Ficha técnica
Título: Al límite | Autor: Thomas Pynchon | Editorial: Tusquets | Colección: Andanzas CA-840 | Materias: Novela | Páginas: 496 | ISBN: 978-84-8383-948-5 | Precio: 21,13 euros(Iva no incluido)
Al límite
Thomas Pynchon
Estamos en Nueva York, en 2001, durante el periodo de calma que transcurrió entre el desmoronamiento del boom de las puntocom y los terribles sucesos del 11 de Septiembre. Silicon Alley es una ciudad fantasma, la web 1.0 está en plena edad del pavo, Google todavía no ha salido a Bolsa y a Microsoft aún se la considera el Imperio del Mal. Es posible que no corra tanto dinero como el que hubo en el momento álgido de la burbuja tecnológica, pero lo que no escasean son timadores que pretenden pillar algún trozo del pastel que quede.
En ese Nueva York, Maxine Tarnow tiene una pequeña agencia de investigación de delitos económicos y se dedica a perseguir a estafadores de poca monta. Solía disponer de una habilitación legal para ejercer, pero le retiraron la licencia hace tiempo, lo que a fin de cuentas fue una suerte porque ahora puede regirse por su propio código ético -llevar una Beretta, hacer negocios con canallas, entrar en cuentas bancarias ajenas- sin sentirse demasiado culpable. Además, es una madre trabajadora corriente, con dos hijos en primaria y una relación más bien intermitente con su semi ex marido -por llamarlo de alguna manera- Horst: una vida tan normal como puede serlo la de cualquiera de su barrio…, hasta que Maxine se pone a investigar las finanzas de una empresa de seguridad informática y a su consejero delegado, un multimillonario geek, tras lo cual todo empieza a complicarse, se vuelve subterráneo y apunta hacia el turbio centro financiero de la ciudad.
Con esporádicas excursiones en los interiores de la Deep Web y los alrededores de Long Island, Thomas Pynchon nos trae una novela romántica e histórica de Nueva York en los primeros tiempos de internet, no muy lejanos en el calendario pero, visto a donde hemos llegado desde entonces, remotos como una galaxia.
1
Es el primer día de la primavera de 2001 y Maxine Tarnow, a la que algunos todavía guardan en la memoria con su apellido de soltera, Loeffler, lleva a sus hijos a la escuela. Sí, es más que posible que ya no estén en edad de necesitar acompañante, y también es posible que Maxine se resista, todavía, a dejarles ir a su aire, además, son sólo un par de manzanas, le pilla de camino al trabajo y le gusta hacerlo, así que ¿qué tiene de malo?
Esta mañana, por las calles, da la impresión de que hasta el último peral de Callery del Upper West Side ha reventado por la noche en racimos de flores blancas. Mientras Maxine mira, la luz del sol se abre paso más allá de los perfiles de los tejados y los depósitos de agua hasta el extremo de la manzana, e incide en un árbol en concreto, que de repente se ilumina.
-¿Mamá? -Ziggy, con su prisa de siempre-, eh, vamos.
-Chicos, no os lo perdáis, ¿habéis visto ese árbol?
Otis se entretiene un suspiro contemplándolo.
-Increíble, mamá.
-Mola -coincide Zig.
Los chicos siguen adelante. Maxine se demora medio suspiro más mirando el árbol antes de alcanzarlos. En la esquina, por un acto reflejo, realiza un bloqueo baloncestístico, como si quisiera interponerse entre ellos y cualquier conductor cuyo concepto del deporte consista en aparecer por la esquina y arrollarte.
La luz del sol reflejada por las ventanas de los apartamentos que dan al este ha empezado a formar dibujos borrosos sobre las fachadas de los edificios al otro lado de la calle. Autobuses articulados, nuevos en estas rutas, reptan con cautela por las calles transversales de la ciudad como insectos gigantescos. Se levantan persianas de acero, camionetas tempraneras aparcan en doble fila, hombres con mangueras riegan sus parcelas de acera. Personas sin techo duermen en porterías, otros rebuscan en la basura cargando con enormes bolsas de plástico llenas de latas de cerveza y refrescos y se dirigen a los mercados para venderlas, cuadrillas de trabajadores esperan delante de los edificios a que aparezca el capataz. Los que han salido a correr saltan en el bordillo esperando a que cambien los semáforos. Hay policías en las cafeterías enfrentándose a los defectos de los bagels. Niños, padres y canguros, sobre ruedas y a pie, se encaminan en todas las direcciones posibles a las escuelas del vecindario. La mitad de los niños parecen desplazarse en los nuevos patinetes de moda, así que a la lista de peligros a los que estar alerta se le suma una posible emboscada de aluminio rodante.