet, Le Maire… He omitido toda mención de la isla de Montecristo. Tú podrás objetar: nada se disimula mejor que aquello que se muestra. Lo sé. Mi decisión de no hablar de Montecristo es otra. Ya lo sabrás.
Por ahora, escucha cómo rascan mis uñas la piedra que nos separa, cómo araño el cemento que nos divide. Piensa lo que quieras: ¿es un rumor de ratas o un silencio de hormigas? Yo sigo excavando con la vana esperanza de encontrar una ruta de evasión. Estoy rodeado de agua. Sin duda uno de mis túneles debe abrirse al mar. He ido desechando ideas imposibles. La razón de la imposibilidad es la facilidad. ¿Matar al carcelero? ¿Robarle las llaves? No lo pienses siquiera. El carcelero tiene su carcelero y éste al suyo y así al infinito. Tú y yo somos los eslabones finales de una larga cadena de sumisiones. Así está ordenado el mundo, mi joven amigo. ¿Hay otra salida?