Título: Asesinos en serie | Autor: Robert K. Ressler | Editorial: Ariel | Tamaño: 356 páginas | ISBN: 978-84-344-0106-8 | Formato: 14,6 x 23 cm | Presentación: Rústica con solapas | Colección: Ariel | Traductor: Xavier de Jonge | PVP: 20,90 €
El perfil psicológico, las motivaciones criminales, la organización del asesinato, la ausencia de empatía, el desafío y l inseguridad, la búsqueda y la caza policial, su familia y el entorno, el castigo y la reinserción… Son algunas de las facetas que, capítulo a capítulo, van iluminando el rostro de unos seres humanos resueltos a convertirse en cazadores de su propia especie: los asesinos en serie.
PRIMERAS PÁGINAS
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EL ASESINO VAMPIRO
Russ Vorpagel era una leyenda en el FBI. Medía 1,93 metros, pesaba 119 kilos, había sido detective de homicidios en Milwaukee, tenía una licenciatura en derecho y era experto en crímenes sexuales y desactivación de bombas. Como coordinador de la Unidad de Ciencias de la Conducta (UCC) del FBI en Sacramento, viajaba a lo largo y ancho de la Costa Oeste impartiendo clases sobre crímenes sexuales en los departamentos de policía local. Gozaba de gran credibilidad para hacerlo, ya que los policías y sheriffs apreciaban sus amplios conocimientos.
La noche del lunes 23 de enero de 1978 aquella confianza que Vorpagel suscitaba entre las policías locales hizo que recibiera una llamada desde una pequeña comisaría al norte de Sacramento. Se había cometido un horrible asesinato en el que lo que se le había hecho a la víctima superaba con creces lo normal. Tras terminar el trabajo, sobre las seis de la tarde de aquel 23 de enero, el conductor de furgoneta de lavandería David Wallin, de veinticuatro años, había regresado a la modesta casa que tenía alquilada en los suburbios y halló a su mujer Terry, de veintidós años y embarazada de tres meses, muerta en el dormitorio, con el abdomen acuchillado. Corrió gritando a casa de un vecino, quien llamó a la policía. Wallin estaba tan alterado que, cuando las autoridades llegaron, no pudo decirles nada. El primer agente en entrar, un ayudante del sheriff, se quedó igualmente horrorizado. Más tarde diría que la carnicería que vio le causó pesadillas durante meses.