Ficha técnica
Título: Agua Salada | Autor: Charles Simmons | Traducción: Regina López Muñoz | Editorial: errata naturae | Colección: Pasaje de los Panoramas | ISBN: 978-84-16544-26-4 | Páginas: 168 | Formato: 14 x 21,5 cm. | PVP: 15,50 euros | Año de publicación: mayo 2017 |
Agua Salada
Charles Simmons
«En el verano de 1963 yo me enamoré y mi padre se ahogó». Así arranca esta extraordinaria novela sobre el paso de un adolescente por los oscuros recovecos de la pasión adulta. Agua salada es una revisión contemporánea de la novela corta de Turguénev Primer amor, pero ambientada en un paisaje estival de agua, cielo y arena bellísimos. En ella, con momentos tan poderosos como los de cierto Nabokov o el Salinger más celebrado, se relata de manera apasionante los trascendentales «sucesos amorosos» que cambiaron a una familia para siempre.
En una remota isla de la costa atlántica, en un lugar idílico que siempre ha sido fundamental en las vidas de todos ellos, el quinceañero Michael y sus padres inician sus habituales y apacibles vacaciones… Hasta que la aparición del amor y las pasiones, tanto las juveniles como adultas, quiebra esa calma intocada hasta entonces.
Hay en estas páginas distintas formas de amor: el sensual, el paternal o filial, el romántico… Magistralmente, Charles Simmons explora el corazón mismo de la necesidad de sentirnos deseados, la complejidad de los vínculos padres-hijos y la adolescencia de un chico con todos sus anhelos, confusiones y desengaños. Y lo hace con una prosa tan luminosa como los paisajes de esta fascinante novela.
«Una pequeña obra maestra. Simmons ha hallado una voz perfecta, delicada, elegíaca».
The New York Times Book Review
«Una novela sencilla y deslumbrante, siniestramente fascinante. (…) La maestría del relato te mantiene en suspenso hasta un desenlace que es un puro torbellino». The Wall Street Journal
«Una joya perfecta en su género», Kirkus Reviews
«Un libro milagroso», Frédéric Beigbeder, Voici
«Literatura en su más alto nivel. Una breve obra maestra… tan secreta como Salinger y más implacable aún que McCullers», Michel Grisolia, L’Express
«Absolutamente perfecta», Jean Soublin, Le Monde
EL BANCO DE ARENA
En el verano de 1963 yo me enamoré y mi padre se ahogó.
Durante una semana entera, a finales de junio, se formó un banco de arena a un kilómetro océano adentro. No era visible, pero sabíamos que estaba donde las olas rompían. Cada día esperábamos que asomara con la bajamar. Nunca se había formado un banco tan adentro, y nos preguntábamos si aguantaría. De ser así, el agua más próxima a la orilla quedaría protegida y más en calma, y podríamos trasladar nuestro barco, el Angela, enfrente de casa, en lugar de dejarlo en Johns Bay, al otro lado del cabo Bone Point. La actividad de nadar cambiaría, naturalmente, sería como hacerlo en la bahía, y ya no podríamos pescar con caña en la orilla.
Padre y yo salíamos a pescar caballas, corvinas, pejerreyes y lubinas. Las lubinas eran los peces más peleones y el manjar más sabroso. Cogíamos también muchas lijas, bichos pequeños e inútiles que devolvíamos al agua. A veces intentábamos pescar tiburones de verdad, con un anzuelo grande que pesaba tanto que no podíamos lanzarlo. Le clavábamos un filete de caballa y yo me tiraba al agua con él, me alejaba y lo dejaba caer en el fondo. Lo hacía incluso de pequeño, sólo que en aquella época me zambullía con el flotador, soltaba el anzuelo y padre me izaba con una cuerda. A madre no le gustaba un pelo, aunque sólo lo hacíamos cuando el agua estaba como un plato. Una vez cogimos un pez martillo que pesaba casi cincuenta kilos, el pez más raro que yo había visto en mi vida. Tenía la cabeza en forma de maza, con un ojo a cada lado. La gente decía que comía carne humana, pero padre me aseguró que no.
También pescábamos rayas. Si picaba alguna y yo estaba en la casa, padre me llamaba a voces y yo acudía corriendo con el arpón. Las rayas son peces planos y muy anchos. Cuando las pescas cerca de la orilla, en aguas poco profundas, se agarran al fondo y no hay manera de sacarlas.